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De nuevo, el nivel 0 del CAB reúne las propuestas de tres creadores burgaleses, artistas que, en este caso, vienen desarrollando su labor plástica desde hace ya algo más de dos décadas. Constituyen pues una generación anterior a la de sus predecesores en este formato expositivo: Belén Cerezo, Diego Movilla y José Luis Pinto, con una trayectoria más dilatada y mayor presencia en el panorama artístico nacional.

Como en su precedente, tan sólo su vínculo con Burgos y su inclusión en un mismo período generacional une a los tres artistas que, por lo demás, desarrollan habitualmente propuestas absolutamente independientes y diferenciadas.

Isacio de la Fuente alcanza una notable notoriedad en el panorama plástico español durante la década de los 90 con una pintura que, basada en una rigurosa introspección, trata de reflejar mediante elementos formales que se repiten casi con obsesión su particular universo.

Tras una etapa en la que se centra en la creación y puesta en marcha de un espacio expositivo en Rabé de las Calzadas (Burgos) 'Espacio conectado', el artista ha continuado trabajando en estos últimos años con un afán obsesivo y con una necesidad visceral de abarcar y representar, mediante el lenguaje pictórico y escultórico, una cantidad ingente de temas siempre relacionados con sus propias experiencias vitales, que llegan incluso a desbordar su admirable capacidad de trabajo y concentración.

Sin embargo, la serie que presenta en el CAB supone un paréntesis, una ruptura con esa dinámica, desde el momento en que refresca sus presupuestos conceptuales con una desenfadada, nada solemne y refrescante revisión de obras maestras de la pintura, la escultura y la arquitectura, a las que incorpora elementos de plena actualidad y uso cotidiano.

Quede aquí patente nuestra apuesta por este nuevo Isacio en el que, como siempre, están presentes su admirable buen hacer como dibujante y pintor, y su asombrosa facilidad para manejar cualquiera de los instrumentos a su alcance, para hacernos llegar ahora su hilarante conjunción en papel del mundo clásico y el contemporáneo.

La obra de Carmen Palomero pretende hacernos reflexionar sobre las contradicciones implícitas en toda relación humana. Toda novia puede ser a su vez un animal destructor, todo hombre que se declare amante, puede ejercitar a su vez, bajo ese paraguas, la violencia sobre su pareja... En definitiva, Carmen parece decirnos que los contrarios no pueden existir disociados y que se atraen hasta el punto de que, en no pocas ocasiones, llegamos a confundirlos.

Para expresar esa idea utiliza objetos personales que la han acompañado toda su vida y que encierran un importante contenido sentimental, de manera que juntos constituyen una especie de metáfora del amor y del desamor, o del dolor, de acuerdo a las teorías de Carmen.

Poesía, finalmente, que cobra forma a través de telas, objetos cerámicos, cojines, lechos y otros enseres domésticos presentes en la vida real y en el imaginario de la artista.

Finalmente, Santiago Polo nos propone su peculiar y sensorial cuaderno de viaje, en el que quedan plasmadas las sensaciones vividas al descubrir territorios desconocidos para él. Sensaciones y sentimientos que quedan grabados en su mente y que, del mismo modo, parece querer atrapar entre los metacrilatos o los cristales de sus obras, una vez que, reinventados y rememorados, los traduce en manchas de color a base de pintura y trazos de dibujo.

Un cuaderno de viaje en el que quedan congelados la luz, los olores, los colores y las formas, invitando al espectador a reinterpretar, como él hace habitualmente, esa experiencia sensorial, habida cuenta de que el propio soporte pictórico (el metacrilato o el cristal citados), distorsiona la imagen inicialmente volcada por el artista.