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Nacida en Zurich en 1971, Rita Martorell Coderch se crió en Olot, una ciudad de la provincia catalana de Girona. Estudió Arte y Diseño en la prestigiosa Escuela La Massana. Gracias al programa de estudios en el extranjero de esta institución, se trasladó a Francia en 1993, a la École des Beaux-Arts de Saint-Étienne donde, fascinada por las imágenes de Odilon Redon ... y Egon Schiele, comenzó a experimentar con la litografía y la fotografía. En 1994, la artista continuó su formación en Estrasburgo, en la École des Arts Décoratifs, prosiguiendo con la búsqueda expresiva centrada en las técnicas de impresión y empezando a concentrarse en el dibujo.

Durante su estancia en Estrasburgo se interesó por el expresionismo alemán y, en sus frecuentes viajes por toda Alemania, entró en contacto con el trabajo de Rebecca Horn, Joseph Beuys y Sophie Calle. Sin embargo, aun admirando a estos artistas que utilizan objetos y materiales extra-artísticos en sus obras, Rita Martorell prefería las técnicas tradicionales de la pintura y del dibujo. El trazo fluido y rápido de los dibujos de la artista bastaría para expresar el vitalismo que emerge de sus obras, un vitalismo que es la clave de lectura adecuada para interpretar el erotismo que las invade. Desde que se pone la vista en ellas, las imágenes cargadas de pasión erótica de la joven pintora catalana resultan inquietantes porque escapan a una interpretación unívoca, abriéndose a una amplia gama de significados y referencias, convirtiendo su lectura en un experimento de interpretación laborioso e interactivo, que resulta aún más fascinante debido a que las imágenes modificadas digitalmente se basan en fotografías de personas reales, posteriormente trasformadas por la fantasía de la artista y su proceso creativo.

En las fotografías reelaboradas, los dramáticos contornos negros quedan atenuados por los tonos pastel de los encarnados, sobre los que resaltan los contornos y colores de los tatuajes que, en las reelaboraciones de Rita Martorell, lejos de ser vistos como una práctica popular, se ennoblecen hasta convertirse en un documento visible de la voluntad de vivir y de las vivencias experimentadas por los sujetos fotografiados. Así pues, se podría afirmar que los personajes dibujados están tan vivos que están tatuados. En las sábanas arrugadas, en las que abundan los dobles sentidos, cada uno puede ver lo que quiera, en primer lugar formas extravagantes y a veces grotescas, pliegues y contorsiones dotados de fuertes asociaciones con porciones de piel y partes del cuerpo, según un proceder asociativo que recuerda al test psicológico de las manchas de Rorschach.