Exposición en Valladolid, España

Tiempos de melancolía. Creación y desengaño en la España del Siglo de Oro

Dónde:
Museo Nacional de Escultura / Palacio de Villena. c/ Cadenas de San Gregorio, 2 / Valladolid, España
Cuándo:
02 jul de 2015 - 12 oct de 2015
Inauguración:
01 jul de 2015 / 12:30
Comisariada por:
Descripción de la Exposición
El Museo Nacional de Escultura y la Obra Social "la Caixa" presentan la exposición Tiempos de melancolía. Creación y desengaño en la España del Siglo de Oro, que permanecerá abierta al público en la sede de exposiciones temporales del museo vallisoletano, el Palacio de Villena, del 2 de julio al 12 de octubre de 2015. La exposición gira en torno a un sentimiento, inventado en Grecia, pero de larga y tenaz supervivencia: la melancolía. Afirma este mito como un «hecho de cultura» que conquistó el imaginario social de los siglos XVI y XVII, y analiza la manera en que cristalizó en la Península, con sus originales expresiones, sus particulares escenarios y sus principales focos de interés. La muestra ofrece un triple atractivo: - El primero es el alto nivel de calidad de las obras expuestas: se trata siempre de grandes maestros del periodo más brillante de la cultura española, de obras de una ... excepcional belleza. - El segundo atractivo es el tema en sí mismo: consistente desde el punto de vista científico, inédito en el panorama artístico español y particularmente atractivo para la sensibilidad actual, pues el visitante reconocerá inquietudes de nuestro tiempo. - El tercero, su carácter multidisciplinar. La melancolía domina el ambiente intelectual y moral durante varias décadas de los siglo XVI y XVII y esta transversalidad cultural se manifiesta en las piezas expuestas que proceden de las artes plásticas, principalmente, apoyadas en la medicina, la filosofía; la astronomía y la música, la botánica, la literatura o los tratados morales. Se trata de un tema que exige un enfoque polifónico, aunque, a pesar de sus derivaciones, de su diversidad de síntomas, posee una unidad firme e intuitivamente reconocible. El grupo de eruditos alemanes formado por Panosfky, Saxl y Klibansky que, en un libro ya legendario, Saturno y la melancolía, estudió la historia cultural de este humor, invitó a los historiadores del arte a «hacer justicia con la España de Cervantes», país donde la melancolía alcanzó especial hondura y singularidad y fue un eslabón decisivo en la extensión europea de este trastorno. Cubrir este vacío, aseguraban, ayudaría a «escribir la historia de la sensibilidad del hombre contemporáneo». Y efectivamente, en aquel clima contradictorio de nuestro Siglo de Oro, en que la crisis y el desencanto conviven con un torrente de energía creativa, el jeroglífico melancólico sirve de amalgama simbólica de las obsesiones de toda la sociedad. Desgarro nacional y esplendor artístico se entrelazan y brillan con ardor en los filósofos de Ribera, en la «noche oscura» de los místicos, en la prosa alucinada de Quevedo, en las alegorías de la vanitas y en las sombras de las naturalezas muertas, en las imágenes grotescas y desquiciadas de un mundo caótico, en la conmemoración desesperada de la muerte. Tiempos de melancolía es, pues, un ejercicio de recuperación de ese eslabón olvidado, evanescente y mal conocido de nuestro siglo áureo (con sus obligadas conexiones europeas). Transita por algunas de sus derivas temáticas e iconográficas, en un enfoque polifónico, coral, donde obras de excepcional belleza y originalidad construyen un breve y provisional «museo imaginario» de la melancolía hispana. Esta muestra es fruto de una suma de entusiasmos y complicidades: la alentadora confianza y la fructífera colaboración de la Obra Social "la Caixa"; la eficaz profesionalidad del equipo de técnicos del Museo Nacional de Escultura y de la Subdirección General de Museos Estatales; las innovadoras aportaciones de los autores del catálogo; y finalmente, la generosa disposición del Museo del Prado, el Museo de Bellas Artes de Valencia, la Biblioteca Nacional, así como los museos, instituciones o coleccionistas que han cedido obras de tanto mérito. La exposición ha sido concebida para itinerar por tres sedes, lo que ha supuesto una compleja coordinación de los préstamos entre las distintas instituciones. Las sedes y las fechas de este recorrido son las siguientes: - Museo Nacional de Escultura de Valladolid, del 2 de julio al 12 de octubre de 2015. - Museo de Bellas Artes de Valencia, del 4 de noviembre de 2015 al 7 de febrero de 2016 - CaixaForum, en Palma de Mallorca, del 2 de marzo al 11 de junio de 