Exposición en Collado Villalba, Madrid, España

Tú especulas

Dónde:
Ultratinta / Batalla de Bailén, 24, Local 9 / Collado Villalba, Madrid, España
Cuándo:
27 ene de 2024 - 25 feb de 2024
Inauguración:
27 ene de 2024 / 19:00
Horario:
Cita previa
Precio:
Entrada gratuita
Comisariada por:
Organizada por:
Artistas participantes:
Enlaces oficiales:
Web 
Descripción de la Exposición
"TÚ ESPECULAS" muestra individual de Mario Gutiérrez Cru en Ultratinta 27 ENE - 25 FEB 2024 27 de enero de 2024 a las 19h inauguración de la exposición comisariada por Fernando Castro Flórez. Genealogía de la (in)moralidad inmobiliaria [Sobre la declinación gentrificadora y la turistificación tóxica a partir de una intervención de Mario Gutiérrez Cru] Fernando Castro Flórez El sujeto es, en buena media, un mueble más. ... Partimos de la convicción de que la subjetividad es un asunto objetivo, “y basta con cambiar el escenario y los decorados, reamueblar las habitaciones, o destruirlas en un bombardeo aéreo, para que aparezca milagrosamente un nuevo sujeto, una nueva identidad, sobre las ruinas de lo viejo”[1]. En nuestro tiempo de mudanza esa visión del sujeto relacionada con el mobiliario tendría que conjugarse con la constancia de que hoy la respuesta está a punto de perder el clásico domicilio. Por un lado, el mal de archivo ha introducido su particular vértigo acumulativo y el destinatario es evanescente[2]; por otro, la comunicación elemental telefónica se ha desterritorializado con la “globalización” de los teléfonos móviles[3] (empleados por cierto de forma paranoica en los aeropuertos, acaso intentando escapar de la soledad que genera el emplazamiento). Pero el sujeto no es sólo un mueble extraño, es también algo conectado permanentemente, un avatar maquínico, una ficha más en el trueque general de bits[4]. Estamos viviendo la «experiencia del enjambre», orientados, sin necesidad de recurrir a lo subliminal, por el «filtro burbuja». La anestesia contemporánea de las sensibilidades, su despedazamiento sistemático, «no es solo —leemos en Ahora, del Comité Invisible— el resultado de la supervivencia en el seno del capitalismo; es su condición. No sufrimos en cuanto individuos, sufrimos por intentar serlo»[5]. En el tsunami del big data lo que se establece imperialmente es el dominio de la mentira. Tu pantalla de ordenador, como apunta Eli Pariser en El filtro burbuja (Taurus, 2017), es cada vez menos una especie de espejo unidireccional que refleja tus propios intereses, mientras los analistas de los algoritmos observan todo lo que clicas. En pleno proceso de «uberización» del mundo, cuando se ha iniciado la era de la «maquinaria molecular», sufrimos tremendos colapsos emocionales. Nuestra cultura de la desatención es, casi siempre, profundamente antipática. La estimulación hipertrófica y la simulación del placer generan obsesión, cuando no un profundo aburrimiento en el seno de la hiperexcitación. Sedentarizados en la red, tristes por diseño, seguimos manteniendo el (demencial) sueño de que viajar o, para ser más preciso, “hacer turismo” nos liberara de las rutinas. La cartografía de la movilización turística está organizada con marcadores o señales que nos recuerdan que estamos ante una “atracción”: el guía, la placa y el souvenir son los puntales de la experiencia vicaria de la subjetividad barrada/borrada postmoderna, habituadada a la fake autenthicity. El turista no tiene dificultad en decidir qué vistas debe ver, su único problema consiste en llegar a verlas todas de donde deriva la ansiedad al comprobar que el plan nunca se cumple del todo. Los tours guiados modernos son, en palabras de Erving Goffman, “vastas agendas ceremoniales que comprenden largas cadenas de ritos obligatorios”. El peregrinaje no tiene fin especialmente cuando han proliferado los “lugares turísticos” por doquier. Las Siete Maravillas del mundo, sometidas a la “sacralización democrática”, son solamente un ideal ortodoxo para todo aquello que merece ser visitado cuanto antes. Nada deja de ser sometido a la calificación