Cuando un pintor lleva más de treinta años desarrollando su obra, con un reconocimiento generalizado, pueden pasar muchas cosas. Lo más probable es, sin embargo, que su trayectoria artística, ya consolidada, le lleve a repeticiones en clave de sus éxitos pasados, ahondando en lo que pueda entenderse como una buena y fructífera senda.

Pero lo que sucede con la última obra de Javier Garaizábal no es exactamente eso; sus bodegones, paisajes y demás temáticas - tan reconocidas y valoradas- no son, ahora, su ámbito de interés temático, sino que, en este momento, aporta una línea diferente de acción.

Tras más de un año de trabajo el resultado pictórico obtenido se traduce, básicamente, en una larga serie de cuadros, de diferentes formatos, en los ... que, de manera recurrente, el artista se enfrenta con espacios abandonados, únicamente habitados por la luz y reinando en ellos ese misterioso abandono que se testimonia a través de muy diferentes huellas que nos llevan desde grafittis, en viejas paredes; a cajas cerradas, dispuestas en primer plano; y hasta a restos de materiales varios, ubicados en diferentes lugares del cuadro, que hablan de un lugar dejado, con una historia que aporta un poso de vacío y hasta de olvido.

Y en ese contexto la mirada de Garaizábal se hace plásticamente poética y nostálgica, en la búsqueda de una belleza que nace de una sabia conjunción del óleo con la pintura acrílica, en un obrar muy laborioso, en el que se suceden un buen número de capas de pinturas que suponen la búsqueda de otras tantas soluciones plásticas y, también, de la generación de múltiples texturas, llenas de sugerencias, algo que, por otra parte, es totalmente consecuente con la generalidad de su biografía de autor, formado y serio.

Estamos pues ante un artista capaz y experimentado, que tiene la valentía necesaria como para saber que el futuro se encara desde el patrimonio de lo recorrido pero que tal haber, si se trabaja en la senda de la creación plástica, no es suficiente, sobre todo si lo que se pretende es seguir creciendo como pintor. Y a buen seguro que, por lo que esta exposición aporta, esa vía la ha recorrido con el debido acierto y efectividad. Ante nosotros, interrogantes, están sus silenciosos cuadros, llenos de soledad y de hermosura, sin anécdotas que nos entretengan, con la verdad de quien busca honestadamente, en este caso, su caminar vital, nada más y nada menos que serenamente pintando.