Emmanuel Lafont. Todo se diluye
Collages fotográficos cubistas, retratos surreales, procesos abstractivos y dibujos hiperreales se han confabulado en la mente y en la mano de Emmanuel Lafont para hacernos descubrir en El Estudio algunos de los universos por los que transita el artista.
Al contemplar los dibujos de Lafont, de una belleza y perfección casi imposibles, no somos conscientes del estricto método de trabajo que conlleva su manufactura. El laborioso proceso se enmarca en los cánones de la postmodernidad, en la recuperación de historias y materiales, de mitos y vivencias, para recomponerlas y hacerlas a la par personales y universales.
Ello pasa obligatoriamente por varias etapas, cuya maduración y ejecución son variables en el tiempo. Así, tras la ideación, meditada, sopesada, basada en proyectos complejos o en intuiciones relampagueantes, transita a la deconstrucción de los materiales básicos, fotografías en soportes tradicionales o en publicaciones periódicas.
De ahí a la construcción de collages,...factorías sorprendentes que sirven de boceto, en el que unidades simples encajan en diseños complejos. Estos estudios previos, también relajan la mente, apartan por un tiempo las obsesiones, las inseguridades del creador consciente de su trabajo y lo enfrentan a la aventura, al encuentro de nuevas posibilidades. Algunas de las libretas del artista, que se hallan en la muestra, nos permiten observarlos.
La reconstrucción final llega gracias a la minuciosidad del dibujante, quien recrea la idea-collage con grafito y lápiz graso en piezas únicas; o bien, la adapta para la seriación. La estética de las litografías que se exponen, aun minimalista, entronca con algunas tiras cómicas estadounidenses, con las creaciones de Falk o Hogarth, por ejemplo. Sexo y violencia, condensados conceptualmente, sacados del tiempo y el espacio, están en ellas aparentemente amaestrados por un vistoso juego de colores complementarios, azul y naranja, por la insólita alegría de la alfombra y el camuflaje barrocos.
En algunas obras, Lafont no ha llegado al dibujo, ha reconstruido la fotografía misma, descompuesta y compuesta según un encaje exacto de teselas o de tiras, también en la reproducción tijereteada de una celosía, que hace complejo un retrato que parecería banal, con un entramado de antiguos palacios y de sentimientos arcaicos, del mismo modo que en el juego literario de Robbe-Grillet, quizás.
Como el personaje de Lucia Berlin, aquel minero de Montana que leía las páginas con que recubría las paredes de su cabaña y debía recomponer en su mente los pedazos que faltaban en los textos, ante los dibujos y collages de Emmanuel Lafont, nos vemos impelidxs a reconstruir, no una historia, sino varias, todas ellas fabulosas, referidas a la otredad, pero también atadas a nuestras vivencias, quimeras y deseos. Esta multiplicidad supra-real se nutre de la disolución; como en la vida, todo se diluye... los rostros, las mujeres, los paisajes.
La intervención minuciosa, delicada, preciosamente estudiada del artista sobre los recuerdos de otros seres y los soportes que los contenían es el disolvente que perturba el pasado para hacernos creer en lo posible, en lo impensable, en lo inexpresado, en la materia de los sueños. Su punto de partida, la historia fotográfica de un gran aficionado al retrato, una historia de Mallorca, refugio de espías y de artistas, el relato de un mundo insular, ensimismado. Un cuento bañado por el olvido del mar, que, aunque enigmático y atractivo cual novela de detectives, no se recupera como anécdota, más bien sirve a la reflexión sobre el tiempo y la muerte, pensamientos reincidentes del artista; una ontología, en suma.
De ahí, el devenir, representado en el abismo del ser como cubos que se apilan o se embuten en juegos balbucientes; de ahí, las historias como muñecas rusas; de ahí, las máscaras. No podemos sino pensar en Goya, en Ensor, aunque difieran en su factura, por supuesto, en los fotomontajes de Hanna Höch, hasta en La Buveuse d’absinthe de Spilliaert, que nos mira de frente sin vernos, con una mueca incrédula. En todos, la misma inconsistencia del ser que encontramos en los retratos manipulados por Lafont. Máscaras introspectivas que interrogan la mutación, el devenir, lo que dejamos en el tránsito y lo que permanece en nosotros. Máscaras que salen de sí sobre fondos que ahora llamamos pop, pero en realidad son eco de algunos fondos de Matisse o de Utter, y que observamos también en dibujos de Lafont para la BBC; máscaras que se vacían por el llanto, que vagan por el espacio del dibujo, como algunos seres innombrables en Las cosmicómicas de Italo Calvino. Lafont, como su admirado Calvino, ponen en el primer plano el evento, imaginario, pero no por ello ficticio, el encuentro con el Otro, con lo diverso, con el paisaje, con el entorno.
En una serie anterior de Lafont, una metaficción titulada Greetings from Silence, las manos ¿del autor-espectador? descubrían, tras rasgar el papel ficticio que los cubre, lugares en los que lo cotidiano podría suceder. Son espacios congelados en un tiempo mítico, el de los recuerdos, el de las películas de unas décadas atrás, invadidos por animales salvajes, reconquistados por la naturaleza, como los pueblos abandonados. En Todo se diluye, hallamos mujeres-pájaros, hombres-árboles, hombres-flores, los cuerpos han sido también seducidos, ocupados. Son metamorfosis muy concisas sobre fondo blanco, con extravagantes simbiosis como de iluminadores medievales. Estos seres híbridos revocan los mitos impasibles que liberan o atan, el del hombre-pájaro, el de la mujer-flor-arbusto, sospecho que sin permiso de Zeus, como ya había hecho Varo. Pero también encontramos personajes abismados, apenas sonrientes, enajenados por la existencia, por los años, el dolor, el olvido. Quizás, habitantes en otro universo de los espacios exactos y antiguos que ya había dibujado.
A esas existencias únicas, aunque múltiples, delicuescentes, se suma, en textos minúsculos, aislados, fechados, cronogramados, la memoria del autor. Son retazos de vida, pensamiento y acción artística, que borran la distancia con el espectador, a quien Emmanuel Lafont parece pedir calma, detenimiento, una mirada atenta aunque inquieta ante la obra, ante el mundo.
Carmen Cortés ( comisaria de la exposición)
Imágenes de la Exposición
S/T I
Entrada actualizada el el 09 nov de 2023
¿Te gustaría añadir o modificar algo de este perfil?