de “muy interesante” y aunque se trata del colmo de la insignificancia siempre dispondremos de toda clase de interpretaciones adosadas, en la forma de oficinas, tiendas, servicios e instalaciones generadoras de “discurso” histórico-cultural, genéricamente motivador de la experiencia, por sí misma, memorable. En los distritos turísticos se da rienda suelta a la pulsión fotográfica y a la obsesión archivística: no importa ni mirar ni comprender sino registrar aun sabiendo que lo “memorable” no será jamás revisado[6]. Los espejismos culturales en el oasis turístico[7] ejercen su poder hasta sobre aquellos que tienen un hondo deseo de quedarse en casa y convierten su sedentarismo en un modo de resistencia. Las atracciones ocupacionales para una sociedad abismada en la existencia “desocupada”[8] asedian al hombre moderno que, como Baudelaire apuntara, tiene como una de sus marcas fatales el “horror domiciliario”. Es obvio que el turismo ya no tiene nada que ver con el espíritu del viaje: no hay nada que descubrir. El único “sentido” que puede tener la movilización general del turismo es la necesidad generalizada de olvido, el deseo velado de distanciarnos de nuestra existencia anodina[9]. El turismo mata la realidad que pretende buscar, es completamente mundofágico, llevando a que los lugares terminen por ser intercambiables, estereotipados y estandarizados. El turismo, aunque parezca el sueño del placer ocioso, es la otra cara del trabajo. La dromomanía[10] termina por llevarnos a la amarga conciencia, insisto en ello, de que no hay escapatoria posible. Yo especulo de Mario Gutiérrez Cru es una exposición-declaración de “culpabilidad” que toca el punto-crítico-sensible de la conversión del mundo (capitalista) en una plataforma de enorme toxicidad, capaz de destruir lo (poco que queda) común. Como el mismo artista explica este proyecto, formado por un letrero luminoso y unos papeles gofrados con la frase “Yo también soy culpable de la especulación”, fue pensado en 2020 y ejecutado ahora para presentarlo en Esquina Nua: “Los presento en primera persona y autoculpándome de la especulación. En mi caso es un proyecto que nace de cuando vivía en Portugal y alquilaba mi casa en Airbnb para poder vivir o compré y vendí una casa en la que viví muy poco tiempo. Con personas como yo, a gran escala se han destrozado las ciudades turísticas, haciendo que los moradores tengan que irse de una ciudad que ya no pueden pagar. Y el arte siempre en ese proceso invisible de gentrificar zonas, en este caso donde sucede la muestra hay 3 espacios culturales en menos de 150m2.”[11]. Evgeny Morozov advertía de los peligros del llamado “capitalismo de plataforma” que convierte a todos los individuos en “empresarios” y, en buena medida, nos somete a un nuevo régimen de (auto)esclavismo. "En vez de respetar un código preciso y riguroso que describa los derechos de los consumidores y las obligaciones del proveedor de servicio —piedra angular del Estado regulador moderno—, los operadores de plataformas confían en el conocimiento de los participantes en el mercado, esperando que este acabe castigando a los que se porten mal. Según la utopía del libre mercado propugnada por pensadores como Friedrich Hayek, santo patrón de la economía colaborativa, tu reputación también refleja lo que otros participantes en el mercado saben de ti. De este modo, si eres un cliente desagradable o un conductor maleducado, los demás no tardarán en descubrirlo, por lo que no habrá necesidad de leyes que controlen los comportamientos"[12]. La ampliación de la esfera de lo “valorizable”[13] nos convierte en freaks (demandando atención en las redes, aunque sea por medio de la intensificación de lo ridículo), cínicos (epígonos de un tiempo desquiciado en el que único horizonte parece la catástrofe) o idiotas (como aquellos que, según apuntara Shakespeare, llenos de ruido y furia cuando una historia “que no significa nada”). Airbnb es, sin ningún género de dudas, una de las plataformas que convierte a la ciudad en un “paraíso” para