El artista cántabro reproduce las creaciones de los grandes maestros con rotulador negro sobre papel irrompible, mediante una técnica de rallado en vertical que dota al resultado final de una estética de antigua fotocopia, muy indicada para subrayar el carácter consumista y la ausencia de contenidos del arte en la sociedad occidental. A continuación estruja el papel hasta convertirlo en una pelota, y finalmente lo cuelga en la pared, estirado pero dominado por las arrugas, o bien simplemente abandona el burruño sobre el suelo de la sala.

Bajo esta propuesta lúdica late una crítica al vaciado de contenidos que está sufriendo el arte, su conversión en mercancía y su serialización para usos prosaicos, y una meditación sobre los nuevos modos de percibir e interiorizar la belleza. Empujando su propia creación hasta las lindes de la imagen fotocopiada, el artista cántabro también propone un interesante debate sobre el dilema entre copia y original. Y, sobre todas estas consideraciones, se cuestiona el sentido y las funciones que ha de preservar el hecho artístico, más allá del mero entretenimiento de masas. 'Deberíamos preguntarnos', explica Javier Arce, 'por qué la gente acude a los grandes centros culturales. Quizá se ha convertido en algo parecido a pasar la tarde del sábado en el Carrefour. Creo que en lugar de interesarnos por el número de visitantes de una exposición, deberíamos prestar más atención a la educación, a enseñar a ver arte a los que no están familiarizados con él'.

El Centro de Arte Caja de Burgos acoge con interés e ilusión su original modo de reflexionar sobre la función artística.