Descripción de la Exposición Hace ahora casi once años que Juan Manuel Castro Prieto embaló su recién inaugurado laboratorio profesional de fotografía para llevárselo a Cuzco y positivar allí las mejores copias que jamás se han hecho de Martín Chambi -el gran maestro de la fotografía peruana - cuya obra es para Castro Prieto sinónimo de honestidad y de pasión. En algunas de las imágenes de ese artesano indígena de principios de siglo están las claves que pusieron en marcha una serie de viajes que, 11 años después, nos muestran, no sólo la evolución y madurez de la obra fotográfica de Castro Prieto, sino las huellas de otra expedición más personal en la que la vida, la experiencia y los sueños son los protagonistas. En abril de 1990 viajó por primera vez a Perú y, tras terminar su trabajo con las placas de vidrio de Chambi, reservó unos días para ver de cerca un pedazo del país que desde su infancia había sido el sujeto de sus fantasías viajeras. El Valle Sagrado de los Incas y Machu-Picchu fueron sus primeros contactos con los vestigios de una civilización mítica en la que Castro Prieto se ha sumergido hasta convertirse en un apasionado experto. La ceja de selva, la sierra, el altiplano andino, la selva amazónica, la costa, todas las regiones peruanas son los escenarios de un proyecto que le ha llevado en 12 ocasiones a Perú y que ha terminado en la primavera del 2000. El tiempo congelado en las ruinas se mezcla con la vida sin transición evidente. Todos los personajes rezuman evocaciones literarias como si formaran parte de una ficción no escrita en la que apenas podemos intuir el argumento. De las miles de fotografías tomadas emana siempre una atmósfera onírica. Castro Prieto utiliza la realidad como boceto para representar sus sueños. Los paisajes, los retratos, los escenarios tienen el aroma mítico de los viajes imaginados. Conciliar fantasía y realidad es el reto de este vasto proyecto de poderosa impronta autobiográfica. En el fondo, como dice a menudo Juan Manuel Castro Prieto, el acto de fotografiar es el punto álgido de su relación con la fotografía. Luego nacen las copias exquisitas y las imágenes que viven autónomamente; todas le pertenecen, pero él cambia todo por esa intensidad hipnótica que converge en el momento en que abre el obturador de su cámara y se ve vivir a través de ella.