Exposición en Burgos, España

Terrorismo para Infantes

Dónde:
Espacio Tangente / Valentín Jalón, 10 / Burgos, España
Cuándo:
29 ene de 2021 - 26 feb de 2021
Inauguración:
29 ene de 2021 / 14h
Precio:
Entrada gratuita
Comisariada por:
Organizada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
La primera activación, 27 y 28 de enero de 2021 en Espacio Tangente de Burgos. Terrorismo para Infantes Terrorismo para infantes es una pieza política y anti-pedagógica detonada mediante encuentros formativos con menores de edad. Diferentes niños de edades comprendidas entre los seis y doce años activan, durante varios días, bajo la dirección de Azcona, ejercicios performativos, corporales o videoinstalativos en los que plantean temáticas en torno al terror, la muerte, la empatía o la violencia. Es habitual en la obra de Azcona encontrar nexos en común con la idea global de terrorismo, hasta tal punto que ha sido denunciado por enaltecimiento en diferentes ocasiones; en piezas como “La caída”, en la que junto a un arquitecto creaba un peritaje completo para la implosión y demolición del Valle de los Caídos en San Lorenzo del Escorial, o “Naturaleza muerta”, donde reprodujo, mediante instalaciones artísticas, escenas gráficas de violencia detonadas a raíz ... de un ataque terrorista. Una pieza donde se fusionan conceptos como el terrorismo con la infancia y la pedagogía, constantes continuas en la obra de Azcona, siendo parte de sus creaciones una regresión a la infancia y una reconstrucción de la misma. Comenzando ya la tercera década del siglo XXI, el sistema educativo continua en su mayor parte anclado en la lección magistral del siglo XIX disfrazada de PowerPoint. Los centros de enseñanza están orientados generalmente a la memorización y a la obediencia dictatorial de una reglas impuestas, diferentes según cada docente, en lugar de hacia el pensamiento crítico, el desarrollo artístico o la acción transformadora, competencias más necesarias que nunca en la actual era de la post-verdad y la manipulación mediática. Las instituciones educativas “bulímicas”, como las describen teorías como las de María Acaso, están a la orden del día en todos los niveles del sistema académico: en este el éxito se logra cuando el alumnado no pensante ingiere vorazmente unos contenidos sin digerirlos la noche antes del examen, los vomita sobre un papel al día siguiente, y los olvida nada más salir del aula. Así es imposible afrontar los retos a los que la educación se enfrenta en la actualidad, y por ello se hace necesario repensar el modelo educativo que queremos. Tanto Paulo Freire como Augusto Boal, con sus Pedagogía del Oprimido y Teatro del Oprimido, respectivamente, pusieron de manifiesto que todas las voces, especialmente aquellas que han sido históricamente silenciadas, cuentan, y que la educación y el arte son los medios más apropiados y útiles para dar salida a todas ellas, para incluirlas, y para acompañarlas en su proceso de contar, de ser alguien, de participar en la vida sociocultural de la comunidad. Ambos coinciden en que ciudadanx no es quien vive en sociedad: es quien la transforma. Resulta imperioso restaurar un sistema en crisis mediante la puesta en funcionamiento de modos alternativos que proporcionen las herramientas necesarias para confrontar una sociedad “sobremalinformada” y transformarla para que dé cabida a la diversidad. Llama la atención que en la actualidad no exista una definición consensuada internacionalmente de “terrorismo”. Se trata de un término escurridizo que unos – normalmente gobiernos o medios de comunicación – atribuyen peyorativamente a otrxs que no se definen a sí mismxs como terroristas, sino luchadorxs por la paz y la autodeterminación, revolucionarixs o rebeldes. Se acepta de manera generalizada que fue el político irlandés Edmund Burke quien acuñó el termino “terrorista” en lengua inglesa en 1795 cuando denunció al gobierno jacobino por permitir que esos “terroristas del demonio” atacaran a la población francesa por pensar y actuar diferente al régimen. Intentar proporcionar una definición consensuada de “terrorismo” es una tarea tan complicada como tratar de definir el propio concepto de “arte”. Actualmente no existe un acuerdo internacional entre los gobiernos ni sobre la definición de terrorismo, ni sobre su alcance y ni siquiera sobre