Las últimas series fotográficas de Adrian Tyler poseen una extraña capacidad de seducción. En ellas, precisión técnica, coherencia discursiva y trabajo conceptual -tres constantes habituales del trabajo del autor-, se aúnan para dibujar un perfecto retrato de la sociedad contemporánea. Un retrato que elude de forma voluntaria los espacios más cotidianos del sujeto contemporáneo para caminar al encuentro de dos de los lugares que, hoy día, le resultan más ajenos: la naturaleza y el poder.

Es así como el espectador, atraído por la enorme cantidad de detalles que se le presentan, se siente invitado a recorrer una y otra vez cada una de las imágenes de esta exposición. No obstante, a cada paso, a cada mirada proyectada sobre las fotografías, el visitante comienza a tomar conciencia del inteligente juego de opuestos creado por Tyler: una batalla dialéctica entre política y ... vegetación que no es sino una cuidada metáfora de todo eso que hoy nos resulta inaccesible. De ahí el título de esta exposición: Prohibido el paso.

Un paso al poder, ya sea político o corporativo, representado a través de los imponentes pasillos del edificio del Parlamento europeo en Bruselas y de las salas de diferentes centrales nucleares españolas. Polípticos fotográficos cuyo orden compositivo y rigor geométrico anhelan trasmitir la atmosfera de frialdad, control y coerción que gobierna estos espacios. Unos espacios vetados a cualquier contemplación ciudadana, cuyo funcionamiento y estructura interna se encuentra reservada a tan sólo unos pocos y que, gracias al trabajo desarrollado por Tyler en los últimos años, podemos ahora contemplar.

Y frente a ellos, un espejo, el espejo de la naturaleza. Sus reflejos nos hablan de la ausencia de referentes, de la imposibilidad de encontrar en esa masa boscosa cualquier huella de lo humano. El sujeto se desvanece; la perspectiva ha desaparecido. El visitante se enfrenta a unas imágenes que se sitúan en las antípodas de la simetría y el orden. Ante nosotros se dibuja ahora un pequeño laberinto. De nosotros depende el saber perdernos.