Entrevistas 14 abr de 2025
POR TORRIVILLA
Acción pública de La Fulminante. Archivo Nadia Granados. Imagen cortesía de la artista
Nadia Granados, artista y performer colombiana, reflexiona en entrevista con el escritor Torrivilla sobre su trabajo en torno a "La Fulminante" y su cuerpo como archivo de violencia y deseo. Tras una retrospectiva en Bogotá y diez años de su personaje, habla desde México cuestionando el performance contemporáneo y su potencia política.
Nadia Granados es un repertorio andante de potencia, un cuerpo cruzado por la historia violenta de América Latina y sostenido por la fuerza de su deseo. La he visto sobre el escenario multitudinario del festival Ceremonia cantando un reguetón sobre la violencia del narco, hablando en lenguas frente al atónito público del bar El Vicio al sur de la Ciudad de México y presidiendo un cabaret en la Galería Santa Fe de Bogotá, frente a una abarrotada sala en la que se confundían travestis con curadoras, artistas, trabajadoras sexuales y funcionarios culturales.
Nadia usa su cuerpo como archivo del conflicto colombiano, generando impudicias que van desde lo más íntimo hasta fluidos desacralizados. El cabaret Colombianización inicia con el rostro de su hermano y la pregunta: «¿Qué seríamos sin su asesinato?». Nadia cuenta que su curiosidad infantil fue sacudida hacia adentro por la escuela injusta, la crueldad ajena y la vida misma. Nunca sabremos quiénes seríamos sin heridas, pero su arte hoy es un grito que nos acerca al mundo.
Entre México y Bogotá, he visto sus performances, donde nombra sus corajes con pasión. Hablamos durante su última estancia en la capital azteca, en la Semana del Arte, donde el performance suele olvidar su tradición política latinoamericana, seducido por el aplauso del capital cosmopolita. Este texto condensa un diálogo presencial y a distancia, tejido entre acuerdos y desacuerdos.
Torrivilla (T): Acabas de vivir un gran momento para tu carrera con la retrospectiva después del XI Premio Luis Caballero en Colombia y los 10 años de tu personaje La Fulminante. Con Pepx Romero como curador y dramaturgo de la muestra, trabajaron la idea de tu propio cuerpo como archivo y su puesta en escena en un cabaret. ¿Cómo fue ese ejercicio? ¿Qué encontraron en los entrecruces entre la historia de Colombia y tu propia vida?
Nadia Granados (NG): La lucha en Colombia ha sido dura, sanguinaria, terrible, ha llevado muchos muertos, se ha llevado la vida de mucha gente que se ha puesto adelante. Quiero buscar otras maneras de luchar que no sean matar o hacerse matar, exponerse a la muerte en una guerra. Busco aportar a las transformaciones sociales desde la educación, la investigación.
Yo me consideraba una revolucionaria, alguien en rebelión contra un sistema, involucrada en una lucha social. También había un deseo más profundo: el de transformar mi propia vida. Mi vida no estaba dando muchos resultados cuando empecé este proceso.
Así nació La Fulminante, un personaje revolucionario que cambió mi vida. Transformó quién era yo en muchos aspectos: económicos, emocionales, sexuales y de género. Todo lo transformó. Este ser que empieza como una ficción fue un trabajo sostenido de gran complejidad. La Fulminante tiene muchos elementos personales, una apariencia específica, unas maneras de presentarse en escena. Es un trabajo que sigue existiendo en la historia porque está online, entre hiatos y momentos de intensidad en realidad llevo más de 15 años con ella.
Empecé a construirme un público desde internet antes que los espacios de arte me aceptaran. La Fulminante es una obra propia del surgimiento de las redes sociales. No ha sido sencillo, me han boicoteado canales completos y me han censurado muchas veces. Cuando empecé hace 15 años era muy subversiva, no había nada para mí, no había espacios, nadie que me conociera, ni invitaciones a hacer nada. Eso ha cambiado con el tiempo. Tuve suerte, hice una carrera con La Fulminante. No hay otra en Latinoamérica, no sigo una escuela. Soy pionera en una generación que experimentó con los inicios de internet desde las disidencias, haciendo arte contestatario con herramientas digitales en diálogo con el siglo XX. En Colombia no hay otra antes que yo, ni después que yo. Y creo que es porque no es un lugar tan atractivo, se arriesga mucho.
