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La violencia recorre las calles de América Latina; es parte de su paisaje y constituye su identidad. No es mi objetivo referirme a las causas de la violencia: pobreza, desigualdad, injusticias; sino mostrar, con la contundencia de las imágenes, como la sangre se convirtió en algo natural, y en una posibilidad latente en casi todas las calles, en casi todos los barrios y a la vuelta de cualquier esquina. La distancia, y al mismo tiempo la cercanía, que proponen las fotografías; esa posibilidad de mirar sin ser visto, de ser testigo
... sin correr peligro, modifica el vínculo con la violencia. Hace que sea casi imposible no reflexionar sobre el tema. Este reportaje es un recorrido por las ciudades más violentas del continente. Buenos Aires, Río de Janeiro, Medellín y Ciudad de México. Ciudades en las que se vive un estado de guerra constante, al parecer eterno, en el que la vida parece carecer de valor.Situaciones como las que fotografié son cosa de todos los días en los barrios marginales de estas ciudades, donde los niños (muchas veces de la mano de sus madres) se involucran casi jugando en las escenas del crimen y miran los cadáveres de la misma forma en que observan la televisión. Sin saberlo, imprimen en su memoria imágenes de sangre y muerte, creyendo que todo eso que viven a diario es normal.
Este trabajo no se propone conseguir primicias, en su lugar pretende indagar en profundidad sobre una temática que, por desgracia, es común a prácticamente todas las grandes ciudades del continente. Tiene por objeto mostrar de una manera cruda y real la consecuencia de la gran desigualdad y la miseria que se vive en toda América Latina.
Las imágenes de muerte, sangre y dolor que estoy acumulando forman parte de una aterradora realidad cotidiana. Aquello que muchos estudiosos consideran hoy el germen más destructivo de las jóvenes democracias latinoamericanas.
El trabajo de Diego Levy no es fruto de una selección efectuada sobre coberturas anteriores, sino un fin en si mismo. Su gran aportación es haber captado las diferencias y similitudes que se dan en aquellos territorios signados por el hambre y la violencia.
En sus imágenes, rápidamente pasan a un segundo plano los estilos de cada ciudad: el horizonte desnudo de Buenos Aires, la geografía escarpada de las favelas, el denso anochecer de Medellín y los desmesurados bordes urbanos del Distrito Federal. En ese punto, con asombrosa sincronía, las posiciones de los cuerpos acribillados en cuatro puntos diferentes del planeta parecerán urdidos por el mismo director de escena. Al igual que el gesto impávido de los policías, siempre un rostro aplastado contra el suelo. Siempre la misma camilla de metal. El mismo reguero de sangre. La mirada desconcertante de los muertos. Como si en la historia de la humanidad sólo hubiera tres o cuatro metáforas, en un mundo donde morirse es mas fácil que vivir.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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