2016 TIEMPOS DE MELANCOLÍA Creación y desengaño en la España del Siglo de Oro INTRODUCCIÓN Los temas melancólicos cristalizan en la cultura española con expresión propia. Inspirada por el trasfondo espiritual y social nacional, la melancolía se dota de gestos y expresiones de tristeza que la hacen reconocible en centenares de novelas, dramas y comedias, tratados de moral, diálogos filosóficos, poesía mística, música... En las artes visuales como la pintura o la escultura, no existe una sola iconografía sino multitud de ellas, debido a la capacidad del arte para recrear mundos paralelos como respuesta a un desengaño del mundo real. Tampoco existe un sólo ejemplo de artista melancólico, sino que el sentimiento saturnino habita en muchos de ellos, desde los manieristas del siglo XVI como El Greco o Berruguete, a Pedro de Mena, Alonso Cano, Ribera, Sánchez Cotán o Pereda en el barroco español. La exposición gira en torno a distintos argumentos que ayudan a entender la melancolía desde una multiplicidad de enfoques, histórico, religioso, político, científico y artístico. SECCIONES DE LA EXPOSICIÓN I. Doble tradición antigua de la melancolía: genio y enfermedad Los médicos antiguos, Hipócrates y Galeno, aislaron cuatro humores, responsables de los temperamentos humanos: bilis amarilla, sangre, flema, bilis negra. Ésta última es un oscuro líquido, que segrega el bazo, si bien su existencia es más fantasmal que probada. La enfermedad causa síntomas orgánicos -turbiedad de la sangre, insomnio, negrura de la piel- y psíquicos: accesos de tristeza y exaltación, dejadez corporal, carácter solitario y extravagante, pesimismo y tendencia a la locura y al suicidio. Obsesionado por la muerte, el melancólico vive delirios de grandeza y es altamente neurótico. La farmacia del melancólico es muy extensa: piedras bezoares, infusiones de eléboro, la música... Desde antiguo, alcanza una fuerza metafórica: la melancolía es el temperamento de los grandes hombres y la imaginación inspirada. Nace así un gran mito cultural de la tradición occidental. Esta creencia cobró en el Renacimiento un auge sin precedentes. La vieja enfermedad se rodea definitivamente de la aureola de lo sublime y se convierte en el sello del genio. Durero consagró un modelo iconográfico en su célebre alegoría, Melancolía I, la imagen del saber que no se sabe. La reproducción de esta obra histórica establece un vínculo conceptual imprescindible en la exposición, pues es el referente principal de muchas de las obras reunidas, como emblema de la melancolía moderna y conscientemente cultivada. Moralistas y médicos españoles del Renacimiento se ocupan de la enfermedad y sus síntomas: Alfonso de Santa Cruz, Andrés Velázquez ; Huarte de San Juan... La culminación europea es la enciclopedia de la tristeza, Anatomy of Melancholy de R. Burton, en 1624. En las correspondencias con los cuerpos celestes, el melancólico está sometido al influjo de Saturno, «la Mente del Mundo», el astro de la inteligencia; el planeta de la desesperanza, de la vida solitaria y de los adivinos. II. Saber y dudar. La melancolía como fuerza creadora Desde el Renacimiento tardío y a lo largo de todo el siglo barroco, la melancolía es el atributo del gran príncipe, del poeta, del artista y del filósofo. Se considera que los melancólicos, movidos por la ambición de conocimiento, su actitud contemplativa y la curiosidad de saber, están dotados de una capacidad de penetración superior a los demás hombres. Se atribuye a los melancólicos dotes visionarias y una excepcional capacidad para la adivinación del futuro, como sucede con profetas y sibilas. Alonso de Freylas, médico jienense, escribió un breve opúsculo, Si los melancólicos pueden saber lo que está por venir, que explica cómo el sueño, es el medio en el que la melancolía se manifiesta. Quevedo coronó este tema en sus Sueños. Pero a la vez su lucidez tiene un punto de desesperación, pues nunca alcanzan el absoluto; y les hace comprender que hay un ámbito del saber que es inalcanzable. El melancólico «sabe que no sabe». El desasosiego que producen los conocimientos incompletos, la incapacidad de dominar el más allá del saber les obsesiona y les condena a la parálisis, al nihilismo, a la ironía: el mejor ejemplo es el Quijote cuya ambición lectora le lleva a la locura. III. Tener y no tener. El Imperio del desengaño Pero la melancolía española también viene de fuera. Este sentimiento nace de experiencias reales y muy concretas: las cuatro grandes epidemias, que reducen la población española, las guerras de Portugal y Cataluña, el abandono de los