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Lo que sobra, lo que permanece... El título de la exposición revela la complejidad y estratificación de significados, como el misterio y la fascinación que puede provocar el hallazgo de un vestigio arqueológico. Es como cruzar un umbral y contemplar, a través de la presencia de un retazo, el sobrante de lo que la vida ha consumido.
Después de una mirada atenta los insectos impregnados de ceniza parecen haber alterado su estado físico asumiendo semejanzas minerales, con el mismo encanto que una escultura se transforma en ruina con el paso del tiempo.
A través de sus obras Guido Anderloni nos lleva a reflexionar sobre la tensión entre lo que está vivo y lo que está muerto, y así cada objeto, cada cuerpo, contiene una energía. Delante de estas imágenes la pregunta que uno se formularía es si existe igualmente una energía en la muerte.
Dos parecen ser los referentes conceptuales para encontrar respuesta.
El primero lo sugiere la física: 'nada se crea, nada se destruye, todo se transforma', que parece definir la muerte más bien como una transformación entrópica, con una dirección materialista que consigue, paradójicamente, volverse un consuelo: no somos espectadores del final sino más bien de la evolución.
El segundo se refiere a la ambigüedad lingüística resultante de la acepción dual de 'natura morta' en italiano y 'still life' (todavía con vida) en inglés. Ambos son términos engañosos -o false friends, como dirían los neófitos de esta lengua- pero sin embargo esta ambigüedad parece ser el punto de encuentro donde se cataliza la atención de Guido Anderloni.
¿Existe la belleza de la muerte? El vértigo que envuelve lo que está desapareciendo, cambiando de estado, como en un lugar surreal y mágico de luz indefinida, donde transita el paso entre noche y día. Este instante ha sido siempre un tema importante de la tradición de la representación y aquí lo encontramos en el estado de gracia de una flor marchita, en sus últimos imperceptibles movimientos.
Las apariencias contienen más mensajes que los que nosotros les dejamos transmitir. Anderloni nos guía con su mirada en una dimensión aparentemente inmóvil, silenciosa. Y nos seduce, nos permite tener respuestas a las preguntas sobre la observación de un mundo animal y vegetal en un continuo flujo entre significado y significante, entre el residuo de la vida y el velo polvoriento de lo inanimado que deja huella atravesando el espacio y el tiempo. Lo que queda son vestigios, fósiles, objetos testimoniales de una trasformación todavía para descubrir.
La muerte hace parte del juego del destino y, en una sociedad como la actual -donde se ignora la prohibición simbólica de su representación- se considera engañosamente necesario poner una censura.
En épocas renacentistas y medievales no se producía una separación rotunda entre la vida y la muerte, por lo que dichas referencias a la muerte no eran, entonces, razón de escándalo. Curiosamente es justamente al convertirse en un tema censurado socialmente cuando muchos autores contemporáneos se han dedicado a ella con enfoques expresivos más o menos manifiestos.
Anderloni utiliza un lenguaje implícito para poner interrogantes sobre la efímera condición del ser, reforzando su intención en la realización de las piezas en las que el artista interviene con una mirada hecha de imágenes reflejas, como si fuéramos nosotros, los espectadores de su obra, el insecto a observar. Con un código visual basado en la reflexión del espejo nos quedan las huellas de estos interrogantes, al mismo modo que la ruina a la arqueología.
Este trabajo oscila entre la mirada y lo no dicho y, adentrándonos en este juego, quedamos seducidos por la precisión del detalle de la imagen, que a veces incluso nos desorienta por su veracidad, ya que se nos presenta como tridimensional, casi presente en la misma dimensión espacio-temporal del observador.
El atractivo de las propias obras consigue, en una época en la cual técnicamente todo parece posible, que nos remitamos conceptualmente a la idea y al trabajo del pintor que ensambla, que crea por partes, divide y une. Así, los insectos y los bodegones en el De rerum natura de Guido Anderloni se muestran sin adornos estéticos pero se conectan con la tradición pictórica del siglo XVII del vanitas. Encontramos una llamada a la reflexión sobre la caducidad de la vida que, por el uso meticuloso de la luz, nos recuerda los frescos y las atmósferas de Tintoretto. Existe también, claro está, una conexión al claroscuro caravaggesco entendido como detalle teatral y perturbador. Así, podríamos descifrar estas fotografías como si fueran retratos, paisajes, o geografías interiores donde se manifestara el peso de una época a través del dramatismo estético. Él mismo dice que 'lo dramático me ayuda a reconsiderar aquellos aspectos más marginales y más efímeros, como el moho, un insecto, la pequeña flor de campo'.
Lo suyo es llegar a la ligereza a través del contrario, desestabilizando las reglas de codificación o comprensión de la lectura de una imagen o de un objeto. Es como desacralizar a través de la oficialidad.
Como diría el artista fluxus Robert Liliou: 'El arte es lo que convierte la vida en algo más interesante que el arte'.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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