Hace poco, me encontré sumido en un ejercicio mental, una especie de juego de imaginación que me llevó a confrontar la inevitable realidad de la muerte. Me vi a mí mismo, con 34 años, artista y creador, desapareciendo de repente. Surgieron preguntas existenciales que me acosaron: ¿Qué sentido tiene nuestra vida? ¿Es la vida que anhelo vivir?
En ese momento, recordé las palabras de Michel Foucault, el filósofo francés que propuso la audaz idea de convertir nuestra vida en una obra de arte. Imaginar una vida que no sigue las normas impuestas por la sociedad, sino que se rige por la búsqueda de la belleza, la verdad y la libertad. Una vida que se expresa a través del arte, como una forma de conocimiento, resistencia y transformación. Esta es una visión que comparto, la metáfora donde el alma es el jinete y el cuerpo es el caballo; un cuerpo que, sobre...todas las cosas, con su componente físico y sus imperativos para la supervivencia (acompañados por el temor a la muerte), desvía nuestra senda de los caminos iluminados por la razón. Aquel que anhela una vida bella debe aprender a gobernar con destreza ese corcel que monta. Este río resuena fuertemente mientras me sumerjo en la conexión entre la razón y la expresión creativa. Mi expresión artística se convierte en una ventana, no solo hacia el mundo exterior, sino también hacia nuevas posibilidades emocionales y mentales. Al trascender los límites convencionales, la ventana se convierte en un umbral hacia lo desconocido, donde la imaginación se expande sin restricciones.
La danza de la contemplación se asemeja a un viaje más allá de la mera apreciación visual, como un suave deslizarse por las corrientes de lo solitario, lo hermoso, lo intrínsecamente estimulante. La creación de una imagen, en esta narrativa, se convierte en un acto casi ritual, donde la percepción, la interpretación y la memoria se entrelazan en un tejido subjetivo, influenciado por las fibras de nuestra cultura, de la historia, de los sentimientos, por la libertad de ser lo que uno es, por el querer parecer, por el otro, los deseos y las necesidades.
Dentro de mi obra, planteo ante el espectador un desafío sutil, el placer de mirar, presentando imágenes que no solo cautiven la mirada, sino que también actúen como puertas secretas hacia la revelación, la interrogación y la emoción. En este lienzo de la experiencia, cada trazo es un susurro de significado, cada color es un matiz del alma y cada imagen es una puerta que conduce a los rincones más íntimos de la percepción.
En última instancia, mis últimas expresiones artísticas (el tiempo aclara las cosas) es un intento de controlar el corcel en esta búsqueda interminable de una vida bella. A través de estas ventanas del alma, invito a los espectadores a explorar conmigo los tejidos artísticos de influencia, contagio, asimilación, inmersión o coincidencia.
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Jorge Thuillier, enero 2024
Jorge Thuillier (Cádiz, 1989) es licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla. Actualmente vive y trabaja en Madrid. Ha expuesto en salas institucionales como CAS (Sevilla), Museo de la Cerámica de Triana (Sevilla), Museo del Traje / Centro de Arte Complutense (Madrid) y ha participado en ferias como ARCOmadrid (2021, 2022 y 2023) o Paper València (2021, 2023), siempre de la mano de Galería Rafael Ortiz.
Entre las distinciones recibidas a lo largo de su trayectoria destacan el Primer Premio del XVIII Certamen Nacional de Artes plásticas CICUS, de la Universidad de Sevilla o el 6º Premio-adquisición UNIA, Universidad Internacional de Andalucía.
Su obra forma parte de colecciones públicas como Fundación Bilbaoarte, Fundación Cultura Líquida (Valladolid), o ICAS (Sevilla), entre otras.
Imágenes de la Exposición
Umbral de un nuevo horizonte
Entrada actualizada el el 20 feb de 2024
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