La Fulminante cambió la historia, no solo la mía, sino la de una comunidad artística. Primero la mía porque me enseñó mucho, tuve que aprender mucho para lograr ese proyecto, porque crear a alguien como La Fulminante no se enseña en la universidad. Aprendí en la persistencia, por eso creció, por la constancia. En la muestra de La Fulminante abordamos la revisión de quién es esa, primero en relación conmigo y luego con la historia de mi país.
T: ¿Quién es La Fulminante en relación contigo?
NG: La Fulminante fue una manera de liberarme, de darme una vida nueva cuando no tenía nada. Antes de ella tuve una relación abusiva en la que me destruyeron y en la que yo también ayudé a destruirme con insistencia hasta que me quedé sin nada. Entonces decidí levantarme y decir: ahora soy La Fulminante. Fue una reacción ante una violencia que contribuyó a que yo me menospreciara. Me quemé, pero resucité de mis cenizas. Al renacer tomé elementos de lo que se me acusaba: puta, ninfómana, exhibicionista. Yo estaba con una persona que me maltrataba por celos, así que cuando resucité dije: sí, soy también esto.
La Fulminante reivindica mi dimensión erótica y mi fuerza sexual, por la cual fui humillada. Se construye desde una performatividad de género que nace en mí y se vuelve ficción, fusionando elementos de mi ser erótico sexualizado. Es mi vehículo para criticar, para hablar de lo político y las luchas sociales que me interesaban desde los 2000, cuando me uní a las izquierdas colombianas. Me apasiona ser antiuribista y revolucionaria, estar con quienes buscan cambiar el rostro de Colombia. Soy todo eso, junto a una profesionalización consciente.
T: El performance en Latinoamérica tiene una tradición de interpelar políticamente a las audiencias del mundo del arte y eso se ve en tu obra. ¿Cómo relacionas tu práctica con el campo del arte contemporáneo?
NG: Me interesa el performance desde las artes escénicas más que desde las visuales. Muchas propuestas actuales me resultan aburridas, incluso frustrantes. Mi acercamiento viene de mi formación. Aunque no hago teatro, me identifico con artistas escénicos como Pepx. Trabajo multidisciplinariamente, por eso conecto con artistas que trascienden categorías.
El arte es mi profesión: vivo de ello y he desarrollado habilidades para moverme en este medio. Combino performance, teatro, escritura, investigación, instalación y video experimental. Mi práctica desarrolla múltiples capacidades para relatar la historia de mi país, las luchas sociales y cantidad de temas que me apasionan.
Cuando dices que el performance como disciplina tiene capacidad de cuestionar o contradecir el sistema lo dudo, porque no lo está haciendo. Veo a mi alrededor y dudo de si los artistas del performance tienen una incidencia real dentro de la esfera de lo contestatario, algo que no tiene que ver con qué tipo de arte se haga. Contrario a lo que dices, la incidencia política no depende de la forma sino de quién lo hace. Hay gente que desde el teatro, la danza, el trabajo comunitario, la educación o la gestión están haciendo trabajo para contrarrestar la violencia, para hablar de problemáticas sociales. No tiene que ver con la práctica.
A la mayoría de gente que hace performance la veo dormida, muy aburrida. Hay que hacer un esfuerzo para quedarse viendo muchas de las obras. Los artistas no apelan a recursos complejos para captar la atención de la audiencia.
JT: ¿Cuándo sucede ese momento de descontento para ti, ante qué tipo de prácticas te gana el aburrimiento?
NG: He tenido conversaciones con personas que se autodenominan performers porque hacen acciones para sí mismas, para su sanación, performers a quienes no les importa la audiencia. Hay una contradicción, porque si esperas una audiencia tienes que ofrecerle algo a ese espectador. Te tiene que interesar la comunicación con el otro. Esto hay que cuestionarlo, porque es complejo de resolver. Aunque no sé si me sienta cómoda hablando de las obras de los demás.
