"Pero, sobre todo, el mar llama. Es lo único que hace, en el fondo: llamar.
No se detiene nunca, te entra dentro, se te echa encima, es a ti a quien quiere.
Puedes disimular, no te sirve de nada.
Seguirá llamándote. El mar que estás viendo y todos los que no verás, pero que estarán siempre al acecho,
pacientes, un paso más allá de tu vida.
Los oirás llamar infatigablemente.
Sin explicar nada, sin decirte donde, habrá siempre un mar que te llamará"
Alessandro Baricco
Sal, mar, sabiduría y placeres de la vida. Una única palabra griega (als) aunaba todos estos significados, subrayando la íntima conexión entre el mar, su preciada esencia salina y todo cuanto un hombre pueda desear en la vida: la sabiduría y el gozo. Dio fe de esto el mismo Hércules, viajero incansable y prototipo de héroe civilizador, en su travesía de Cádiz a Grecia, que le llevó cerca de la futura Sitges.
Desde hace...milenios, el arte celebra la atracción inexorable que el mar ejerce sobre el hombre. Pintura y literatura dan cuenta de como el mar llevó siempre al viajero a enfrentarse a lo desconocido, desafiando la mutable y plácida extensión acuática que, de repente, podía convertirse en un peligro mortal de olas implacables.
El mar es lo sublime: belleza suprema y terrible fuerza destructiva. Desde el mar emergen nuestros miedos más inconscientes; en el mar se reflejan nuestros deseos más sensuales. El mar representa todo aquello que queremos, pero que nunca hemos osado pedir.
Las obras seleccionadas por los artistas Federico Bencini y Raúl Pernia para esta exposición recrean con simplicidad minimalista todo el espectro del "universo mare", haciendo emerger por encima de la línea de flotación las durmientes --e irrefrenables-- emociones que el mar puede despertar en el corazón humano.
La exposición se inicia con los reflejos dorados de una plácida extensión marina surcada, un luminoso mediodía, por las siluetas fusiformes de peces (¿o son barcos?) que se buscan entre si, para luego escaparse y alejarse a la deriva, acariciados por los rápidos remolinos de la corriente. En este momento cristalizado, o más bien oxidado, de líquida cotidianidad, el viajero fatigado se abandona al plácido consuelo de su fiel soledad.
La placidez se impone a la violencia de las olas que emergen de forma monumental, cuando, al caer la noche, las mar-olas (cuchillas afiladas y listas para quebrar la frágil vida enjaulada) conservan la delicadeza de los pétalos de una flor, como si así quisieran proteger y consolar al marinero que se halla lejos de casa.
Inmenso, océano sin límites. Un resplandor de reflejos azulados sacia el ojo sediento del viajero. El mar ha vuelto a recostarse en una quieta superficie de fragmentos de espejos, reverberantes e inquietos. El sol se está poniendo. Las gaviotas graznan, dueñas del cielo.
Incluso el viajero más terco acaba rindiéndose al reflejo del mar en el momento en que, al atardecer, recibe en su seno un sol cansado, casi mortecino. En su último suspiro, en su silencioso y perfecto adiós, fuego y agua se unen en un abrazo sensual, poco antes de que triunfe la oscuridad.
Llegó la noche. Las estrellas empiezan a ascender por el cielo. El mar se convierte en una densa masa de brea negra, cediendo por unas horas su indiscutible dominio a los abismos celestiales. Una rendición sólo aparente, ya que es ahora cuando el hombre asiste al florecer de un mar etéreo, hecho de explosiones líquidas de nebulosas galácticas, lechosas y cerúleas, ocres y carmesís.
Se vislumbran nuevos océanos por surcar, tan inaccesibles como seductores. Ahora el viajero, de labios quemados por la sal, puede relajarse y descansar en paz, consciente de que en pocas horas retomará el viaje en busca de no importa qué, pero siempre buscando, siempre respondiendo a la profunda, incesante y gutural llamada del mar.
Valentino Gasparini
Imágenes de la Exposición
Océano Mar
Entrada actualizada el el 08 abr de 2016
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