Por esto su arte también remite al mundo de los sueños, de los cuales Miju toma buena nota y dibuja una vez se ha despertado. Las imágenes oníricas le sirven de fuente de inspiración para subvertir la aparente lógica de lo real. Ella readapta a su lenguaje, imágenes y símbolos disconexos, y aparentemente vacíos de significado, otorgándoles un lugar inusual gracias a su peculiar capacidad de hacer parecer normal lo que es excepcional y, viceversa, hacer extraordinario lo que hemos contemplado cientos de veces sin prestar atención.

Pero en Miju Lee esto no es una estrategia premeditada, de vocación pretendidamente surrealista ni accidentalmente naïf. Simplemente, ella ve la realidad de una manera especial. Transforma todo lo que ve desde su innata manera de ver el mundo. Para Miju, un osito con antifaz, un hombre-cafetera o una montaña con ojos son tan reales como una habitación vacía o los vestidos de su armario.

De ahí que nos encontremos ante una artista mayúscula, que va más allá de la mirada fría y distanciada característica del mundo de consumo y de la era de internet, ya que tiene la capacidad de ahondar en aspectos aparentemente residuales de nuestra cultura, desde un hermoso sentido poético.

Pocos artistas son capaces de transportarnos de una manera tan directa hacia su mundo irreal, pero ella hace suyo todo lo que toca. Esto se debe a la enorme personalidad de su trabajo. Una vez nos familiarizamos con su manera de trabajar, comenzará nuestra casi inevitable mijulización de la vida.