Exposición en Madrid, España

Jorge Bayo

Dónde:
Ansorena / Alcalá, 52 / Madrid, España
Cuándo:
12 ene de 2010 - 08 feb de 2010
Inauguración:
12 ene de 2010
Organizada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
Jorge Bayo es un pintor que pinta poesía a través de unos paisajes interesantes, de colores fuertes e intensos muy característicos suyos. Es un excelente dibujante y un estupendo acuarelista (de los que también traerá una muestra a la exposición) que dice sentirse atraído por las personas. Le producen mucho interés y no en vano es también un gran retratista. En 2005, el Museo de Arte Contemporáneo de León, MUSAC, le brindó la oportunidad de participar en la exposición Sujeto celebrada en dicho museo. Durante la exposición, Bayo montó una especie de estudio en el propio museo en el que retrataba a los paseantes que lo deseaban en sesiones que no duraban nunca más de media hora.

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Hace algún tiempo estuve colaborando en una muestra para un joven museo de Arte Contemporáneo lejos de mi ciudad. Mi participación consistía en mostrar mi trabajo y también ... realizarlo en una de las salas que se habilitó para tal fin a semejanza de mi estudio. Allí pintaba a los espontáneos que se ofrecían para ser mis modelos y pasar a formar parte de la serie que di en llamar 'Pinturas como nosotros'. Me gusta mucho pintar retratos y además estaba en racha así que todo iba bien. Estaba orgulloso, satisfecho y constantemente recompensado por el cariño de las personas que se acercaban a ver lo que hacía. Era feliz. Tan sólo una sombra en mi horizonte diario: me encontraba solo. Cuando el museo cerraba sus puertas no me quedaba otra cosa que hacer más que vagabundear por calles tan solitarias como yo mismo. Menudo plan! De haber permanecido más tiempo hubiera encontrado la manera de llenar ese vacío afectivo. Como sabía que aquello era transitorio tampoco me preocupaba mucho. No lo cuento como un lamento; tan sólo menciono que no sabía muy bien qué hacer conmigo mismo.

 

El hotel en el que me hospedaba ere una fantasía bizarra de los años 70. No me refiero a la moda actual de revisar estilos pasados, si no a la auténtica y original pesadilla sintética de formas, colores y texturas en su más genuina expresión de 'horror vacui'. Curiosamente tenía un cierto orden y hasta se puede decir que uno se encontraba a gusto. Quizás la razón se debiera al orgullo y el cariño con el que la familia propietaria, que además atendía el negocio, había sabido insuflar y mantener durante tres generaciones; con la esperanza de un nuevo esplendor. Y allí estaba la ocasión: un flamante museo de Arte Contemporáneo, justo al a vuelta de la esquina, listo para atraer multitudes a la pequeña y dormida ciudad y obviamente a su negocio. Y allí estaba yo: la vanguardia de sus esperanzas.

 

Una noche, si cabe aún más tranquila y aburrida, al volver de mi paseo, ellos me susurraron desde recepción. Por 'ellos' ahora me quiero referir al jefe, o al menos al padre. Todos 'ellos' se turnaban tras el mostrador y el conjunto se componía de 'el padre', un tipo en edad de jubilarse y demasiado obsequioso para mi gusto; 'la madre', justo lo opuesto al marido, no en edad pero sí en el trato. Un moño mal encarado con cejas y labios pintados de oscuro y las uñas más largas que se hayan visto desde Fú-Manchú. Me podía imaginar que utilizaba esas uñas para aferrar los últimos vestigios de juventud. Quizás ella era responsable del mantenimiento intacto de la decoración: necesitaba proteger aquel entorno como su propia urna. También había un par de hijos en torno a los cuarenta; una copia de su padre con menos canas y expresión más ausente que ocupaban el turno de noche... y sus dos esposas, que ocasionalmente hacían substituciones. Ellas sonreían con más frecuencia e incluso me parecía que de modo más sincero y cordial. Por último, para completar el cuadro, varios críos arriba y abajo con sus triciclos por los pasillos.

