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En esta muestra, el visitante podrá hacer un recorrido de carácter antropológico y al mismo tiempo emotivo por temas femeninos universales, compartidos por todas las mujeres del planeta, con independencia de su cultura y del lugar y la época en que vivan. Así, los objetos incluidos en la muestra se convierten en fragmentos de vida que, pese a su exotismo, permiten reflexionar sobre cuestiones comunes al mundo de las mujeres.

La muestra se detiene en siete culturas de África, Asia y América amazónica y septentrional, y se divide en tres ámbitos que permiten que el espectador conozca el rol de la mujer en estas sociedades y que, al mismo tiempo, invitan a buscar paralelismos con nuestra propia realidad en los ámbitos de la familia, la religión y la espiritualidad, a través de fotografías y piezas diversas, como vestidos, joyas, accesorios de higiene, utensilios domésticos y artesanía, así como esculturas y objetos religiosos.

La familia: concepción, matrimonio, maternidad y división de las tareas

La exposición pone de manifiesto que, si bien los modelos familiares existentes son muchos y variados (con relaciones de parentesco y roles paternos y maternos muy diferentes), la familia se convierte en todos los casos en el ámbito básico de la relación humana. En el entorno familiar, la mujer ha tenido siempre un papel primordial como madre, esposa, depositaria de la tradición y responsable de buena parte de la economía doméstica.

La muestra arranca desde el momento mismo de la concepción. Se detalla, por ejemplo, cómo se manifiesta en muchos lugares de Papúa Nueva Guinea la creencia imperante de que cualquier cuerpo humano tiene elementos masculinos y femeninos. Para engendrar un hijo, el padre y la madre aportan sus propias sustancias: el esperma masculino forma los huesos y la estructura interna; y la sangre de la madre es el origen de las partes más perecederas, como la carne y la piel. Por lo tanto, ambos progenitores son importantes para determinar tanto el sexo como el carácter de los hijos. La diferenciación de los géneros se desarrolla con los años, al aprender las tareas y las actitudes en el marco de la familia y al participar en actos rituales que indican a la persona el papel que le corresponde dentro de la sociedad.

En cambio, la vida familiar y social de las mujeres de la dinastía Qing estaba determinada por la concepción del cosmos según la cual la naturaleza se divide en fuerzas masculinas (yang) y fuerzas femeninas (yin). El hombre se identificaba con el sol y la claridad, mientras que la mujer representaba la luna y la oscuridad, y era, por tanto, un ser inferior. Mientras que, en las familias más acomodadas, las niñas y las mujeres vivían retiradas del mundo, invisibles desde el exterior, en las clases sociales desfavorecidas las mujeres tenían más libertad, ya que la prioridad era la supervivencia diaria.

En cuanto a la división del trabajo en la familia, la exposición pone la mirada en la concepción del mundo tradicional de los akha, un grupo étnico importante, de cerca de 2,5 millones de personas, sin nación. Forzados por las guerras a migrar, se reparten por las zonas montañosas de Birmania, Laos, China y Tailandia, y su situación es más o menos precaria según el país de acogida. En ningún caso se les considera ciudadanos de pleno derecho, y sus pueblos se ven abocados a la pérdida de identidad y a la miseria.

En la sociedad de los akha, el hombre tiene el poder doméstico y social. El interior de las cabañas presenta una división clara en dos espacios: la zona de las mujeres, de acceso interno, y el espacio masculino, donde se encuentran los objetos más valiosos y destinados a las visitas (como el televisor). El trabajo de los hombres y las mujeres también está bien delimitado. Mientras que los hombres se encargan de las labores agrícolas y la caza, las mujeres se centran en las tareas domésticas. En la exposición se pueden ver algunos de los vestidos tradicionales akha que elaboran.

En otras sociedades dominadas por la caza, como las culturas indígenas de América del Norte o del Amazonas, los hombres se tienen que dedicar intensamente a su actividad principal, por lo que necesitan controlar un gran territorio y tener unos conocimientos técnicos considerables. El hecho de que los hombres se ausenten durante tanto tiempo implica que las demás tareas productivas recaen prácticamente en las mujeres, que la mayor parte del tiempo son las únicas responsables del hogar. Además, son las depositarias y transmisoras de la tradición, la actividad artística y la cultura. Como hábiles artesanas, estas mujeres son capaces de transformar materiales bastos, como las pieles de animales, en objetos delicados y civilizados, algunos de los cuales se pueden ver en la muestra.

