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El proyecto que se presenta está realizado en un período de cinco años.

Mi primer viaje a la capital china fue en el 2007.

La ciudad estaba en plena efervescencia modernizadora, tuve la ventaja de tener a mi hija Tyra estudiando mandarín en la universidad de Peitá., llevaba un par de años ... viviendo allí, y ejerció de magnífica cicerone, con lo que me metí de lleno en la entrañable vida que los pequineses tienen en los 'Hutong', barrios de casitas bajas tradicionales, que tienen patios interiores comunitarios, con todas sus paredes pintadas en el único color del gris medio 18%, y sus estrechas callejuelas que parecieran la prolongación misma de los pasillos de sus viviendas. Es muy habitual verles salir en pijama a los servicios públicos comunales que tienen en cada esquina, pues carecían de ellos dentro, cosa que también está cambiando. La primera sensación que me produjo fue la de la familiaridad, nadie se molesta por nada, todos hacen gala de una serenidad cuasi zen. Cada cual va a lo suyo, pero también son infantilmente curiosos. Volví en el 2010, cuando ya se notaban a las claras los cambios urbanísticos que acarrearon los JJ.OO., con la consecuente invasión de marcas, coches y franquicias occidentales. Muchos 'Hutong' habían desaparecido para dejar paso a grandes avenidas comerciales enfocadas tanto al turismo de fuera como el propio.

Ahora este último año 2012, ha sido mi tercer viaje, y sí, Beijing sigue siendo especial, pese a que se nota mucho la ausencia de servicios, oficios y tascas que había por doquier, se han remozado sus calles y casas, se han restaurado y limpiado a fondo los urinarios público y le ha otorgado un aire más moderno acorde con los tiempos y con el consumismo.

Pero, en fin, pese a los pesares, los pequineses son una gente hospitalaria, tranquila y empática, que aunque les estén arruinando el mismo aire que respiran ellos pareciera que son inmutables, por eso les admiro.

Baylón, Madrid, enero del 2013.