turistas y en un lugar tóxico del que son expulsados sus antiguos moradores. Cuando se creó esa modelo de alquilares de “corta duración” parecía tener el tono fresco de lo innovador, como si incluso tuviera cierta cualidad altruista, aunque en realidad no era otra cosa que un negocio “redondo”[14]. La plataforma creada por Brian Chesky y Joe Gebbia cuenta actualmente con más 4 millones de anfitriones que han compartido sus alojamientos con más de 1.500 millones de personas en casi todos los países del mundo. Airbnb está considerado como uno de los ocho gigantes mundiales de las empresas tecnológicas[15]. “Desde su nacimiento, la empresa californiana no ha dejado de reivindicar una posición honrada. En el corazón de las campañas de comunicación y de sus eslóganes, encontramos nociones como compartir, el intercambio, la comunidad. Valores que recuerdan, si no el espíritu hippy de California de los años 60, al menos el altruismo y la ausencia de interés lucrativo. Airbnb busca sistemáticamente poner el acento en el carácter “personal” y no profesional de la experiencia que propone, bien resumida en el eslogan Welcome home [Bienvenido a casa]”[16]. Cínico o hasta patético intento de camuflar el abuso de la “economía colaborativa”, de esa ideología del emprendizaje que propulsa el neoliberalismo. En realidad, este tablón digital[17] sirve para que algunos ganen millones y, sobre todo, terminen tributando cantidades ridículas. El (presunto) capitalismo cool es una absoluta estafa, la new economy puede ser una economía de la depredación. Todo el discurso del “buenrollismo” y la transparencia no puede encubrir la impresionante opacidad del modelo de las plataformas. Mario Gutiérrez Cru, un artista con honesta preocupación política, se declara “culpable” al colaborar con la “economía colaborativa”. Para sobrevivir en la época de la precarización tuvo que recurrir a la especulación y ahora su obra rinde testimonio de su comprensión de que todos colaboramos de cierta manera en la destrucción del tejido común de la ciudad[18]. Podemos parodiar el eslogan de Airbnb para decir “Welcome to illegality”, teniendo bien claro que los que son recibidos con todos honores (dado que pagan en contante y sonante) son los turistas y no los ilegales que están siendo estigmatizados por el tsunami de neofascismo global[19]. La especulación inmobiliaria genera gated communities (“cimentadas” en la atmosfera de la ideología de las seguridad-fóbica), mientras la turistificación expulsa a las capas salarialmente modestas o incluso medias de la zonas tradicionales-populares de la ciudad. Tengamos, por ejemplo, presente que, en el Barrio Gótico, el más turístico de Barcelona, la población no deja de disminuir bajo el efecto de las segundas residencias y de la “colonización” invasiva de Airbnb[20]. Mario Gutiérrez Cruz, con una intervención artística tan sencilla como contundente, focaliza el problema de la gentrificación que afecta a los habitantes de ciertos barrios y también al tejido comercial correspondiente. Todo está pensado para la “experiencia turística” y, mientras la boca de los políticos pronuncia palabras vacías como “sostenibilidad” o “nueva normalidad”, el paisaje social comunitario queda completamente devastado. Ahora es decisivo que los comercios estén abiertos todos los días de la semana, en un 24/7 de la “esclavización” para sujetos que perciben un salario ínfimo. Flotamos en el placer de conseguir con un clic una hamburguesa que trae hasta la puerta de nuestra casa un trabajador que ha tenido que pedalear a través de la jungla de una ciudad que ofrece estrictos trabajos de mierda. El Globo de las Plataformas tendría que pincharse. Mario Gutiérrez Cru declina la especulación, materializa, en una “interpelación ideológica”, la toxicidad de la dinámica especulativa, recordándonos que, en la Ciudad Creativa, lo que nos sujeta y configura es una (in)moralidad descarada[21]. Apenas podemos mirarnos en el espejo o, si lo hacemos, encontramos el reflejo de lo inhóspito. Esta ciudad que ya no es de