Hay un momento en que Alicia descubre que de la forma puede extraerse una vibración sensorial, y de la sensorialidad de la forma un modo de sentir el mundo. En sus cuadros se ve la marca invisible de ese pasaje.

Distintas técnicas aplica con tal de explorar las formas y los estados de los cuerpos de unas simples botellas y jarrones. Y es el cuerpo lo que explora porque en los objetos que pinta fluye una especie de poder orgánico.

Por más evanescentes que los piense, los de Alicia son volúmenes con interioridad. La interioridad es la prueba de que hay un cuerpo constituido, y un cuerpo se constituye incorporando el mundo, ampliándose porque amplía sus enlaces con lo existente como totalidad.

En una pintura, la interioridad es el modo en que el color ya no pertenece a la figura o el fondo, sino que atraviesa todo el plano con felicidad suprema, haciendo del fondo figura y de la figura fondo (por más nítidos que los veamos: la interioridad no es una cuestión de contornos, sino de flujo creador).

El jarrón solitario sobre el alféizar que Alicia pinta sintiendo el juego difícil de las transparencias imaginarias, es la mayor evidencia de que en sus pinturas el mundo ya está presente como arte.