Los Encuentros Abiertos y el Museo Nacional de Arte Decorativo inauguran el próximo 16 de agosto a las 19h "El Gran Atlas Humerose", del artista suizo Alan Humerose y "La presencia de una ausencia", del artista español Rafael Navarro, en el marco del Festival de la Luz “30 aniversario”
ECOS
El 19 de octubre de 2002 la magistral mirada de Manuel Álvarez Bravo (México D.F. 4 de febrero de 1902) quedó velada para siempre. Atrás quedaban cien años de ver y enseñar a ver que, a través de una obra ingente y exquisita, llenó museos y colecciones. La fértil vida de Don Manuel y su inmensa contribución a la historia de la fotografía ocupa centenares de volúmenes a los que nada puedo añadir; pocos autores han sido tan estudiados y difundidos. Hay, sin embargo, una experiencia que escapa a los manuales y que requiere el privilegio que a mí me otorgó...su hija Aurelia; deambular por el jardín y las estancias de su estudio, en Coyoacán, y dejar que te empape el entorno más personal del autor; aquello que, procedente de los mundos exteriores, llenó de colores y texturas su lugar de trabajo, reflexión y descanso.
En el año 2011 Rafael Navarro (Zaragoza, 8 de octubre de 1940) comenzó sus registros en color; para entonces llevaba toda una vida de autor protagonizada por su maestría en el blanco y negro que abarcaba su dilatada aportación al arte contemporáneo. Ese paso, tomado sólo cuando la técnica le permitió un control absoluto de la producción, se inició sobre el universo íntimo de Manuel Álvarez Bravo, en Coyoacán y cuyo resultado cuelga de las paredes de estas salas, bajo el título La presencia de una ausencia; a la vez que desarrollaba A Destiempo. No era la primera vez que Rafael Navarro construía una serie en la que homenajeaba a un artista en los territorios privados de su estudio; en 1996 En el Taller de Miró exploró latidos del pintor atrapados en los silencios de solitarios utillajes y que dio origen a una introspección de 35 magníficos registros en blanco y negro.
La relación entre México y Navarro es tan fértil como antigua; su trabajo ha sido objeto de importantes exposiciones y ha impartido talleres y seminarios. Hay partes específicas de su obra que ha sido realizada allí, como Patzcuaro 17 (1983) y mantiene sólidas amistades en los círculos de la fotografía y el arte, cuyo auge en el país hermano es de todo punto envidiable.
Rafael y Don Manuel cultivaban esa relación tan común entre autores con una larga trayectoria a las espaldas; ambos autores se conocían, valoraban el trabajo del otro y habían intercambiado obra; la Buena Fama Durmiendo preside uno de los muros del estudio de Rafael. Yo he tenido el privilegio de conocerlos a los dos, a Don Manuel en Arles y luego en D.F. y a Rafael de toda una vida; ello permite señalar ciertas líneas paralelas apreciadas desde fuera: ambos eran grandes conversadores pero con evidente pudor al hablar de sus obras; ambos precisaban rodearse de las formas anónimas que encierran la belleza – madera, piedra, cerámica, textiles, minerales… – no necesariamente presentes en los registros pero, sin duda alguna firmemente conectados a ellos; y los dos construían en un lenguaje en que la toma requería ser complementada por una larga reflexión antes de dar paso a la pieza. Don Manuel guardaba en cajas para fósforos la maqueta de cada exposición o catálogo; numeradas por el anverso, las correcciones a lápiz permitían ver el pulso de dudas y certezas hasta dar con el orden en que todo se completa. En el estudio de Rafael he visto maquetas que han permanecido semanas en los desplazamientos en que el autor reflexiona, forja y perfila aquello que finalmente habrá de ser expuesto.
Cuando Rafael comento que se había planteado hacer un homenaje a Manuel Álvarez Bravo en su estudio, supe que habría de ser en color. El taller, sito en el barrio de Coyoacán es una amplia casa ajardinada bañada por la luz, en ella las estancias se concatenan; las más amplias estaban preparadas para la plática y la revisión de obra, las más intimas eran las dedicadas a laboratorio. Cuando yo las visité estaban como él las dejó. Hoy es la sede de la Asociación Manuel Álvarez Bravo. Supe, decía, que habría de ser en color. Hasta entonces el trabajo creativo de Navarro había sido sustentado en registros monocromos por que en ellos ejercía un completo control de cuanto una idea requiere para ser trasladada hasta la copia; el color físico-químico sobre tintes cromógenos no ofrecía la adecuada permanencia y el obtenido por destrucción de tintes (Cibachrome) acusaba un acento metálico y un brillo extremo propio de la técnica que no se adecuaban a los planteamientos de Rafael. El desarrollo de la fotografía digital devolvió al autor el control técnico sobre su obra y Navarro estaba ya preparado para ejercerlo. El resultado es exquisito, los universos más personales de un autor explorados por otro; un ejercicio de ecos y ceriballos, de relatar el todo por sus partes, de reescribir dimensiones sin alterar un orden ajeno y venerable.
Ángel Mª Fuentes
Entrada actualizada el el 22 ago de 2018
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