cultivos, la inflación y la carestía. La crisis general que padece Europa es en España más honda, más larga, más decisiva. Entre la utopía imperial de las empresas carolinas y la decadencia del Imperio bajo los Austrias menores se sucede una cadena de fracasos políticos, disgregaciones territoriales de la corona, derrotas militares y bancarrotas económicas. Estos acontecimientos producen un ambiente de desengaño y de «melancolía social»: el mundo es una «avenida de maldades», dice Suárez de Figueroa. Se difunden así una serie de tópicos asociados a ese fatalismo, que revelan el sentimiento de inestabilidad en un mundo en el que nada es firme: el de la «locura del mundo», con su desbarajuste moral y social; el del «mundo al revés». Por eso Heráclito, el filósofo que llora la desgracia del mundo, prolifera en la pintura. En este clima, cuaja una figura característica, la del príncipe melancólico o errante, frecuente en la ficción, en el teatro de Lope de Vega o de Tirso de Molina ; pero también en la realidad política, como expresa la figura taciturna de Felipe II, uno de los grandes melancólicos de la Europa manierista. A esta figura se une la caída en desgracia del valido, sobre todo en el siglo XVII, víctima de la inestabilidad de la fortuna, o la del desarraigado, tan presente en la novela picaresca. La Torre de Babel aparece en el imaginario del humanismo moderno como expresión de una realidad social (en España se vive intensamente la convivencia de naciones y lenguas). Pero es además un símbolo del inacabamiento de las grandes empresas, de la ambición desmedida y, con ello, del desaliento melancólico. IV. La melancolía cristiana en el escenario peninsular En época medieval, la melancolía adoptó un nuevo nombre, la acedia y se convirtió en un pecado capital. Fue una obsesión de los monasterios occidentales pero también de la sociedad laica: es el demonio del mediodía, que se apodera del ánimo produciendo desánimo y pereza. Esta melancolía prepara el terreno a las tentaciones del diablo. En la España de la Contrarreforma, la vertiente religiosa de la melancolía alcanzó la más alta temperatura emocional y estética. Los movimientos místicos son muy proclives a ella: cuando la exacerbación del amor a Dios es tan aguda y ambiciosa, éste se vuelve inaccesible y la melancolía se apodera del ánimo del monje. De hecho, era común en la iconografía de los temperamentos representar al melancólico como un fraile solitario; y teólogos y moralistas advierten contra los peligros de la melancolía en el convento y de la proclividad hacia la melancolía entre los predicadores. Esta «cristianización de la melancolía» se manifiesta en temas diversos: la tristeza de Jesús durante la Pasión (como «el hombre que lleva la carga del mundo») es representado como la alegoría representada por Durero (cabeza apoyada en la mano y aire meditativo); así como en toda la iconografía de Cristo en la Piedra fría. Las figuras de san Jerónimo, Magdalena, Bruno exhiben su ascetismo en una puesta en escena melancólica: mirada absorta en una contemplación sublime, quietismo, ambientes de desierto o de celda oscura. De hecho, el eremitismo se extendió en los eriales hispanos de manera especial: «La nación española es la más a propósito de las europeas para el retiro, soledad y clausura, por ser la parte del mundo donde el sol, totalmente desengañado, se retira, fenece y sepulta» (fray Juan de Sacramento, Chronica de carmelitas descalzos, Lisboa). V. Nada La sociedad de los Siglos de Oro, particularmente en el siglo XVII, fue extraordinariamente violenta y vivió con intensa conciencia el problema del Tiempo y de la Muerte, dos grandes obsesiones melancólicas. Las alegorías de la transitoriedad humana, como la flor, la pompa de jabón, o el hombre de vidrio son también emblemas de la inconstancia y la fugacidad. La atención a los objetos despojados de toda compañía humana adquieren en la Europa barroca una importancia insólita, plasmado en la invención de un género pictórico, la naturaleza muerta, de la que el pintor expulsa toda presencia humana y donde los objetos son tratados con la indiferencia de un cadáver. Los cráneos de Pereda permiten advertir cómo la melancolía barroca rehúye la obra comprensible y acabada, y tiende a ensalzar la ambigüedad de la mirada, al igual que en el trampantojo de Diego Bejarano.

 

 
Imágenes de la Exposición
El Greco, Alegoría de la Orden de los Camaldulenses, 1606-1610. Óleo sobre lienzo. Museo del Colegio del Patriarca

Entrada actualizada el el 17 jul de 2015

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