-------------------------------------------------------

-------------------------------------------------------

Bajo el título: Los gallos solo saben volar sobre la nieve, título por cierto ya característico de la prosa metafórica de la artista, Chelo Matesanz nos muestra en la galería adhoc de Vigo un entramado de imágenes que se articulan en base a una plasticidad pictórica interpretada desde los mecanismos de acción y compromiso que viene reivindicando desde finales de los ochenta. Es conveniente recordar que Chelo Matesanz forma parte la generación de artistas que incorpora a los lenguajes plásticos, una reinterpretación categorial sobre los preceptos existentes en la propia historia del arte, ahora confrontados desde la óptica de la mujer.

En un texto introductorio a la exposición "Sauvage pour homme" 1994-95, Mar Villaespesa considera …que las obras de Chelo Matesanz sustituyen la línea del dibujo por pespunte; a pesar de realizar composiciones ... lineales no se pueden leer como tales sino como creación de marcos -de bastidores- en donde se entretejen significados que articulan relaciones complejas y cruzadas de los individuos, concretamente de la mujer, con la historia, con la cultura, o con la economía. De igual manera, Villaespesa, observa el entramado propuesto por Chelo Matesanz como una parodia; es decir, un entramado interlingüístico que se alimenta de la estratificación del lenguaje.

Chelo Matesanz advierte de forma radical sobre la conveniencia de la costura. Una costura que se convierte en membrana protectora del hogar y de la mujer, y que tiene, además, una serie de innumerables ventajas que por extensión pueden adaptarse a las experiencias artísticas. Es también una forma de visibilidad, de legitimación y de crítica a una parte de la historia del arte que ha ninguneado las prácticas artísticas realizadas por mujeres. Esta forma de pensamiento y de trabajo recorre la obra de la artista a lo largo de los últimos veinticinco años y se conforma como el sistema que articula tanto sus desarrollos artísticos, su textualidad, así como la mordacidad que acompañan siempre sus imágenes.

En la presente exposición sus obras se acercan a una temática compleja, son hombres ataviados con bodegones florales sobre sus cabezas. Maquillados; con la cara pintada de blanco y las facciones del rostro subrayadas y delimitas como si de un dibujo animado se tratara, o enmascarados tras una sonrisa inalterable. Vestidos con enaguas, botas, polainas y cencerros que colgados de la cintura, se contradicen (como si ya no lo hicieran las demás prendas) con sendas corbatas colgadas del cuello. Los complementos imprescindibles para ser un buen zamarrón son las fustas, que más de un costillar o nalga recordará, y unos largos bastones. Todo ello, parece sacado de una película de Fellini, de una mala digestión de caracoles o de la imaginación portentosa de aquel, que veía en las moscas de Cadaqués, señoritas vestidas de Balenciaga que merodeaban al genio ampurdanés. También Guirrios, danzantes y/o Peliqueiros de amplia sonrisa socarrona, que a modo de hienas ríen por el golpe y el miedo emocionante que generan. Todos los espectros de nuestros ancestros venerados, una vez mas, ante la eterna llamada de la carne.

Carne de carnaval, de ocultación o folclore, que está resignificada por Chelo Matesanz hasta convertirse en digestiva óptica que desdramatiza el discurso queer hasta transformarlo en un acercamiento que se embebe y se emboba del tiempo que posee la tradición. Entendiendo a esta no como el yugo que nos impide conocer el pulso vital de lo epocal, sino como un oasis o infinita biblioteca de arena donde encontrar, al lado de casa, las razones para descartar las taxonomías identitarias y las formas simplonas de clasificación social.

La obra de Chelo se hace escéptica, y parece cuestionarse no solo las posiciones que pudieran derivar de la división sexual del trabajo o inclusive, las estructuras que se atomizan por el consiguiente descentramiento del sujeto; sino que su compromiso, y a través de la poética, desarticula las formas cotidianas de clasificación del objeto y su enunciación. Ya que su trabajo es pintura y no lo es; es fotografía y no lo es; es personal y no lo es, o como diría Duchamp, es un ready-made asistido, ya que deja que su hija Estéfana le ayude con los dibujos y desde la laboriosidad de la costura sea ahora su madre la que lo interprete.

Espacio, que desde hace tiempo, Chelo Matesanz investiga como posible entorno de prosperidad intelectual y emocional. De ese mirar, de estar en casa, de darse cuenta del camino andado, un día, el día de Campoo, en la casa de sus padres, rodeada de su familia, se encontró con el resultado de una compleja formulación de sensaciones, ideas y reflexiones materializadas en zamarrones, o si me lo permiten, maquilladas de tradición, pero a la vista, perfectos ejemplos de emotivo y vivo pensamiento.