Toda construcción visual es fruto de su tiempo y transformaciones. De las circunstancias históricas, de los descubrimientos científicos y tecnológicos que los han revestido. Aquellas en las que el hombre ha invertido en su materialización, o construyéndolas a partir de sus percepciones y matriz lingüístico cultural. Desde Sócrates a Descartes, desde Peirce a Barthes, desde Foucault a Didi Huberman, su estudio ha sido incesante. En estas casi dos décadas del siglo XXI -y pese a su “fragilidad ética” tal como sostenía Susan Sontang- la imagen a adquirido preponderancia inusitada en el mundo de la comunicación, y en los ámbitos del poder informativo. Pese a ésto, su indagatoria planetaria continúa interpelándonos. Ya sea desde sus extraviados paradigmas o desde las muchas y variables interrogantes que surgen en torno a sus consideraciones, usos y abusos. En época de drones e inteligencia artificial quizá las palabras de Otl Aicher “sólo el ser humano...puede duplicar el mundo por la imagen”, puedan resultar equívocas cuando no premonitorio. Sin embargo, las poéticas espaciales continúan dependiendo de las revoluciones geométricas que a partir del siglo XIX dieron un paso más allá de los postulados de Euclides. Ante ese devenir de incertidumbres existenciales en los primeros años de la Bauhaus, Gropius, sostenía que toda actividad humana era en si misma una construcción. El reconocer las imágenes como tal, no nos hará más libres pero si menos dependientes de los estereotipos consumistas que la tardía “modernidad” del imaginario nacional, para siempre dispuesta a imponer.
Entrada actualizada el el 22 oct de 2018
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