la gente, este escenario gentrificado, con la teatralización exotizante de lo “auténtico”[22], ha colapsado. Asumir la culpa que nos corresponde es un gesto de (mínima) dignidad. [1] Fredric Jameson: Las semillas del tiempo, Ed. Trotta, Madrid, 2000, p. 23. [2] Cfr. Jacques Derrida: Mal de archivo. Una impresión freudiana, Ed. Trotta, Madrid, 1997, p. 27. [3] “Ya no se llama por teléfono desde casa, en un lugar sino que se llama en la calle, el teléfono está en uno mismo, es portátil, celular. ¿Es que vas hacia un arte celular, como existen teléfonos celulares? ¿Un arte celular, portátil, encima de uno, incluso dentro de uno?” (Paul Virilio entrevistado por Catherine David en Colisiones, Ed. Arteleku, San Sebastián, 1995, p. 49). En las comunicaciones telefónicas ha perdido prácticamente sentido la pregunta propia del comienzo del uso de los móviles, “¿dónde estás?”, en beneficio de aquella que intenta saber si es el tiempo adecuado: “¿Te pillo en buen momento? ¿Puedes hablar ahora?”. Es la constatación de la efectiva irrupción del otro en el espacio público/privado en el que nos encontramos. [4] “La subjetividad se ha estandarizado a través de una comunicación que desaloja cuento es posible las composiciones enunciativas transemióticas y amodales. Se desliza así hacia el borrado progresivo de la polisemia, de la prosodia, del gesto, de la mímica, de la postura, en provecho de una lengua rigurosamente sujetada a las máquinas escriturarias y sus avatares massmediáticos. En sus formas contemporáneas y extremas, se resume en un trueque de fichas informacionales y calculables en cantidad de bits (binary digits) y reproducibles en computadora” (Félix Guattari: Caosmosis, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1996, p. 128). [5] Comité Invisible: Ahora, Ed. Pepitas de Calabaza, Logroño, 2017, p. 147. [6] Archivo y domicillio coinciden en muchos sentidos. Lo que suena en el mal de archivo (Nous sommes en mal d´archive) es una pasión que nos hace arder: “No tener descanso, interminablemente, buscar el archivo allí donde se nos hurta. Es correr detrás de él allí donde, incluso si hay demasiados, algo en él se anarchiva. Es lanzarse hacia él con un deseo compulsivo, repetitivo y nostálgico, un deseo irreprimible de retorno al origen, una morriña, una nostalgia de retorno al lugar más arcaico del comienzo absoluto. Ningún deseo, ninguna pasión, ninguna pulsión, ninguna compulsión, ni siquiera ninguna compulsión de repetición, ningún “mal-de” surgirían para aquel a quien, de un modo u otro, no le pudiera ya el (mal de) archivo. Ahora bien, el principio de la división interna del gesto freudiano y, por tanto, del concepto freudiano de archivo, es que en el momento en que el psicoanálisis formaliza las condiciones del mal de archivo y del archivo mismo, repite aquello mismo a lo que resiste o aquello de lo que hace su objeto” (Jacques Derrida: Mal de archivo. Una impresión freudiana, Ed. Trotta, Madrid, 1997, p. 98). [7] “Estas “atracciones” [turísticas] ofrecen una experiencia indirecta elaboradamente urdida, un producto artificial para ser consumido en los mismos lugares donde el objeto real es tan libre como el aire. Son métodos para que el viajero permanezca fuera de contacto con pueblos extranjeros en el acto mismo de “visitarlos”. Guardan a los nativos en cuarentena mientras que el turista, en su confort con aire acondicionado, los contempla a través de una vitrina. Son los espejismos culturales que hoy en día pueden hallarse en los oasis turísticos en todas partes” (Daniel J. Boorstin: The Image: A Guide to Pseudo-Events in America, Ed. Harper & Row, Nueva York, 1961, p. 99). [8] “Además de las artesanías y de la labor industrial especializada, existen otras atracciones ocupacionales que incluyen a los sopladores de vidrio, los buceadores de perlas japonesas, los cowboys, los pescadores, las geishas, los deshollinadores londinenses, los gondoleros y los artistas callejeros. Potencialmente, todas las divisiones del trabajo en la sociedad pueden transformarse en atracciones