Exposición en El Escorial, Madrid, España

Sobre río Júcar, 1976

Dónde:
Galeria Edurne / Av. Constitución, 52 / El Escorial, Madrid, España
Cuándo:
Desde 08 oct de 2016
Inauguración:
08 oct de 2016 / 12:30
Precio:
Entrada gratuita
Organizada por:
Artistas participantes:
Documentos relacionados:
Descripción de la Exposición
El objeto de esta exposición es muy simple: se trata de celebrar los 40 años de mi primera exposición. Era en Madrid en la galería Edurne y yo tenía 20 años. Creo que es para celebrar, no es tan importante ese número redondo de años como el hecho de que todos esos años han pasado activamente. Una de las frases que aparece en el libro de citas de Fernando Zóbel, Cuaderno de apuntes, decía que todo el mundo es poeta a los 20 años, pero pocos los que lo son a los 50. Ciertamente es difícil ser pintor a esa edad y más en los tiempos que corren. En el pasado eran pocos los que se dedicaban al arte, pero tenían un alto concepto de su labor. Hoy día es infinidad el número de artistas y ese grupo además se amplía considerablemente si a ellos añades la gente trabajando en ... el ámbito del arte. Sin embargo es muy perceptible un extendido espíritu de derrota, de estar trabajando en algo inservible o fácilmente prescindible. Razón de más para celebrar. Es notable además que la galería Edurne siga activa en estas fechas a través de sus sucesivas metamorfosis. Supongo que tampoco es fácil para una galería mantenerse abierta cincuenta años. Yo la seguí en parte de esas transformaciones, hice una segunda exposición con ellos en su etapa en Pedraza y me alegra tener ocasión de participar en la presente fase en El Escorial. Todos estos reconocimientos Muchos ya no están con nosotros, notablemente para mí, Fernando Zóbel, que fue verdaderamente el gestor de aquella exposición. Celebrar es pues también en este caso manifestar mi agradecimiento a su persona y a Margarita y Antonio Navascués por haberme dado la oportunidad de iniciarme en el mundo del arte. Y también a través de ellos a todos los que han mostrado y defendido mi trabajo. Han sido muchos, como para mencionarlos individualmente, pero todos muy importantes para mí a lo largo de los años y nunca los he olvidado. Hasta llegar a la galería con la que trabajo hoy día, F2. Todos estos reconocimientos no significan que pretenda haber llegado muy lejos, sino haber vivido la creación artística y el mundo del arte muy intensamente y por supuesto pretender seguir haciéndolo. Lo cual nos lleva de nuevo al principio, pues está claro que todo esto no son sino meras anécdotas, pues cuando se trata de arte, al final lo importante son las obras en sí y la experiencia que provocan. Para la exposición, lo esencial para mí ha sido revisitar unas obras de hace 40 años y preguntarse qué sentido tienen, en sí y hoy en día, tras todo este tiempo transcurrido. Con ese objetivo he realizado una versión en tamaño ligeramente menor de algunos de los cuadros pertenecientes a aquella serie. Pero, ¿por qué hacerlo? Es evidente que mi obra ha variado mucho desde entonces, quizás tanto como para hacer al autor detrás de ellas irreconocible. En aquel entonces me cautivaban los artistas que no se repetían a sí mismo sino que cambiaban su obra según las experiencias que tenían y los contenidos que pretendían transmitir. Me parecía que eso era una señal de autenticidad. Y así ha seguido pareciéndomelo con los años aunque el concepto de autenticidad se haya hecho más y más cuestionable. Quizás por eso he podido ahora intentar repetir algunos cuadros. Entonces un modelo notable en ese aspecto era Picasso con sus diferentes etapas. Sin embargo, los cambios en Picasso me parecían principalmente estilísticos y creía ver que un fondo de preocupaciones y temas se mantenía en ellos. Para mí, el sentimiento de que en un momento dado había agotado ya una expresión pictórica y que su continuación no traería sino repetición pronto se mostró que no se refería sólo a la forma y al estilo en que se ordenaba, sino sobre todo a los contenidos y las experiencias que expresaban. Es por eso que la pregunta por si esos cuadros siguen diciéndome algo interesante es más notoria, pues no se habría de evaluar solo su destreza pictórica sino también su sentido. En primer lugar, quizás convenga decir al respecto que el tiempo ya ha realizado una evaluación que me parece haber resultado bastante paradójica, pobre en unos sentidos y muy rica en otros. A pesar del relativo éxito de la exposición, a nivel de ventas y de aparición en la prensa –y mucho más importante para mí, Fernando Zóbel colgó uno de los cuadros de esa serie en las paredes del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, donde estuvo hasta su muerte-, nadie se ha vuelto a interesar por esos cuadros desde entonces. Ya en la única ocasión en que se me pidió una obra de la serie para una exposición sobre el grupo de Cuenca, tuve problemas en localizar un cuadró más allá de los que están en la colección de la fundación March. Esa es la única ocasión que he tenido de ver de nuevo en directo uno de esos cuados y además con la adversidad de que el que encontré estaba extrañamente dañado. Mi revisión pues está realizada pues sobre el horizonte de ese juicio del tiempo y además no sobre las obras originales sino sobre reproducciones y esto es importante de enfatizar. Tampoco he intentado revivirlas experiencias que los suscitaron en un contacto directo con el río Júcar. Mis pinturas en esta