Hay en el trabajo de Ignacio Chillón (Murcia, 1974) algo de esquivo, de juego de aparición y desaparición que hace que su obra se nos presente en ocasiones a borbotones y casi de forma avasalladora para luego sumirse en un letargo, en un silencio en el que el artista permanece en la sombra esperando el momento ideal para volver a cogernos desprevenidos y desbordarnos. Esa es su regla del juego y queda a la discreción del espectador el tomarlo o dejarlo, el aceptar sus normas dejándose llevar por ese torrente creativo caprichoso y voluble.

El planteamiento de la exposición que nos presenta Ignacio Chillón en esta ocasión sigue fielmente este alevoso modus operandi. En palabras del propio artista en nuestras conversaciones preparatorias de la exposición afirma; 'Elimino títulos, elimino marcos, quiero marear al espectador'. Ignacio no sólo nos muestra y desvela su trabajo ... cuando le place sino que además renuncia de forma taxativa a aportar clave, texto o título alguno sobre las obras y menos aún soluciones sobre el enigma que nos plantea, escatimándonos toda referencia que nos sirva de asidero y nos ayude a situarnos ante lo que contemplamos.

Es precisamente estos dos aspectos, en principio tan diametralmente opuestos a los planteamientos abiertamente documentalistas, de mapeo y de tésis que caracterizan a buena parte del arte de nuestros tiempos, los que hacen su obra tremendamente atractiva y la dotan de una coherencia monolítica que nos hacen plantearnos si nos encontramos muy cerca de esa pureza y autenticidad que creemos inherente al artista.

Como hizo anteriormente con sus dos últimas series 'Blue room' y 'El león violeta' cada nuevo proyecto de Ignacio Chillón responde a un momento catártico en su vida y como tal nos es planteado y presentado; A mansalva, a bocajarro. Su método de trabajo es extremo como lo es la experiencia creadora que lo desencadena. Pinta compulsivamente rozando en ocasiones la pintura automática, depura inmisericordemente y destruye sin compasión aquello que no le convence transformando el acto de pintar en un proceso de selección natural en el que él se erige en ente a la vez creador y destructor. Hasta llegar a lo que él llama el 'momento final' a partir del cual la pintura fluye, el pincel se desliza ahora más plácidamente aunque sin abandonar la premura ni la tensión y las obra se desencadena, comienza a aparecer ante nuestros ojos como aguas plácidas que transcurren tras un trayecto previo plagado de turbulencias y remolinos. Y eso es lo que Ignacio busca a toda costa en su trabajo, el llegar a ese momento de ataraxia en el que nada ya puede pararle y las pinturas cobran forma casi de manera natural.

Toda esta dinámica creativa no sólo persigue abrumar al espectador sino que tampoco facilita la labor del comisario de postulados clásicos apriorísticos quién debe moverse a vuela pluma a merced de tan imprevisibles y volubles postulados unilaterales en un ejercicio de aprehensión de la misma esencia que lejos de resultar molesto hace reducir la labor comisarial a su esqueleto, a su más pura esencia despojándola de tareas accesorias que hace que ésta sea un puro gozo.

Dilucidado ya y conscientes del proceso creativo y de concepción del que derivan las obras nos resta su contemplación; Nuestra vista se desplaza entre un marasmo de grafito (material recientemente incorporado en su obra) y acrílico. A caballo entre la abstracción y la figuración (me resisto empecinadamente a considerar la pintura de Ignacio Chillón como puramente abstracta) innumerables formas nos instan (y obligan) a poner en marcha todos los mecanismos de organización perceptual con los que defendernos del bombardeo realizando a duras penas el proceso cerebral adquisición de datos-extracción de características-reconocimiento de patrones-toma de decisiones que nos arroje luz sobre las obras en una experiencia casi sinestésica.

Ignacio Chillón renuncia a la pintura entendida como discurso intelectual y se abre a fuentes de inspiración vivenciales y autobiográficas que se revelan crípticas y discrecionales para con el espectador. Insiste en el azar y sobre todo en la premura como factor creativo y sus obras son un reflejo inequívoco de este hecho. Desplazar la mirada sobre los papeles y hacerse preguntas son sinónimo y encontrar significados y significaciones una tarea cuyo peso el artista hace descansar en los hombros del espectador; El concepto de representación como facultad humana que nos permite hacer presente una cosa a través de algo que no es ella misma se torna imprescindible y nos obliga a metaforizar o simbolizar aquello que nuestros ojos captan al contemplar su obra.

Son el silencio del artista y el carácter de las formas representadas las que buscan producir la emoción estética. Muy a menudo quienes nos dedicamos a entender el arte quisiéramos incorporar a la propia exposición las razones que elaboran los espectadores pues ello nos ayudaría a ampliar la riqueza de nuestros juicios complementando la mirada de lo que sabemos (o creemos saber) y de lo que esperamos escuchar en las obras. Probablemente éste sea uno de esos casos.

Ésta exposición refleja mediante principalmente grandes papeles y obras de gran formato una única serie, un punto concreto, en definitiva un 'momento final' volviendo de nuevo a entroncar con esa coherencia a la que aludíamos antes y que deviene en santo y seña inequívoco para él ineludible y al que pedimos que nunca renuncie.