Hasta 2011 su obra es de carácter expresionista, neofigurativa, donde las imágenes de rostros y figuras tejidas de trazos, texturas y ritmos violentos, a veces exaltadas por poderosos contrastes de color, a veces más bien atenuadas por tonos pasteles, se transfiguran desde su memoria e imaginación para darle sentido poético a su historia personal: es poesía dura, provocadora, sin compromisos con lo puramente estético. Pero es allí también, frente a esas metáforas visuales que pueblan sus pinturas, cuando advertimos que su verdadero poder es acercarnos a nosotros mismos: a lo que somos y no somos, al lugar de dónde podemos venir en la vigilia y en el sueño.

Su última obra es más bien abstracta, de dualidades cromáticas entre ricos negros y verdes, de trazos y texturas poderosos que se expanden y retornan en ritmos circulares desplegados en formatos rectangulares. Las referencias narrativas y figurativas han desaparecido en esta serie de cuadros verdes que revelan un diálogo distinto con el artista y con nosotros, los espectadores. Ruales hurga fuertemente en la materia, ya no en la imagen desdoblada de la historia. Nos aparta del espejo y nos acerca a una energía esencial liberadora.