ocasión responden a una mirada de segundo orden. Mi apreciación tras el proceso es que los cuadros se mantienen sólidos de una manera extraña pues también se encuentran alienados de todo lo que ha venido a considerarse arte contemporáneo. Funcionan como una experiencia de la visión muy ligada a una concepción del arte contemporáneo que estaba vigente en la obra de Fernando Zóbel, pero también que era muy común a principios del siglo XX. Matisse, por ejemplo, escribía mucho sobre la pintura como una transcripción de la experiencia de la visión. Que esa traducción se realiza en un lenguaje propio al artista está implícito en Matisse pues siempre se trata de los sentimientos del artista. Todo esto está claro en Fernando Zóbel y es para mí quizás el legado más importante que recibí de él. Con las corrientes hoy día dominantes del arte contemporáneo, la necesidad de ese lenguaje y de esa transcripción se difumina para ser sustituido o por el propio proceso productivo en descrédito del objeto acabado o por una función de archivo favorecida por las teorías de la muerte del autor que propiciaron el éxito del apropiacionismo. En ambos casos los lenguajes con los que los artistas transmiten sus mensajes son los propios de los sistemas de producción vigentes y los contenidos, los propios de la cultura de masas. Procesos y tecnología por un lado y espectáculo por otro extendiendo su impacto sobre la población de distintos grupos sociales, étnicos y culturales a velocidad vertiginosa y con unos efectos cada vez menos evitables. Mi obra a lo largo de los años ha estado dialogando con todos estos fenómenos, espero que no simplemente sometiéndose a ellos. ¿Por qué, entonces, dado ese anacronismo, revisitar y reconstruir, hacer nuevas versiones de esos cuadros, en lugar de dejarlos ocupar un sitio y una función en un periodo formativo? En última instancia no lo sé. Si alguien en 1976 me hubiese sugerido que cuarenta años después podría estar haciendo versiones de algunos de los cuadros allí, lo hubiese tomado por loco, como he dicho nada más ajeno a mi espíritu entonces y ahora que repetirme. No hubiese tenido ningún sentido para mí, no sólo es una cuestión de pintar un cuadro que no añade nada al anterior, en el caso de estos, además, tan irrepetible eran los gestos que conformaban aquellos cuadros, todos únicos y completamente dependiendo de las circunstancias del momento, como lo sería para mí intentar imitar el movimiento del calígrafo chino. Si sabía que era imposible repetir unos gestos pictóricos sin congelarlos, entonces ¿qué hacer? Incluso si el calígrafo quizás no puede repetir el mismo gesto, sí que puede repetir el mismo texto. ¿Podría yo repetir el mismo texto? ¿Para qué hacerlo, si pudiese? Supongo que confluyen un cúmulo de razones. Desde el deseo de preservar las obras que empuja a Robert Morris en su vejez a reproducir sus primeras esculturas realizadas con contrachapados en maderas nobles, hasta la fascinación por aquello que pudo llevar a Malevich al final de su vida a pintar algunas obras en estilo impresionista. Quizás sobre todo experimentar que se siente mirando a esa parte del pasado. Con todo, el proceso de repetir esos cuadros ha sido fascinante. Una experiencia que ha ido resultando para mi asombrosa. Ha sido como si imitando ciertos gestos que han sido para mí muy familiares (no puedo decir que sea exactamente repitiendo esos gestos, pues están demasiado alejados en el tiempo) tuviese una extraña sensación, sino de estar atrás en el tiempo sí de recuperar sensaciones olvidadas. No memorias, no se trata de la magdalena de Proust, pero sí me he sentido pisando una tierra que no me era ajena. Es difícil de describir, podría ser una combinación entre una inquietante sensación de vuelta al pasado y una igualmente desconcertante distancia, si no fuese porque en realidad, afortunadamente en contra de lo que me temía, no ha habido ningún sentimiento de estrés en todo el proceso, todo lo contrario, ha sido bastante placentero. Ni lo buscaba ni había pensado en ello, pensaba simplemente concentrarme más fríamente en las imágenes de las obras mismas. Todo esto ha podido ser más una cuestión de imaginación que de realidad, no lo niego, pero la sensación se presentaba vívidamente. Los cuadros finales se parecen bastante al original sin ser idénticos. De hecho, nada es estrictamente igual, ni los colores ni las pinceladas. He tenido que subir el color, especialmente en los trazos de pinceladas, que al reducir el tamaño perdían intensidad. Además, como las diapositivas de las que he partido se han decolorado algo con el paso de los años, y luego la fotocopia que he usado en el estudio, aún deforma más el color, ha resultado que he tenido que intuir bastante, y finalmente ya no era ni copia ni versión sino más cercano a la pura creación, pero intentando mantener el espíritu del cuadro, que no el motivo original que representa el cuadro. Las variaciones se han ido haciendo cada vez más libres para, espero, ser fiel a una parte esencial (la que se puede recuperar, quiero decir, revivir, cuarenta años después) y creo que finalmente forman un conjunto compacto. ¿Qué importa todo esto al espectador y especialmente al espectador que aún no vivía en aquellos años? Supongo que nada, pero confío en que al menos le produzca una sensación de presente eterno. SIMEÓN SAIZ RUIZ

 

 

Entrada actualizada el el 04 abr de 2017

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