Exposición en Buenos Aires, Argentina

Hora libre

Dónde:

Vallmitjana Espacio de Arte / Arenales, 1676 / Buenos Aires, Argentina

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Cuándo:

15 jun de 2015 - 03 jul de 2015

Inauguración:

15 jun de 2015 / 19:00

Horario:

Lunes a viernes 14 a 20 hs

Precio:

Entrada gratuita

Organizada por:

Vallmitjana Espacio de Arte

Artistas participantes:

Jorge Meijide - Meiji

Teléfonos:

+54 11 8138359

Correo electrónico:

info@vallmitjana.com.ar

Etiquetas:

Dibujo Dibujo en Buenos Aires

Descripción de la Exposición

Hora Libre del Otro J. Jorge Meijide no sabe lo que hace. Por fortuna. Cada tanto se percata, al haber terminado la obra, pero no siempre. O, cree, más aún, estar convencido que hizo algo cuando en realidad produjo lo otro. Aquello que concluye es bastante, mucho más de lo que Meijide piensa que es. Sin ir más lejos, esto de la Hora Libre para él significa –nadie se pierda lo que J.M. explica la página xx- algo radicalmente distinto a lo que representa para el resto de la humanidad. Para nosotros alude a esa espacio de libertad sin asignaturas ni protocolos esporádicamente otorgado por el sistema educativo en momentos determinados o bien cuando faltaba un docente. Una libertad que era cedida por la institución, nunca obtenida por el mero deseo, por la lucha, por el derecho. Libertad vigilada que, aún así, se disfrutaba. O se dejaba de padecer por ... un rato, al menos. La libertad de esa Hora Libre que Meijide con generosidad dona para regocijo de nuestras pupilas es un triunfo entre poético y anarco de ese juego que abandona el “como si” propio de la infancia a fin de acceder a ese otro que interpela al individuo aislado de la especie como un sujeto aliado al semejante por el devenir de la Historia. Se trata entonces de una libertad duramente conquistada tras batallas con la Historia misma, con la medicina, con los corazones esos que se dibujan desaprensivamente en la corteza de los árboles, con alguna pelota monumental zumbando sobre el césped, y así sucesivamente, en fin, con casi todo y contra casi nada. Ejercicio nunca carente de riesgos, el de ahora asume colores plenos, compactos, sin descartar el contundente monocromo de la tinta. Explosión de personajes y formas que al erudito le harían cavilar sobre el expresionismo y la historieta. Expresiorieta, por qué no, si os place, ahí están los globos mudos de un diálogo imposible y también el fuego que ilumina el interior de los edificios parcos. Parientes no reconocidos de los homúnculos laviataneros, los personajes pueden ser figurones reconocibles, tanto como espejos fragmentados de la mirada del mismísimo espectador. Y los objetos cotidianos que por miles los complementan abortan su condición de eventuales mercancías al resultar de la fina punta del pincel engañador. Pues el dibujante pinta, a menudo sin que lo parezca en la línea, tenue o sólida, de esas que requieren graduar la distancia para captar el detalle de la filigrana tanto como a fin de incorporar un conjunto vasto que se escabulle al reparo del detalle. Retornan aquellos colectivos de siempre, itinerantes de discontinuos parajes reales e imaginarios, de distintivo número de línea picarona y colores cambiantes, según el tiempo. Irrumpen en esta flamante serie los cielos explosivos, cargados de luces marítimas capaces de tornarlos océanos voladores. Respetuoso hereje de los cielos, Meijide los puebla de habitantes belicosos, comida chatarra, borbotones puntillistas, aeronaves antiaerodinámicas, escuadras de la Europa oriental, señores acaso invidentes y unos objetos tan indescifrables como imprescindibles. Cada quien transita la gloria y/o penuria de sus horas. El asunto es qué se hace con aquello de una vez por todas para que nunca se convierta en Destino. Meijide a tamaño propósito propone la modesta (mas no módica) ejemplaridad del trazo que recorre el rasgo principal de la condición humana: el cambio. Línea y textura, forma y luces, en la trayectoria del artista conservan el rasgo como condición de posibilidad para cambiar de idea. Hasta que los masmejor se imponen y, cuando no gana, como a la naturaleza, le emparda. Jorge Pinedo, junio 2015

