¡Pero sí es de León este “GUZPEÑA”, de ahí al lado y lo descubrimos ahora! Desde luego, da esto mucho que pensar. Entre las más lógicas descabelladas ideas que se han forjado sobre la histórica relación asturleonesa, no faltan las de quienes entienden que la unidad de ambas regiones es tan sólo cosa de declararse y constituirse algo así como una única entidad que, en los tiempos que corren, al amparo del arbitraje constitucional, se proclame como una Autonomía. Pues vencida la casi inexpugnable muralla portuaria del Pajares, Asturiasy León son lo mismo. Y, sin embargo, ni nosotros habíamos reparado en GUZPEÑA, ni GUZPEÑA demasiado en nosotros. De lo que se colige que algo un tanto fortuito ha tenido que acontecer para que en Oviedo se le dé plena hospitalidad galerística a este pintor, que nos agasaja con un sorpresivo laberinto de colores y figuras. ... Alguien le ha calificado de montaraz - que no se sabe si es noble estampa o férreo aldabonazo-. Y sin duda ello por lo de su origen, pues vio la luz por vez primera en 1964 en Prado de la Guzpeña y un día se dijo que se iba a Bilbao, a ver el mar y a licenciarse en Bellas Artes. Desde entonces se ha convertido en viajero impenitente a lo largo y ancho de España, llevando consigo sus bártulos y exponiendo en casi todas partes. En Asturias lo hizo recientemente en el pasado año 2006, concurriendo al II Certamen «CasImIro Baragaña», en Pola de Siero, repitiendo así participación, tras su comparecencia artística en el 2005. También en el 2003 se llevaron a cabo exhibiciones individuales de su obra en la Sala Cultural de CajAstur, en Avilés y en Mieres. Su andadura, un tanto silente y circunspecta, por nuestra tierra, data del 2001, en que lo acogió la Sala Cultural de CajAstur, en Gijón, en una muestra titulada “Museo Vivo”, que se prorrogó en el 2002. Al año siguiente acudiría al II Certamen Internacional FLC y expondría, junto con otros pintores, en el Centro de Arte Moderno Ciudad de Oviedo, -asimismo en el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón y en el Centro Municipal de Arte y Exposiciones, de Avilés. Por otra parte, hace tan sólo unos días la prestigiosa Galería madrileña Dionís Bennassar albergó de nuevo, tras haberlo hecho en el 2004, su obra más novedosa.

Y ahora ha ocurrido el milagro. Iván Dasto, que tiene tanto o más de leonés que de vasco, lo ha encontrado en la altiplanicie de “ahí al lado”, donde desde niño Enrique Rodríguez García debió contemplar el fulgurante y límpido cielo de su perdida aldea natal. En sus lienzos aparecen de continuo los ingenios espaciales como si de un W. von Braun se tratase, que quisiera para nosotros ganar para siempre el soñado firmamento. Y así nos brinda sus abigarrados edificios fantásticos - que no fantasmagóricos - donde los perfiles geométricos aparecen nítidamente trazados, arquitecturas insólitas, rebosantes de simbolismo, que a veces se nos antojan enigmáticas cajas de música, que tienen mucho de tiovivos de feria, con coloristas cometas, rematados por sutiles templetes de espada. Y todo sugiere una especie de geométrica armonía, incluso de pitagórica composición musical. Sigue empeñado el artista en coger con sus manos las pululantes o fijas estrellas, y no debe cabemos la menor duda de que, en el pasado, en el grato silencio de su tierra la cacharrería de los desvanes y los juguetes de hojalata le incitaron siempre al arcano ensueño. ¿Surrealismo engorroso el suyo? No creo. Realismo fantástico, por el contrario, sin freno, que es como decir surrealismo atemperado. Tanguy dejó en él para siempre su sello indeleble, también Giorgio De Chirico con sus ostensibles arcadas y Francis Picabia, transmisor de lo inusual, es decir, de los llamados “objetos estrambóticos”. Pero no acaba aquí el repertorio de influencias reconocidas y confesadas por el pintor de la presente muestra, que incluye en su devocionario a los pseudopersonajes mironianos y a los círculos, bien patentes en algunos de sus ejemplos, inspirados en Man Ray. Todo ello nos conduce a la composición de un puzzle ordenado, en el que la originalidad estriba en la ejecución acertada de elementos combinados en atrevida y misteriosa simbiosis.

Pero con todo, el intento de GUZPEÑA representa un decidido retorno a la infancia -“Una característica de mi obra es su relación con el dibujo infantil… A comienzos de 1999 mi pintura sufre una transformación importante… Mí hija rondaba los 5 años… Aunque suene raro, observar a María como trabajaba tranquilamente en sus dibujos y pinturas, me permitió comprender lo que los sabios doctores no habían logrado. Delante de mis propias narices estaba la verdad”. Este retorno a la infancia supone para él el que la espontaneidad del gesto creador tamice de lirismo e interrogación lo que la adultez conforma en demasía como sofisticado ensayo, con frecuencia salpicado de conceptualismo en exceso alambicado, que disimula la admirable candidez de lo primigenio.

Me pregunto qué extraña turbación experimentarían viajeros o máquinas inteligentes provenientes de otros mundos, si tuvieran que analizar los resultados ofrecidos por GUZPEÑA. Jacques Monod consideró en su día -“EL azar y la necesidad”- la inexcusabilidad que un programa de reconocimiento bien confeccionado debería implicar, para garantizar la distinción entre objetos naturales y artificiales, declarando que los criterios del mismo residirían en la regularidad y en la repetición. De esta suerte, cabría discernir lo natural de lo proyectivo. Es seguro que tales criterios operarían ante los lienzos de GUZPEÑA como procedimientos de todo punto insuficientes. Los escrutadores visitantes, asombrados ante una producción inmensa e inclasificable, renunciarían a determinar la naturaleza de este indescifrable arte, y tal vez, temerosos de lo incontrolable, creyendo haber errado el camino, se resolverían sin más por emprender la marcha. Así es de enigmática la pintura de GUZPEÑA.