La sociedad: identidad, poder y desigualdad, ideal de belleza

El género es uno de los rasgos que más determinan los roles sociales. El hecho de ser mujer implica un aprendizaje determinado y unas expectativas que pueden ser más o menos marcadas según el lugar de nacimiento y las características del entorno. Por ello este ámbito reúne ejemplos geográficos y temporales muy variados sobre la identidad dentro del grupo, la capacidad de las mujeres para decidir sobre su propio destino o la idealización de la belleza femenina.

Así, por ejemplo, el pueblo maisin no diferencia a los hombres de las mujeres por sus rasgos biológicos, sino por la manera de pensar y actuar. Los principales criterios de diferenciación de este pueblo de Papúa Nueva Guinea son puramente materiales, como la indumentaria o los tatuajes. Hasta los años noventa, los maisin tenían la costumbre de tatuar la cara de las niñas cuando empezaban a desarrollar los rasgos sexuales. Los tatuajes se hacían con pigmentos naturales y las identificaban como jóvenes sexualmente activas, de un linaje determinado. Actualmente, las chicas jóvenes no aceptan tatuarse la cara y se oponen a la tradición.

Sobre el poder de las mujeres, justo es decir que muchas de las luchas contra los poderes coloniales de la primera mitad del siglo XX estuvieron lideradas por mujeres, como la denominada «guerra de las mujeres», que tuvo lugar en Nigeria contra el intento del gobierno colonial británico de imponer nuevos tributos a los negocios que ellas regentaban. Los gobiernos europeos pusieron fin a un sistema de poder que equilibraba el rol de los hombres y las mujeres en diferentes ámbitos de actuación, como la religión, la política y la economía, ya que los funcionarios coloniales, mayoritariamente hombres, exigían interlocutores africanos masculinos. Las nuevas formas institucionales y organizativas, el sistema monetario y las misiones evangelizadoras hicieron callar progresivamente las voces de las mujeres y les anularon la capacidad de decidir el futuro de sus comunidades.

En la muestra se pueden ver los delicados trabajos en bronce procedentes del reino de Benín (actual Nigeria), que representan a mujeres dirigentes del África precolonial. Se trata de cabezas conmemorativas que rinden homenaje a las reinas madre, que se distinguen por los casquetes terminados en punta y cubiertos de abalorios de coral. La reina madre o iloba tenía atribuciones rituales, políticas e incluso militares. En algunos lugares de África se otorgaba este cargo a la madre del rey, mientras que en otros sitios consta simplemente como la mujer más poderosa del reino, con un espacio de decisión propio e independiente.

En la legislación india, las mujeres disfrutan de los mismos derechos que los hombres. Oficialmente, nadie puede ser discriminado por cuestiones de casta, el pago de dotes está prohibido y las niñas deben estar escolarizadas. Pero la realidad es muy diferente. Sólo las niñas de clase media y alta tienen la oportunidad de desarrollarse personalmente, y aun así, los cabezas de familia deciden los matrimonios. La falta de libertad se traduce en precariedad, abusos, analfabetismo y dificultades para la supervivencia en el caso de niñas y mujeres del nivel social más bajo, que suelen ser población autóctona (adivasis) o sin casta (dalits). Estas profundas desigualdades se manifiestan especialmente en las zonas rurales, donde viven más de las tres cuartas partes de la población de la India.

En cuanto al ideal de belleza en las diferentes culturas, uno de los ejemplos presentes en la muestra es el de los territorios de la antigua Persia, donde a finales del siglo XIX y principios del XX el ideal de belleza femenina se transmitía, sobre todo, a través de la poesía. La mujer persa era sofisticada, usuaria habitual de accesorios de belleza, como el espejo, el peine, el neceser y el maquillaje. Las joyas resaltaban especialmente la belleza y se reservaban para los días de fiesta.

La divinidad

Desde tiempos inmemoriales, la mujer ha tenido un papel fundamental en los sistemas de creencias como un ser poderoso, origen de la vida; pero también ha sido una figura temible y amenazadora. La mujer está presente en la mayoría de las religiones, sea como diosa, como vehículo hacia la divinidad o como persona con conocimientos espirituales que trascienden la capacidad del resto de los humanos.

En el pensamiento religioso hindú existe la creencia de que todos los dioses son representaciones de un principio absoluto denominado brahman, que se manifiesta en tres dioses principales: Brahma, creador del universo; Vishnú, protector del mundo, y Shiva, que busca la sabiduría trascendental y destruye la ignorancia. Bajo esta tríada se despliegan numerosas divinidades masculinas y femeninas. Devi es la palabra genérica que significa «diosa», pero también hace referencia a la divinización del principio femenino. Cada diosa puede tener más de cien nombres diferentes, lo que corrobora la complejidad del sistema de creencias hindú. Una de las divinidades más importantes es la esposa de Shiva, que también recibe varios nombres y se encarna en diosas como Parvati, Durga o Kali.