Jeroni Mira es pintor.

Decir esto es no decir nada en un país donde cualquiera que enarbole pinceles y tenga cierta predisposición a quedar bien es catalogado de pintor por la cultura oficial.

Cuando digo que Jeroni Mira es pintor, estoy diciendo que tiene la radical heterodoxia de apuntalar su propio mundo en cada pincelada y entregárnosla como un desafío.

Estoy diciendo que Jeroni Mira no “se pone a pintar” sino que se constituye en pintura a través de su vida, de su respiración, de los colores que desgrana, de los silencios, de las batallas por el matiz, el claroscuro, la perspectiva y la línea que delimita los campos magnéticos de sus cuadros. Porque sus lienzos tienen la cualidad del campo magnético; irradian: y esa irradiación delimita a la vez ... las fuerzas contrapuestas, los polos opuestos que marcan sus cuadros.

Cada cuadro de Mira es una geometría perfectamente delimitada en la que cada línea, marca una frontera; fronteras a veces policromas, fronteras en ocasiones de la perspectiva, pero siempre fronteras espaciales. El espacio del lienzo en Jeroni sitúa y concretiza el ojo de quien mira.

Y quien mira debe ver aquello que el Pintor oculta sin ocultar porque lo transgrede. Este espacio miraniano es un espacio de silencio. El silencio de los cuadros de Jeroni es también —otra vez- una frontera, una frontera en este caso interior, de recogimiento, de abandono, de perdida. Y así; fronterizo, magnético, polarizado, geométrico y transgresor se nos presenta en esta exposición quien no se llama Pintor y sin embargo lo es.