Una constante vital suya fue una cierta tendencia hacia el misticismo que la llamaba al retiro espiritual y a la meditación. La música y la literatura alimentaban también su espíritu. Lectora incansable de los más variados textos, disfrutaba con los autores clásicos y se interesaba por el pensamiento oriental o por la poesía, género que ella cultivaba. Su actividad artística y su misma existencia estuvieron preferentemente dedicadas a la reflexión y a la búsqueda, llevada por la necesidad de cultivar las funciones del alma.

Teresa Morán Ortega nace en Valladolid en una familia intelectual de inclinación artística. Su padre, químico de profesión, fue profesor universitario; su madre, crítica e historiadora de Arte, también profesora de la Universidad de Valladolid. En su inicial formación siguió los pasos paternos y estudió Químicas en la Facultad de Ciencias de nuestra Universidad. No satisfecha con esta orientación, hizo el examen de ingreso, con la máxima nota, para estudiar Arquitectura en la Universidad de Pamplona. Tampoco su inclinación hacia esta especialidad fue lo suficientemente decisiva y se trasladó a Madrid para cursar Ciencias Geológicas en la Complutense. Finalmente, realizó los estudios de Arte en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, donde se graduó en 1989. Pese a tener un elevado coeficiente intelectual, le costó elegir una profesión hasta encontrar la convicción de educarse en la pintura y escogerla como oficio para toda la vida.

En su larga etapa formativa, una fuerte inquietud por beber de las fuentes del conocimiento la impulsó a experimentar las más variadas materias que le fueron aportando amplios conocimientos de análisis de la naturaleza, teóricos y prácticos, elementos que iban enriqueciendo su persona para integrarse en un sentido unitario. Desde entonces, la pintura fue en ella el mismo acto de vivir.

Presentó su primera exposición individual en 1989 en la Galería 'Castilla', a la que le siguieron otras, individuales y colectivas, en diferentes salas de Valladolid, Zamora, Madrid, Bar ce lona, Palencia, Santander, Atlanta y distintas ciudades de Alemania. Su generosa inclinación hacia la acción social y la cooperación, por encima de ideologías, tendente a conectar con el amor que hay dentro de cada ser humano para transformar esta sociedad sin valores, le llevó en el ámbito personal a militar en numerosas organizaciones humanitarias, y se reflejó también en la colaboración con su obra artística en exposiciones orientadas hacia esta finalidad, como '¡Derechos Humanos ya!', organizada por Amnistía Internacional, en1991; 'Artistas de Valladolid por la Tolerancia', en 1997; o las sucesivas ediciones de Artecampos. Proyecto Eu ro peo, de 1996 a 2001.

Homenajes, ferias, bienales, premios le proporcionaron escenarios para exponer sus cuadros. Realizó trabajos editoriales para portadas de libros e ilustraciones, así como murales. Su obra figura en numerosas colecciones privadas y entre los fondos artísticos de colecciones públicas: Diputación de Valladolid, Museo de la Universidad de Valladolid (MUVa), etc. Se han dedicado a su obra numerosas reseñas bibliográficas y ha obtenido diferentes premios.

Figuras, paisajes, flores, bodegones, son motivos para expresar su concepto existencial. La observación de la naturaleza en Teresa Morán tiene la intención de desvelar en cada elemento observado otras tantas metáforas de lo sobrenatural. Mediante la composición pretende, tanto como efecto como procedimiento técnico, que cada elemento adquiera un significado particular, y así los objetos se convierten en signo, adquieren caracteres de lenguaje, pero de un lenguaje cifrado. En ello coincidía con el pensamiento germinal de Paul Klee, cuando dice que el arte es un símbolo, como las cosas terrestres son un símbolo cósmico.