No se trata tanto de hacer crítica de obras existentes, me interesa más bien el ejercicio de definir una práctica, un campo que nos involucra. Es un campo que está muy mal, estancado en el pasado. Cuando veo que en las academias de arte siguen diciendo “mi cuerpo es mi lienzo” me enojo. ¿Por qué hablar del performance con el vocabulario de la pintura y las bellas artes? El performance que me interesa está relacionado con la comunicación alternativa, con los discursos de los medios masivos y los códigos de representación.
Cualquiera puede ser performer: basta con proponer una acción, como limpiar el Zócalo. Pero debemos preguntarnos: ¿con qué propósito? ¿Qué resignificas? No se trata de repetir lo que otros hacen con esfuerzo real. Tampoco comparto la autoflagelación espectacularizada; pagar para sufrir en público resulta obsceno cuando fuera de la galería el dolor es auténtico y forzado.
JT: Dentro de tu obra hay un amplio repertorio de acciones de calle, prácticas relacionadas con la disrupción de la vida cotidiana, o del mismo acto y significación de ver una obra de arte. Transitas cómodamente entre la calle, el museo, el bar o el teatro. ¿Qué es eso de la vida cotidiana que te interesa sacudir y recodificar?
NG: Hay que tener claridad en un qué decir y en una estrategia para decirlo. Lo que quieres decir debe estar diseñado para hacerlo contundente. Puedes hacer cosas y nadie se entera porque nadie te voltea a mirar. Para ser disruptiva tienes que ser constante. Encontrar lo que tienes que decir también es un acto pequeño y hay que tener persistencia para encontrarlo. Sobre todo cuando quieres hacerlo desde el cuerpo.
No es indispensable que el performance sea disruptivo, pero a mí me interesa el arte disruptivo, aunque no necesariamente sea performance. Hay disciplinas del arte que son mucho más exigentes.
Cuando veo performances que parecen destinados a reafirmar el campo del arte sin cuestionarlo, obras para celebrar que somos espectadores cultos, ahí me pregunto, ¿qué es lo que tenemos que decir?
Esa pregunta es aplicable a todas las formas del arte. A mí me interesa ser disruptiva, generar emociones fuertes, que la gente se vaya con preguntas a su casa y sienta empatía con lo que hago. Me interesa señalar específicamente personajes y figuras nefastas para la historia de Latinoamérica. Es lo que yo hago, pero no se lo exijo a los demás. Aun así puedo afirmar que me aburro muchas veces en el arte. Debe ser que el arte no está hecho para mí.
JT: ¿Para quién crees que está hecho el arte?
NG: Para un público abierto y diverso. Y en ese público abierto y diverso hay todo tipo de personas. Hay personas a quienes les interesa el arte para comprarlo o para divertirse; hay personas a quienes les interesa el arte para sentir que podemos transformar la sociedad y sentir empatía, personas a quienes nos interesa animarnos a seguir vivos, seguir en nuestras luchas y resistir.
A mucha gente no les interesa el arte en absoluto. Mi práctica surge de movimientos sociales donde participaba antes de ser artista profesional. Desde el activismo, noté que en el arte contemporáneo usábamos un lenguaje poco atractivo, solo comprensible para el reducido público que lo frecuenta. Es crucial explorar otras esferas para desarrollar estrategias discursivas más efectivas y aprender a navegar diferentes aguas.
¿Cómo desarrollar herramientas comunicativas para que eso que haces como artista sea atractivo? Esa pregunta, aunque compleja, es esencial. Respuestas como «hago arte para curarme» o «solo para mí» limitan todo. En cambio, si buscas divulgar tu trabajo con pasión, insistes, preguntas, aprendes a analizar lo qué consume la sociedad y te cuestionas cómo dialogar con los discursos dominantes para reapropiarte de sus códigos y resignificarlos.
JT: La Fulminante nace en un momento de auge del postporno, la resignificación de los códigos de la sexualidad pornográfica y el queer. Después atraviesa otro momento histórico del feminismo como el movimiento Me Too, preocupado por entender con mayor rigurosidad el consentimiento para luchar contra el acoso y la violencia sexual. La Fulminante sigue ahí pensando en una sexualidad revolucionaria.
