Supongo que tengo ojos de psicólogo incluso para la obra de arte. Al ver o escuchar a un cliente mi mirada suele ir naturalmente a su interior, a las motivaciones no expresadas en lo palpable, a los mecanismos a menudo inconscientes que sostienen sus carácter, a los significados particulares que conforman su experiencia subjetiva tras la punta del iceberg que es su discurso. Necesitamos hacer visible lo invisible. Realmente, a menudo he pensado que observar a las personas no es muy diferente a observar la obra de un artista, y que hacer un buen trabajo de psicoterapia no es tampoco muy distinto a crear una obra más o menos sublime a través del pincel de la palabra.

Podemos mirar y creer comprender, quedándonos en la mera literalidad de lo manifiesto, o podemos mostrar interés y sensibilidad por desentrañar los tejidos ... del alma que se está expresando. Me cuestiono y me debato cuando un cuadro o una escultura suscitan en mí una impresión de simpleza e interés demasiado liviano, y me pregunto: ¿es tal vez como esas personas que nos parecen involucionadas, y que sentimos que no pueden aportarnos ningún aprendizaje, ninguna emoción, ninguna belleza? Tal vez, sencillamente, no hay más que lo que se ve, quizás la burda apariencia lo es todo, y tal vez, como ocurre con tantas personas que ocupan los escalafones de la popularidad, la riqueza y el prestigio, no haya en muchas de esas obras más que una gran estafa bien organizada que pocos tienen el valor de delatar, no vayan a ser acusados de ignorancia o de envidia. Existen en verdad muchos personajes cuyo poder hipnótico reside en lo que no son y parecen ser, en la belleza que aparentan y en la sabiduría que simulan. Y existen, sin duda, muchas pretendidas obras de arte cuya relevancia reside en lo que pretenden transmitir y no transmiten, en lo que hacen llamar genialidad creativa sin dejar de ser en verdad el capricho de alguien sin demasiado talento, pero a quien tocó el buen azar.

Pero, ¿tal vez toda esa impresión de vacuidad no habla en realidad de mi propia simpleza, de la torpeza de mi mirada, de mi incapacidad para apreciar el valor y la belleza que otros en verdad disfrutan? Me temo que no exista una respuesta sencilla para este dilema. A día de hoy, la Psicología sigue sin desentrañar los códigos de la belleza.

Pero sé que a menudo observo un determinado cuadro, una escultura, una fotografía... y, de la misma manera que cuando aprecio una sucesión de palabras encadenadas con maestría, encuentro poesía. Es entonces cuando siento que el artista ha conseguido escenificar ahí su realidad invisible, cuando el mundo interior se revela con toda su fuerza onírica, resonando en misteriosa pero humana sintonía con el propio mundo inconsciente del espectador. Siento que es verdadero arte no sólo cuando recrea con maestría la belleza inapelable de la naturaleza que nos rodea, ésa con la que todos nos conectamos, sino también cuando revela la belleza de la naturaleza más intrínseca y profundamente humana. No es otra que la creatividad y la libertad.

Miro al interior de un artista que siento digno de ese nombre y percibo que ahí ha de encontrarse una mente lo bastante liberada como para tener la capacidad de romper con lo establecido y construir nuevos modelos, para soltarse de ataduras en la manera de percibir la realidad, crear opciones, retorcer la experiencia y observar el mundo desde prismas inusuales. Es la mente del principiante, que diría un budista; observar con una mente nueva, inocente, limpia, libre...

Soy psicólogo, amigo Vicente, y estoy entrenado para mirar al interior de las personas a través de sus externalizaciones. Acudo a una buena exposición y no sólo aprecio la destreza de una mano, sino también la libertad de un espíritu, la manera en que el miedo quedó aparcado para abandonar la seguridad del pasado, la amplitud de una conciencia que puede descubrir y mostrarnos nuevos significados, y la capacidad para implicar todo el propio ser en la fusión con su realización presente. No creo que se pueda apreciar el buen arte mediante ninguna comprensión analítica, sino a través de un acto de contemplación meditativa, de introspección natural y de liberación mental. Un buen artista es un educador, un impulsor de conciencias y un liberador de ataduras, y un buen espectador es una persona dispuesta a meditar y a trascender.

Se ha dicho que la única diferencia entre un loco y un genio creativo es el éxito que lo acompaña. No estoy de acuerdo, si se entiende con esa banalidad. El genio creativo puede ser esquivado por el éxito, y el loco puede estar carente de la mínima creatividad. Pero la frase tiene algo de cierto cuando aquel a quien llamamos loco es en realidad el cuerdo que confronta nuestra locura, cuando es la persona libre que se hace inalcanzable para las restricciones de nuestra mente, el ser humano que nos permite vislumbrar la infinitud de posibilidades de nuestra verdadera humanidad.