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La sorpresa que provocan los hallazgos de aquellos aspectos reveladores y originales en determinadas cosas, naturales o artificiales, es la sorpresa del entusiasmo por haber descubierto algo oculto, como si se tratara del encuentro con la verdad más intrínseca y a la vez guardada de las cosas.

Cuando somos conscientes de haber atrapado por un instante el secreto o la clave de una cosa es como si hubiéramos interpretado un jeroglífico del mundo o de la naturaleza.

La certeza en la interpretación de ese signo nos permite afrontar la lectura de las formas como un lenguaje que se empeña en comprender nuestro espacio vital.

En ese intento por descifrar un lenguaje de signos desconocidos, el dibujante se apresura a trasladar el hallazgo hasta algo tan concreto y sencillo ... como es el dibujo.

La tarea, previsiblemente, recompondrá de un modo más o menos fragmentario un alfabeto que permita transcribir esa misteriosa verdad que guardan las cosas en su forma y, quizá también, articular los trazos que describan a los objetos más allá de su apariencia silenciosa.