Alguien en un edificio cercano mueve una ventana, el sol se refleja por un momento en el cristal y un resplandor esquivo y momentáneo inunda tu retina. La luz resplandeciente te ciega por un instante y deja en tu mirada un extraño cúmulo de imágenes saltarinas que no tiene perfiles definidos y se van diluyendo en la luz habitual que reciben tus ojos.
A veces, una sensación parecida aparece al cruzarte con alguien en la calle, cuando caminas en dirección a algún sitio y diriges tu mirada a alguna persona que también te mira en ese momento. Es un cruce de miradas tan fugaz que no hay tiempo de recoger mucha información uno del otro, pero en el intercambio queda una huella, una imprimación de algo que parece que quiere dejarte la otra persona, quizás involuntariamente, quizás porque hay algo que, sin saberlo, une a ambos y se muestra en esa...conexión.
Las miradas congeladas de esos cruces pueden decir muchas cosas de forma voluntaria o esconder muchas otras que están gritando por aparecer a la superficie y deshacerse de las ataduras sociales que las impiden aflorar.
Congelar esos momentos de estupefacción, de estupor, de sorpresa, de miedo... Recoger el rictus expresivo del yo escondido dentro del yo social... Profundizar en la mirada que quiere romper la barrera de los ojos... Expresarse con el gesto que surge espontáneo sin mediación de la voluntad...
Son como los reflejos del sol en el cristal restallando en nuestra retina. Son los reflejos de miradas ocultas, de las sensaciones que bullen en las entrañas de nuestras conciencias y que tantas veces quedan aletargadas por las circunstancias personales de cada uno.
Reflejos que el metal quiere aportar a la expresión de los rostros de unos seres, imaginados o reales, de personas que pueden ser a su vez el reflejo de otros que los observan, de muchos que los sienten suyos.
Entrada actualizada el el 22 ene de 2019
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