Aunque Fernando Peláez viene participando en distintas colectivas desde 1987, su trabajo se impulsó en el circuito asturiano tras entrar hace diez años en la nómina de la galería Cornión, que le organizó algunas muestras individuales y le llevó a la feria de Arco. Expositor remiso, desde entonces siempre ha venido trabajando la obra sobre papel, delicadamente ungida de sugerencias, juegos lineales y guiños literarios. Sus últimos trabajos, que podemos contemplar en esta nueva exposición en la misma galería y en su ciudad natal, dan un paso más en ese afán experimental, sin renunciar a los intereses de antaño.

Hay un espíritu muy libre en Fernando, por supuesto en todo lo que pinta, aunque es factible hallar referencias diversas en su quehacer, en análisis discursivos acerca del romanticismo norteuropeo, llegando a la pintura metafísica o a ciertas tendencias del panorama figurativo hispano de los últimos quince años. Él, no obstante, se ... nutre básicamente de sí mismo, de un cierto aislamiento, del silencio, de sus inquietudes vitales y de su cotidianeidad que, en todo caso, delataría un obsesivo afán por leer poesía. No en vano, suele incorporar poemas a sus largos títulos, a los textos que inundan el papel o a las palabras que emergen del soporte. Sensaciones, volúmenes que se incorporan sobre un plano que, a menudo, pinta por detrás para filtrar pigmentos, aceites y colores sienas.

En esta ocasión no los cuadros no emplean aquellas etéreas figuras humanas que le dieron a conocer en nuestro circuito, ni flores, ni esas interesantes composiciones que realizaba hace cuatro años, estampando tipografías industriales que había heredado de una vieja empresa familiar, irónicos juegos infantiles que, a buen seguro, tenían que ver con su reciente calidad de padre. Letras y figuras le servían como base formal, expresando recursos habituales del diseño gráfico y ofreciendo sinceros homenajes a la literatura, la filosofía o la historia de la pintura. Pero sus búsquedas son hoy igualmente serenas, reconfortantes para cualquier mirada pura, en estos áridos territorios artísticos que corren.

Cierto azar es visible en la gestualidad aparente de algunas piezas, pero nada responde a la casualidad. Entre las cualidades de Fernando, tremendamente pulcro y detallista, destacan la capacidad reflexiva, el misterio literario, esas advertencias al espectador inteligente que se proyectan sobre temáticas variadas donde priman los paisajes norteños, entre árboles, llanuras, cielos y manchas acuosas.

Hay aquí, además, un fuerte contraste entre las escenografías del fondo y las construcciones blanquecinas que centran el eje de los cuadros. Un ánimo tal vez concéntrico, animado, tal vez, por la creciente serenidad vital que le mantiene en vilo. Es como si las casas pintadas cerrasen mejor la intimidad del hogar, como si los seres que antaño nos hablaban sobre el tiempo, o sobre la profundidad de las cosas, o sobre las cualidades del ser, lo siguiesen haciendo ocultos tras las puertas de esas construcciones de apariencia sencilla y doméstica.

En cualquier caso, los trabajos de Fernando son una consecuencia de su actitud ante la naturaleza. Pero a diferencia de los grandes pintores románticos, no persigue en ella un lenguaje arquetípico o excesivamente simbólico. Yo creo que, al contrario, lo que intenta es recuperar la actitud normal del hombre que se adentra en la naturaleza como en un santuario, discerniendo y contemplando las muy diversas conductas que manifiesta bajo sus formas materiales. Como muchos escritores que hablaban de la naturaleza como una escritura misteriosa cuyo seno oculta la poética más pura. Baudelaire, por ejemplo, habló de una naturaleza "templo que nos hace señales a través de una serie de símbolos". Incluso Friedrich, que apenas escribía, también dijo en una ocasión: "Cierra tu ojo físico a fin de ver tu cuadro en el eje del espíritu, luego conduce a la luz del día lo que has visto en tu noche con el fin de que su acción se ejerza sobre otros seres del exterior". Nos invitaba a viajar desde el paisaje hacia la interiorización. Similares principios parecían tener antes y después Turner, Blake, Novalis o Füssli. Para todos ellos, como en la filosofía de Schelling o en la lírica de Hölderlin, esa virtud es la que permite fundamentalmente acceder a lo indecible, dejando que la experiencia estética sea el acontecimiento final, la verdad por excelencia. Quizás por eso, Fernando continúa rezando a la poética, sí, y a la lectura, los barnices, el betún de Judea, los pigmentos, la luz, el equilibrio; continúa valorando el papel con humildad, reconociendo incluso sus reservas hacia otros soportes o formatos más y mejor cotizados en el mercado artístico. Sus nobles principios son, antes que cualquier asunto, un cúmulo de coherencias que debemos valorar a largo plazo. Mientras tanto, contemplemos los progresos de uno de los artistas más auténticos de nuestra pintura contemporánea.