La pintura de Teresa Morán es idealista, depurada, introspectiva, está cargada de fuerte simbolismo y de una gran espiritualidad. No es una pintura fácil. Ha de ponerse primeramente en situación, porque huye de la ejecución mecánica, virtuosa, aunque por la habilidad con que estaba dotada hubiera sido lo más cómodo para ella.

En su proceso de creación partía de un estado previo de meditación, de contemplación, hasta que lograba aprehender la esencia del objeto y, una vez fusionada con el motivo elegido, el acto de pintar venía a ser una verdadera confesión personal, la expresión del alma de la pintora. Por ello, la plasmación material es muy rápida, en la que ya no hay dudas ni tiene sentido el retoque.

Su actitud mental ante la pintura es como la del extremo Oriente, y es que lo Humano, con mayúscula, es tan universal que, en lo profundo, no conoce fronteras. Como para el creador oriental, también para ella la tarea inicial del artista es sosegar el espíritu y liberarse de las presiones exteriores. Tras esta depuración, puede enfrentarse con el universo y tratar de transmitirnos alguna de sus infinitas parcelas. No busca la apariencia desde los distintos puntos de vista, sino que es la pintura de lo subyacente y, como en el espíritu oriental, radica una negación de sí mismo en la esencia de este arte.

El significado simbólico de algunos objetos representados por Teresa Morán, como son por ejemplo la concha, el cuenco, el cáliz, el mantel, la azucena, la transparencia del agua y el cristal, se esclarece a la luz del lenguaje metafórico. Su arte compositivo consiste en dar a los símbolos individuales una conexión natural de manera que haga evidente un pensamiento de amplias proporciones. Su tarea es la representación visible de la realidad aún no visible, es hacer del arte figurativo la clave y el medio de expresión de una nueva visión de la realidad, una visión que puede ser al mismo tiempo interpretación y que viene a ser la concepción del mundo.

La preocupación metafísica ante el comportamiento propio de la materia pictórica es una constante que ha motivado a numerosos creadores de todas las épocas. Fue el sustrato del pensamiento neoplatónico, está en el barroco español místico y trascendente, con las blancas telas de Zurbarán; como se encuentra en los esenciales bodegones de Cézanne o en la abstracción espacial de Rotko, además de en las corrientes simbolistas y metafísicas de diferentes artistas actuales que lo siguen demostrando.

La superación de la perspectiva central ha permitido que la pintura pueda leerse como una escritura de signos figurativos, que a la vez instruye intelectualmente y eleva el espíritu. En la forma conceptual de resolver sus composiciones, Teresa se acerca a la estética 'zen'. En la mayoría de los cuadros se observa una posición como de sobreelevarse por encima de la realidad concreta del objeto en una unificación trascendental, en la que la superficie se hace fondo para que se manifieste el carácter íntimo de los seres. La unidad del mundo visible con el sobrenatural se percibe en estas pinturas.

Aunque practicó todas las técnicas, no es mera casualidad si entre ellas eligió el pastel, porque es el medio en el que mejor se expresa. Las barras de color le ofrecían la posibilidad de captar la claridad más etérea y evanescente de sus tonos, que dan a la autora el medio que conviene a la seducción de sus temas. Las mismas partículas del polvo y su aterciopelado acabado le confieren una levedad metafísica, unas vibraciones imperceptibles que unen en natural armonía materia y espíritu. Pintura incisiva, interiorizada, rica en implicaciones subyacentes, nos induce en comunión con la materia, elevada ella misma a una especie de estado de gracia.

La luz es el lenguaje que define la forma, crea ambiente, compone paisaje. Habla con sombras de foco de luz nocturna, o modula con suaves sombras violetas el nacimiento del nuevo día. Hay en la luz, en los dobleces y textura de una tela, en la precisión casi dolorosa de un tenue objeto menudo, una magia silenciosa, un momento indefinible que bien querría ser la eternidad de lo sagrado. Para lograr esto, Teresa Morán se encaminó, en soledad y autorrenuncia, hacia la búsqueda de lo sublime.