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Jorge Meijide no sabe lo que hace. Por fortuna. Cada tanto se percata, al haber terminado la obra, pero no siempre. O, cree, más aún, estar convencido que hizo algo cuando en realidad produjo lo otro. Aquello que concluye es bastante, mucho más de lo que Meijide piensa que es. Sin ir más lejos, esto de la Hora Libre para él significa –nadie se pierda lo que J.M. explica la página xx- algo radicalmente distinto a lo que representa para el resto de la humanidad. Para nosotros alude a esa espacio de libertad sin asignaturas ni protocolos esporádicamente otorgado por el sistema educativo en momentos determinados o bien cuando faltaba un docente. Una libertad que era cedida por la institución, nunca obtenida por el mero deseo, por la lucha, por el derecho. Libertad vigilada que, aún así, se disfrutaba. O se dejaba de padecer por un rato, al menos. La libertad de esa Hora Libre que Meijide con generosidad dona para regocijo de nuestras pupilas es un triunfo entre poético y anarco de ese juego que abandona el “como si” propio de la infancia a fin de acceder a ese otro que interpela al individuo aislado de la especie como un sujeto aliado al semejante por el devenir de la Historia. Se trata entonces de una libertad duramente conquistada tras batallas con la Historia misma, con la medicina, con los corazones esos que se dibujan desaprensivamente en la corteza de los árboles, con alguna pelota monumental zumbando sobre el césped, y así sucesivamente, en fin, con casi todo y contra casi nada. Ejercicio nunca carente de riesgos, el de ahora asume colores plenos, compactos, sin descartar el contundente monocromo de la tinta. Explosión de personajes y formas que al erudito le harían cavilar sobre el expresionismo y la historieta. Expresiorieta, por qué no, si os place, ahí están los globos mudos de un diálogo imposible y también el fuego que ilumina el interior de los edificios parcos. Parientes no reconocidos de los homúnculos laviataneros, los personajes pueden ser figurones reconocibles, tanto como espejos fragmentados de la mirada del mismísimo espectador. Y los objetos cotidianos que por miles los complementan abortan su condición de eventuales mercancías al resultar de la fina punta del pincel engañador. Pues el dibujante pinta, a menudo sin que lo parezca en la línea, tenue o sólida, de esas que requieren graduar la distancia para captar el detalle de la filigrana tanto como a fin de incorporar un conjunto vasto que se escabulle al reparo del detalle. Retornan aquellos colectivos de siempre, itinerantes de discontinuos parajes reales e imaginarios, de distintivo número de línea picarona y colores cambiantes, según el tiempo. Irrumpen en esta flamante serie los cielos explosivos, cargados de luces marítimas capaces de tornarlos océanos voladores. Respetuoso hereje de los cielos, Meijide los puebla de habitantes belicosos, comida chatarra, borbotones puntillistas, aeronaves antiaerodinámicas, escuadras de la Europa oriental, señores acaso invidentes y unos objetos tan indescifrables como imprescindibles. Cada quien transita la gloria y/o penuria de sus horas. El asunto es qué se hace con aquello de una vez por todas para que nunca se convierta en Destino. Meijide a tamaño propósito propone la modesta (mas no módica) ejemplaridad del trazo que recorre el rasgo principal de la condición humana: el cambio. Línea y textura, forma y luces, en la trayectoria del artista conservan el rasgo como condición de posibilidad para cambiar de idea. Hasta que los masmejor se imponen y, cuando no gana, como a la naturaleza, le emparda. Jorge Pinedo, junio 2015

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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