turísticas. En algunos sitios de Manhattan, hasta los hombres con traje de franela gris han sido señalados como foco de atención del turista” (Dean MacCannell: El turista. Una nueva teoría de la clase ociosa, Ed. Melusina, Barcelona, 2003, p. 72-73). [9] “Se vive cada vez más como una experiencia narcisista. Este ombliguismo relega lo “real” a la categoría de un pequeño pedestal sobre el que aparentar. El turismo, en tanto que síntoma, delata la degradación de la vida cotidiana, que una minoría de privilegiados compensa olvidándose temporalmente del mundo. El olvido reparador de una vida agotadora” (Rodolphe Christin: Contra el turismo. ¿Podemos seguir viajando?, Ed. El Salmón, Alicante, 2023, p. 19), [10] ““Dromomanía” significa manía de desplazarse. Pero la movilidad –no sólo estar de vacaciones, sino irse de vacaciones- se ha sobrevalorado. Es como si quedarse en casa fuera cosa del pasado. Para ser moderno, o incluso posmoderno hay que viajar sí o sí, hay que sentirse “nómada”. Para ser feliz, inteligente y severo, hay que salir de casa” (Rodolphe Christin: Contra el turismo. ¿Podemos seguir viajando?, Ed. El Salmón, Alicante, 2023, p. 38). [11] Mario Gutiérrez Cru: texto sobre su proyecto Yo especulo, 2023. [12] Cfr. Evgeny Morozov: “La fiebre de las plataformas” en El País, 17 de Agosto de 2015. [13] En la demencial tendencia de la “uberización del mundo”: “Cada conductor es libre de auto-explorarse tanto como desee, sabedor de que tendrá que circular alrededor de cincuenta horas semanales si espera ganar el equivalente del salario mínimo. Y luego están Airbnb, Blablacar, los sitios de contactos, el “co-working”, y ahora incluso el “co-homing” o el “co-stockage”, y todas esas aplicaciones que permiten extender al infinito la esfera de lo valorizable. Lo que está en juego en la “economía colaborativa”, con sus inagotables posibilidades de valorización, no es solo una mutación de la vida; es una mutación de lo posible, una mutación de la norma” (Comité Invisible: Ahora, Ed. Pepitas de Calabaza, Logroño, 2017, p. 101). [14] “Al principio hay cierta innovación: el alquiler de corta duración de apartamentos amueblados; una idea simple que consiste en poner en alquiler un apartamento o una habitación para huéspedes de paso, pagada por noche. Esta práctica existe desde hace mucho tiempo: prestar o alquilar una cama, una habitación o una vivienda durante algún tiempo no tiene nada de revolucionario. Pero con la aparición de internet, esta práctica se industrializa. Los tablones de intercambio de servicios puntuales, a partir de pequeños anuncios u obtenidos boca a boca, han adquirido otra dimensión desde que se ha hecho posible, en un clic, poner en relación a miles de propietarios, que tienen una vivienda disponible, con millones de turistas. Así nace un fenómeno llamado a competir drásticamente con el modelo de hotel turístico, pero también a canibalizar una parte de las viviendas destinadas a las clases medias. En origen, la idea parecía altruista, no lucrativa, casi hippy: por ejemplo, la página americana Couchsurfing proponía ya en 1999 a los turistas de paso encontrar un sofá o una cama en casas particulares. El funcionamiento estaba centrado en la gratuidad y el intercambio de buenas prácticas. La filosofía general era la de permitir el intercambio humano y cultural: yo te acojo en mi casa, tú me das un regalo, comemos juntos y la próxima vez será al revés. Airbnb, la versión de pago –por tanto, lucrativa- de esta idea genial, nació casi una década más tarde, en 2008. Los fundadores, vecinos de San Francisco, habiendo constatado que la oferta hotelera era insuficiente durante los importantes congresos internacionales, decidieron alquilar una parte de su vivienda a huéspedes de paso durante los momentos álgidos. Un colchón hinchable (air bed) y un desayuno (breakfast): ¡el concepto de airbedandbreakfast (Airbnb) había nacido!” (Ian Brossat: Airbnb, la ciudad uberizada, Ed. Katakrak, Pamplona, 2019, pp. 21-22). [15] Los años 2000 eran de las famosas GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), alcanzadas en la década de 2010 por las NATU: Netflix, Airbnb, Tesla y Uber. [16] Ian Brossat: Airbnb, la ciudad uberizada, Ed. Katakrak, Pamplona, 2019, p. 26. [17] “Tal vez, en lugar de un auge explosivo de la colaboración, parte del fenómeno de Airbnb es simplemente el de una actividad ya existente que ha pasado de un millón de tablones de anuncios y folletos a un solo sitio web” (Tom Slee: Lo tuyo es lo mío, Ed. Taurus, Madrid, 2016, p. 43). [18] “La ciudad contemporánea es un espacio profundamente contradictorio. Es un lugar de producción, de intercambio y de diversidad. En las metrópolis, donde se sitúan mayoritariamente los nichos de empleo, la opulencia se codea, a veces, con la extrema pobreza… Es la “facultad del capitalismo de comprimir la lucha de clases por medio de una división geográfica orientada a su dominación” como ha escrito el geógrafo David Harvey. Cuál es el desafío para los ciudadanos y los electos: permitir a las capas populares seguir viviendo en las ciudades más atractivas. Sin embargo, la explosión de los alquileres turísticos tiene un impacto negativo en el mercado inmobiliario y por tanto en el acceso a la vivienda. Desde 2018 y con el aumento del poder del alquiler de corta duración, los inversores inmobiliarios han comprendido rápidamente que un bien dedicado a este tipo de alquiler era más rentable que un alquiler tradicional alquilado durante varios años a la misma familia. Así que compraron miles de viviendas, desalojaron a sus inquilinos y las convirtieron en “alojamientos Airbnb” decoradas de forma impersonal y concebidas para acoger turistas por rotación todo el año” (Ian Brossat: Airbnb, la ciudad uberizada, Ed. Katakrak, Pamplona, 2019, p. 53-54). [19] Recordemos también aquella pancarta vergonzosa (por ser meramente autoindulgente y nada eficaz) del “Refugees welcome” durante la crisis de los refugiados sirios. Ciertamente el mundo contemporáneo desconoce la hospitalidad y solamente arroja gasolina a la devastadora hostilidad. [20] En 2015 no estaban censados en el Barrio Gótico más de 15624 habitantes frente a los 27470 de 2006, lo que supone que ha perdido casi la mitad de su población en quince años. [21] Cfr. las importantes críticas de Martha Rosler a la ideología de la Ciudad Creativa de Richard Florida desarrollada por en el libro Clase cultural. Arte y gentrificación, Ed. Caja Negra, Buenos Aires, 2017. [22] “El fenómeno Airbnb llega aquí a un punto límite: utiliza el carácter “auténtico” de los sitios turísticos y pretende ofrecer “lugares de vida” diferentes a los alojamientos clásicos, pero contribuyendo a uniformar lo urbano y a hacer artificiales los barrios” (Ian Brossat: Airbnb, la ciudad uberizada, Ed. Katakrak, Pamplona, 2019, p. 64). - - - - - - - - - - - - - - - - - Yo especulo Yo gentrifico Tú especulas Tú gentrificas Él especula Él gentrifica Nosotros especulamos Nosotros gentrificamos Vosotros especuláis Vosotros gentrificáis Ellos especulan Ellos gentrifican Se trata de 3 piezas realizadas por Mario Gutiérrez Cru para este proyecto, aunque parten de 2020 cuando fueron pensadas. Por una parte un luminoso de 250x50cms. Por otra, unos grabados hechos mediante golpe seco con la frase "Yo también soy culpable de la especulación", ambos con la misma frase. Por último una pieza audiovisual con la acción de escribir Yo especulo en una pizarra. Los presento en primera persona y autoculpándome de la especulación. En mi caso es un proyecto que nace de cuando vivía en Portugal y alquilaba mi casa en Airbnb para poder vivir o compré y vendí una casa en la que viví muy poco tiempo. Con personas como yo, a gran escala, se han destrozado las ciudades turísticas, haciendo que los moradores tengan que irse de una ciudad que ya no pueden pagar. Y el arte siempre en ese proceso invisible de gentrificar zonas, en este caso donde sucede la muestra hay 3 espacios culturales en menos de 150m2.

 

 

Entrada actualizada el el 22 ene de 2024

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