Un rasgo fundamental del arte de Maruja Moutas es su necesidad, su fatalidad. La pintura se produce en ella por la misma razón que, a veces, pensamos en voz alta. No es que queramos construir un bello aforismo para la posteridad, sino que -casi somnámbulamente- damos suelta a algo oscuro que nos turba o nos preocupa.
Sus cuadros son documentos que objetivan sus vagos pensamientos. Claro que sus pensamientos no se formulan con voz apagada, sino con una cierta estridencia cromática. Esa corriente vagamente fovista, vagamente ingenuista que se transparenta en las obras que expone, procede -como en núcleos regionales del Norte, desde País Vasco hasta Galicia- de su origen asturiano. El Norte español, una vez transpuesto el umbral de la Edad Moderna, finalizado el brillante ciclo románico, se ve obligado, casi en nuestro siglo, a inventarse su arte, pero
... sin apoyarse para ello en un oficio académico que desconocía. De ahí la audacia de los Regoyos, Riancho, Evaristo Valle, Echevarría, francotiradores en tiempos en que el academicismo decimonónico impera en otras regiones. Maruja Moutas es, a su manera, disidente de las modas actuales, aunque estas modas tengan distinto signo.
Va a su aire. Sueña y canta en sus cuadros. Acierta o yerra sin importarle trazarse una línea. Ella es todas las posibilidades, todos los momentos de la pintura que quiere ser, acaso, cuaderno de bitácora de sus viajes por la vida.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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