NG: La Fulminante también se ha convertido en una pregunta para mí: ¿quién soy yo después de todo? Mi trabajo, en el contexto histórico de los feminismos, sumó para que yo me emancipara y dijera: puedo ser peligrosa, molesta, alguien que dé miedo antes que tener miedo de todo. Eso es lo que he hablado desde mi cuerpo, porque no quiero abanderarme ni hablar por otras personas. A mí me interesa la fuerza, prepararme para ser cada vez más fuerte.
Exhibir mis partes íntimas busca cuestionar porqué ciertas cosas no pueden verse de cierta manera. Me interesan los códigos de lo grotesco, lo obsceno y lo prohibido. Esto me ha llevado a explorar nuevos territorios: ¿qué define lo pornográfico? ¿Por qué los pezones son tabú? ¿Por qué la desnudez siempre es sexual? Uso recursos que buscan incomodar, aunque yo misma oscilo entre la impudicia y la timidez.
Hago arte. No es accidente, yo construyo imágenes complejas con recursos que apelan al asco o a los fluídos corporales, elementos que la gente tiene vedados de la representación porque les dan miedo o vergüenza. Investigo y refino mucho mis estrategias porque, además, soy una todóloga. Escribo, actúo, grabo, edito yo misma. He tenido grandes colaboradores como Amber Bemak en el caso de mi trabajo con el video y Pepx Romero en curaduría, puesta escena y adaptación dramatúrgica del cabaret, tanto de La Fulminante como Colombianización, donde trabajamos la teatralidad como una herramienta propia del performance, además, explotamos mi capacidad de ficcionalizar arquetipos de la masculinidad y femineidad. Es un trabajo intenso y estoy presente en todo el proceso.
JT: Si pensamos en Nadia y la Fulminante como alter egos intercambiables hay un acercamiento tuyo a la escena queer que evoluciona desde una mirada más restringida al deseo heterosexual y deviene en relaciones con otras corporalidades y disidencias sexuales, ¿cómo ocurre ese cambio?
NG: La obra de La Fulminante ha sido una emancipación del deseo heterosexual y la forma de ser heterosexual. Llevarla a las acciones en el espacio público me abre un mundo nuevo en relación con mi propia sexualidad. La manera en que expresaba mi género y mi deseo cambió. Ahora soy una persona queer, pero antes no lo era, era muy heterosexual. Pero en ese momento era una heterosexual que buscaba una emancipación. Uno puede estar emancipado y seguir siendo heterosexual, pero yo descubrí otro mundo y agradezco mucho que eso haya aparecido en mi vida.
Trabajando con Pepx el cabaret, nos dimos cuenta que uno de los códigos principales de mi trabajo es el travestimento, personajes que parten de la forma hacia el contenido. Y esa forma es un código travesti. Por eso entra en una lógica de las disidencias sexuales que abrazan y entienden ese código como un posicionamiento político y comunicativo.
Cuando empecé no tenía idea de la escena queer. Lo hice más desde la idea del performance y mi trabajo con trabajadoras sexuales y la feminidad hipérbolica como estrategia de seducción. Pero la escena queer me abrazó.
JT: Las contradicciones que reúne La Fulminante hacen al personaje. En su cuerpo recae la espectacularización de la violencia del Estado y del capitalismo para convertirse en fuerza sexual. Los orgasmos revolucionarios de La Fulminante te liberan de ti misma y del sistema. Lo dices en el Cabaret: «Esa puta qué cree, ¿que eso es arte?» Y eso me remite a las críticas que le llegan a tu personaje desde diferentes flancos: la de la sexualización grotesca, la de la denuncia panfletaria, el estereotipo, ¿cómo las enfrentas?
NG: El cuerpo sexualizado es de las relaciones más esenciales que he tenido con el arte. Gracias a mi mamá siempre crecí con consciencia erótica, ella fue muy abierta, hizo teatro desnuda y escribía poesía erótica conmigo. Cuando yo era chiquita hicimos un proyecto de tarjetas firmadas a mano con poesía erótica, así que aprendí ese lenguaje desde los 14 años cuando empecé a tener sexo. No separo el discurso ideológico y la manera en que pongo el cuerpo.
