Las formas subsisten y muestran su potencia y su capacidad para la supervivencia de un modo quizá más elocuente cuando esas formas, como nos muestra Paco Algaba, se observan entrelazadas con lo que se deforma en el desamparo, en el olvido, en el deterioro causado por el paso del tiempo. Como ante los restos de los naufragios, reconocemos el orden que hubo y que, ahora, se abisma en la ruina o en la entropía. Y el caso es que una cámara ha estado allí, ante lo real.

Esa cámara impertérrita mantiene sin pestañear su propia mirada y nos invita a la contemplación que se hace disciplina perceptiva y también reflexión intelectual: despliegue sensorial y, a la vez, armadura conceptual.

La mirada es, sin duda, la preocupación central que se advierte en ese estilo. ... Es una mirada contemplativa y, como el propio Algaba dice, hay un doble juego en ella: 'por un lado la interrogación y por otro la conciencia de que mirar es construir'. Los encuadres son elaborados de forma paciente y meticulosa y, una vez establecidos, se mantienen durante minutos, a veces durante muchos minutos, de modo que allí donde parece que nada pasa acaba sucediendo algún pequeño acontecimiento, como los sutiles cambios de luz, o los movimientos del aire, o los paseos de unas ratas entre los coloristas deshechos. Así, esas imágenes nos llegan a interrogar como sujetos que lidiamos con nuestros propios deseos imaginarios frente a lo real más radical de los paisajes más o menos torturados, bucólicos o contradictorios. Ese tiempo de la contemplación es el tiempo que, al pasar, pesa.

En nuestra experiencia como espectadores, esa dimensión densa, casi intolerable, del tiempo que fluye para no volver constituye el armamento conceptual más poderoso al remitirnos al humano final: la muerte. Esa muerte puede ser pensada como entropía, como olvido, como basura, como decadencia, como ruina, pero también como imposible repetición.