 

Bueno, aquella noche pues, me reclamaron desde la zona privada de recepción para enseñarme algo 'especial, único... un tesoro'. El tesoro consistía en un libro, muy grande, con gruesas cubiertas de cuero repujado e incluso un candado. Aquello podía ser el diario de Polifemo; totalmente espantoso por fuera y en su interior... bueno!... Mientras pasaba las páginas me fue contada la historia del hotel y cuan moderno y señalado fue en su comienzo, emplazado en el corazón de la antigua ciudad. Siento haber olvidado los detalles o quizás no llegase a retenerlos porque mi atención naufragaba en aquellas páginas. A grandes rasgos pude retener que durante algunos años de esplendor el hotel fue lugar de encuentro de artistas e intelectuales de paso por la ciudad. Con cada ocasión habían sido invitados a dejar una pequeña memoria en forma de dibujo, poema o escrito en las páginas de aquel mamotreto como signo de amistad y reconocimiento. Todos estaban firmados y fechados, el último en el 78. Las razones de porqué dejaron de acudir quedaron oscuras para mí. En cualquier caso era mi turno de recoger el testigo, casi cuarenta años más tarde. La oferta me deprimió al instante. La colección era una pesadilla. No fui capaz de reconocer uno sólo de aquellos egos olvidados y la idea de incluirme me parecía de mal presagio. Pero me cuesta decir 'no'. Es una de mis faltas; así que balbucí una promesa y me llevé el libro a mi habitación.

 

En los días que siguieron intenté olvidar mi compromiso; pero era difícil eludir la presencia de aquel cadáver esperando en el banquillo de la entrada. En mi descargo puedo decir que no hubo un sólo día en que no llegara muy cansado por el ritmo y la concentración que me exigía el trabajo en el museo. Hacer un mínimo esfuerzo extra en la misma línea se me hacía un mundo. Además, y probablemente el impedimento real, era que no tenía ni idea de qué hacer. Los ejemplos de mis antecesores mostraban claramente que era un asunto que había que considerar. La situación se había estancado y yo me estaba volviendo paranoico tratando de eludir las miradas expectantes que 'ellos' me dirigían al entrar o salir. Pero... en cualquier caso... ¿por qué estaba tan preocupado? ¿Qué clase de responsabilidad sentía sobre mis hombros? ¿Acaso tenía que justificar las expectativas de renacimiento del padre, escapar de las garras de la madre, sacar del letargo a los hijos... a lo mejor sólo corresponder a la amabilidad de las esposas y ser un buen ejemplo para los niños...? Había demasiada gente mirando sobre mi hombro, o eso imaginaba. Y yo... ¿Qué quería yo? Lo mismo de siempre: una respuesta a esta pregunta.

 

A veces pienso que mientras buscas no puedes encontrar. Son acciones completamente distintas; en la práctica opuestas. Otras veces se me ocurre que esto es una memez: un argumento demagógico. En cualquier caso lo que ocurrió fue simple. Había pedido cambiarme de habitación. El servicio de limpieza empezaba su rutina por mi descansillo y resultaron demasiados aspiradores antes del desayuno. Antes de marcharme, la última noche que pasaba allí, decidí hacer un dibujo de despedida a aquella habitación que realmente me gustaba mucho, como un retrato o un tributo a las muchas horas solitarias que había pasado allí. Y así lo hice. Cogí el libro, lo abrí por la mitad y con cuidado, intentando eludir cualquier contribución por mi parte, dibujé desde mi posición en la cama. La silla frente a mí, la ventana, la doble cortina y los otros objetos y muebles bajo mi vista. Y disfruté del esfuerzo y del resultado.

 

A la mañana siguiente entregué el libro sin esperar respuesta.

 

 
Imágenes de la Exposición
La playa vacía. Óleo sobre lienzo. 80 x 80 cm

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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