Tenía una planta en una maceta, en mi cocina, solo hacía una flor, en agosto solo una. Este hibiscus escarlato parecía demasiado brillante para este mundo devastado. Lo empaqué en mi maleta cuando me mudé a Panamá y lo planté en mi jardín. Por todos estos años afuera de mi ventana había un magnífico hibiscus con cientos de flores. Regresé, en este mundo devastado, pero mi hibisco está libre, se quedó allí y continúa atrayendo colibríes con su fascinante fragancia.