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Regresa en esta muestra el pintor de lo cotidiano, de la rutina, de la tranquilidad y, en cierto modo la monotonía, que representa el día a día. Unos personajes y unos paisajes que son los de su entorno, tomados a pie de calle, en los paseos por los alrededores, en el recorrido de casa al estudio, en la propia casa.

Se advierte en su pincel una gama de colores que llama a humanizar este entorno y estos personajes, a contarnos la historia más allá de la transcripción fotográfica, a hablarnos de la gente que transita los cuadros, de sus inquietudes y sentimientos: como gozan y como sufren, sus soledades y alegrías.

... 1cm;">Por ello, los paisajes pintados y los paisanos retratados hablan a través de los cuadros y nos cuentan la historia del Valle de Turón, de las cuencas mineras, de todos nosotros. La historia pequeñina, la que nos toca soportar y disfrutar todos los días, la que va desde el chigre a casa, desde el trabajo al tiempo de ocio.

Pintura humana y -en él de manera muy especial-, humanista. Nuestro representante actual de aquel movimiento que ponía especial énfasis en la responsabilidad del propio hombre para darle sentido a la vida -a su vida-, sin contar con más herramientas que sus propias manos, que su inteligencia. Aquel sentimiento -y deseo-, que presuponía que las personas estaban capacitadas por sí mismas para hallar la verdad y para practicar el bien, lo encontramos en la pintura de Varela, mostrada a través de un tamiz de serenidad y de distancia que nos llevan a reflexionar sobre nuestra propia vida.

Técnicamente, Varela parte de la luz, acercándonos un realismo de retina, no de concepto. Pinta lo que ve. Como siente que lo ve. Mostrándonos, entre el claroscuro y el color, nuestra tierra y nuestra gente.