Socialmente existe una contradicción: el sexo debe esconderse, pero a la vez las mujeres deben ser sensuales. Al etiquetarte como 'mujer', automáticamente debes cumplir ciertos mandatos de atracción sexual. Pero si ejerces autonomía, si buscas sexo activamente, te conviertes en monstruo. Esto fue mi estigma: siendo adolescente, aunque no era la más atractiva, era muy sexual. Así entendí que no encajaba en lo que esperaban ver desnudo.
La Fulminante juega con todo ese sistema. Para mí el arte más interesante interviene los códigos de representación para recordarnos que todo está construido. Uno puede decidir qué le gusta y qué no le gusta de esas construcciones, por eso los códigos se pueden organizar de otra manera para llevar a cabo esa disrupción y hacer una obra de arte, poesía, para generar nuevas visiones de la realidad. No todo el mundo pretende eso, pero es lo que me atrae de la práctica artística.
Me gusta perturbar. La Fulminante no es solo una rubia con peluca haciendo gestos. El personaje se complejiza al incorporar elementos que critican la violencia, el poder y la historia. ¿A quién va dirigido? A todos, pero especialmente a esos hombres que solo quieren verte las tetas. Es un experimento con su machismo y el mío, una propuesta artística que nunca controlas del todo. El arte te permite hacer las cosas a tu manera, el arte permite desorden.
JT: ¿Cómo te sientes con la recepción de tu retrospectiva en la Galería Santa Fe de Bogotá? Un proyecto que abarcó seis presentaciones del cabaret, talleres y charlas públicas de extraordinaria asistencia.
NG: Mi carrera ha sido facilitada por la institución en Colombia, hay un sistema que permite que haya mucha diversidad y me ha dado espacios sin censura. La experiencia fue fantástica, algo muy potente. Liderar la exposición fue una gran experiencia, una oportunidad de hacer algo a mayor escala con mis colaboradores. Le aposté al XI Premio Luis Caballero por el momento en que estaba mi carrera, por la pertinencia del proyecto. Uno siempre cree que lo que hace está bien, otra cosa es lo que creen los demás. Y efectivamente fue importante para el momento histórico en que se hizo. Fue precisamente en el momento del Estallido social, finalizando el gobierno de Duque, un pésimo mandatario. Cuando hice esa exposición llevaba más de 20 años pensando en el conflicto colombiano, en el discurso de la violencia en Latinoamérica, sobre los narcos y paracos. Me movió una gran rabia con el estado de las cosas.
JT: Recibes el premio y la visibilidad institucional en Colombia, pero me pregunto por la resonancia de tu carrera en el resto de América Latina, especialmente en México donde hiciste tu maestría y desarrollaste la tesis que se convirtió en Colombianización.
NG: En Colombia hay una gran tradición de arte centrado en el conflicto. Con una salvedad: hay gente que habla, pero nunca da nombres, nunca señala a nadie ni toma partido, ese es el tipo de aproximación que es más aceptada. El problema es cuando le empiezas a poner caras. Ahí es donde es más problemático entrar a ciertos círculos. Pero sí hay un interés y una alta producción artística en relación con el conflicto y la memoria.
En el resto de América Latina ciertamente no he tenido el mismo apoyo institucional. Desde ciertos espacios hay un ninguneo, inclusive en el propio mercado, aunque sea un ámbito privado. Me pregunto: si están hablando de derechos humanos, están hablando de memoria, ¿por qué no me llaman? Llevo décadas tocando esos temas. Toca seguir aplicando a apoyos y becas. Toca seguir haciendo fila.
JT: ¿El arte es oxígeno?, como afirmó recientemente Marina Abramovic en su performance en la Ciudad de México
NG: Sí, pero lo diría con el culo. No lo diría sentada, bajo una sombrilla, escrito de forma literal en una bandera blanca.
El performance de Marina Abramovic me pareció pretencioso y superficial, sobre todo para una artista que hacía imágenes confrontacionales, duras, imágenes que no necesitaban explicación porque generaban una reacción en el cuerpo. El arte es oxígeno, claro que es oxígeno, pero no todo el arte es igual. El arte puede ser oxígeno para alguien que es capaz de vender cuadros en 20 mil dólares y vivir de ello.
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