los requisitos que debe reunir un grupo o un individuo para ser considerado terrorista. El terrorismo es un ataque directo realizado por una persona o un colectivo con el objetivo de lograr un impacto eficaz que simbolice su lucha política de resistencia a la norma establecida empleando la violencia. Para conseguir ese objetivo, el terrorista o banda terrorista debe valerse de estrategias que acompañen, de forma ideológica y estética, a la acción violenta, transportándola a parámetros cercanos a la admiración, ya que es en la espectacularidad del acto donde reside el verdadero llamamiento a la atención mediática. Nelson Mandela pasó de ser considerado un peligroso “terrorista”, según el Imperio y los medios británicos, a ser el primer Presidente electo de Sudáfrica y ganar el Premio Nobel de la Paz tras 27 años en prisión por haber luchado activamente contra el racismo institucional en su país. Asimismo, como expone Noam Chomsky, cuando el terrorismo es ejercido por un estado o nación, ya no se denomina “terrorismo” según los manuales del Código militar de los EE.UU, sino “diplomacia coercitiva”, pese a emplear las mismas tácticas. Hannah Arendt confirmó que en el ámbito de la filosofía política, la violencia tiene dos caras: la violencia organizada del Estado, con una capacidad destructiva de armas solamente al alcance de los gobiernos, y aquella que irrumpe frente a ellos, ejercida por individuos pertenecientes a pueblos sometidos. La brecha que separa los instrumentos de violencia que posee el estado y los que el pueblo puede reunir por sus propios medios – desde botellas de cerveza, cócteles Molotov, armas o sus propias vidas – ha sido siempre tan enorme que la superioridad del gobierno es absoluta y prácticamente inquebrantable. Sin embargo, las revoluciones suceden, las órdenes dejan de obedecerse, y el poder cambia de manos gracias a que la balanza se inclina del lado del pueblo, y la obediencia no la decide ya la relación entre mandato y obediencia sino la opinión y naturalmente la superioridad numérica de quienes la comparten. Si algo tienen claro los militantes del terror es que para conseguir la atención del mundo deben diseñar construcciones que calen en el imaginario colectivo procurando causar un trauma social, y para ello se valen del uso y manipulación de la imagen. El terrorista no deja de ser un creador. El compositor alemán Karl Heinz Stockhausen generó gran controversia cuando, dejándose llevar por el entusiasmo plástico, dijo que los ataques del 11-S fueron una gran obra de arte; incluso su hija, pianista, reaccionó afirmando que no volvería a usar el apellido paterno. De la misma forma, el ataque terrorista en una galería de arte en Turquía, fue descrito, tanto por el artista Abel Azcona, como por el crítico de arte Jerry Saltz, como instalación y pieza performativa. Ambos fueron insultados y atacados en la red, pero el tiempo les dio la razón cuando la significativa imagen ganó el World Press Photo del año 2017. El empleo de la imagen sublime como mecanismo de acción asociado al horror no es una asociación nada disparatada teniendo en cuenta la capacidad que posee ésta de atraer al público. Tener espectadores es totalmente imprescindible parar lograr la efectividad del ataque terrorista. Es incluso más importante que provocar víctimas, puesto que el objetivo del terrorismo no es el epicentro del atentado ni los daños que éste provoque, sino las repercusiones que esta acción pueda llegar a tener en el contexto en el que el grupo terrorista actúa. Por todo ello, es necesario hacer la revolución en la educación a través de un terrorismo artístico y cultural que proporcione a las y los estudiantes bombas de conocimiento y cócteles Molotov de pensamiento crítico para confrontar desde el territorio de las artes las dictaduras mediáticas patriarcales obsoletas y la realidad de los fascismos cada vez más presentes con peligrosa representación parlamentaria. Dr. Juanjo Bermúdez Castro, Doctor en Literatura, Arte y Cultura de EEUU del siglo XXI y Profesor de Artes Performativas en la Univerdad de las Islas Baleares. Autor de Arte y Terrorismo: De la transgresión y sus mecanismos discursivos. Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid.

 

 

Entrada actualizada el el 21 mar de 2021

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