En la sociedad de la apariencia y el simulacro, del exceso y la ostentación, de la apropiación de ideas y la falsedad sin límites, el arte busca incansablemente un lugar para expresarse, para expresar su verdad. Sin embargo, al formar parte del entramado social, en ciertas ocasiones cae en el juego fácil, en el 'pelotazo', al sucumbir a la moda y al autoengaño. Conservar la pureza y la honestidad en un entramado económico malicioso, es terriblemente complicado, casi imposible, de ahí que nos descubramos al contemplar trabajos rigurosos, pensados y buenos. Esto es lo que sucede con la obra de Javier Rojo, no hay falsedad, hay verdad, hay pintura. Javier es heredero de la abstracción en su vertiente lírica e informalista, aquella que busca la esencia, que sucumbe al vacío.

Desde sus paisajes de ... marcada influencia oriental hasta sus pinturas gestuales, la filosofía zen impregna su trabajo. Se trata de buscar lo sencillo, de valorar lo aparentemente insignificante, de poner en valor aquello que parece a la vista no tenerlo. La estampa japonesa (ukiyo-e), fascinó a artistas como Van Gogh, Gauguin, Matisse y Whistler, por sus tintas planas, sencillez en el dibujo y expresividad. Esa delicadeza de los trazos es patente en su trabajo figurativo. Ejemplo de ello son sus paisajes, en los que se aprecia una naturaleza dibujada sutilmente en negro, bajo un fondo blanco. La oscura línea, que conforma el objeto representado, evoluciona en la pintura de Javier Rojo hacia una abstracción deudora, al mismo tiempo, del expresionismo abstracto y el informalismo. Siguen presentes en esta nueva etapa los grandes campos sin color, cruzados por líneas mayoritariamente pardas, negras y ocres. Como en las pinturas de Franz Kline la superficie queda cubierta por formas casi caligráficas. Un vacío surcado por un trazo expresivo en el que recurre, de nuevo, a un misticismo zen. Hallamos también la influencia de las brumas abstractas de Turner, y más cercanos en el tiempo el informalismo lírico de Zóbel, que como apunta Francisco Carpio al hablar de la obra de Javier: <<sirvió de puente-río entre el expresionismo abstracto occidental y el agua pintada de oriente>>. Pintura en estado puro que desemboca en una poética del matiz y el gesto expresivo, una mirada que, al igual que la de Zóbel, Kline y Tobey, es capaz de unificar dos culturas, la oriental y la occidental. Superficies blancas, infinitas e inalcanzables que acogen las manchas de color que flotan en un gran vacío.

Recorridos sin piel, es el título de la actual exposición de Javier Rojo correspondiente a la obra realizada en el año 2010. En estos nuevos trabajos se observa un cambio, en realidad más que un cambio se trata de una evolución. No existe una ruptura con respecto a las obras anteriores, hay un fluir natural que mantiene la marca de estilo. Javier sigue en su estética zen, sus inmensos vacíos y su expresividad gestual. Un trabajo sin piel, intimista, una búsqueda plástica que ahonda más en el blanco y en sus posibilidades, no sólo como superficie sino también como color. Blancos puros, grisáceos. Blanco añil, roto, crema. Blanco de lienzo, de materia.

<<Mis relaciones con el material que utilizo son los de un bailarín con su pareja, del jinete con su caballo, de la adivina con sus tarots. Entonces es posible comprender el interés que se siente por un nuevo material enlucido y mi impaciencia por probarlo>> (Jean Dubuffet).

En estas piezas la conexión con la obra es tal y como la define Dubuffet, un trabajo que va más allá de la pintura, que se hunde en la materia, en sus características y aptitudes.

La fascinación por la utilización de materiales reales incorporados al cuadro es corriente en la mayor parte de las vanguadías artísticas, desde el collage cubista hasta las combine-paintings de Rauschenberg pasando por los merz dadaístas de Schwitters. Javier abandona momentáneamente la pintura para centrarse en los objetos, dando lugar a pinturas con volumen, a cuadros escultóricos en los que se combinan materiales de distinta naturaleza. Un povera renovado, actual, acorde con el siglo XXI.

En las piezas descubrimos, cartón, plástico, madera, cuerdas, restos de obras propias que han sido cortadas y pegadas sobre el lienzo. El gesto, la pincelada ha desaparecido. Es una actitud más conceptual, que evidencia la trasformación que se produce en los elementos incorporados, objetos de desecho que adquieren una nueva dimensión tras la acción artística. Vuelve oriente y su filosofía, vuelve la mirada a lo pequeño, a aquello que parece carecer de valor, lo ínfimo. En realidad, los materiales ejercen la misma función que la pintura, expresan con una escasez de medios múltiples cuestiones, y son estas cuestiones la que sutilmente perforan nuestras cabezas. Mente y cuadro se vacían cubriéndose de silencio. Un silencio definido por Rothko como: <<precioso>>.