Crítica 01 may de 2025
POR ANA GABRIELA GARCíA
Portada del número 7 de «Tiempo muerto». Máscaras y rituales tradicionales kukeri de Bulgaria, fotografiados antes de 1945 © Bulgarian State Archives Agency (BASA). Imagen cortesía dle artista y Galerie im Körnerpark
En la Galerie im Körnerpark de Berlín, el artista mexicano Juan Pablo Macías presenta «Tiempo muerto», una exposición que entrelaza arte y anarquismo para dar continuidad a la Biblioteca Social Reconstrucción. La crítica ana gabriela garcía reflexiona cómo este proyecto editorial y artístico reactiva la memoria rebelde y propone rutas para pensar la vitalidad del archivo.
En el mundo, hay una revolución espiritual que defender en contra de las raíces únicas como identidad. ¿Qué actores están más destinados a este compromiso que las publicaciones periódicas, independientemente de su temática y la manera en la que trabajan? Éstas entrelazan, retransmiten y relatan el estado del mundo, en toda su diversidad y su extensión. — Edouard Glissant
«Hace tres años, escapó de un embargo, por alquiler debido, una de las bibliotecas más grandes en anarquismo de América Latina en México. A esta colección de documentos se le ha dado archivo; a sus gestores y usuarios, tiempo muerto». Con estas líneas, que no bastándoles con estar como escritas a mano también gritan, abre el número 1 de la revista Tiempo muerto, en cuya portada obliterante se revela el augurio de una imagen fantasma: las imágenes valen más que la vida.
La biblioteca a la que el grito sordo refiere tiene por nombre Biblioteca Social Reconstrucción (BSR), una iniciativa civil fundada en el Centro Histórico de la Ciudad de México en 1978 y cuya colección fue el trabajo de vida de Ricardo Mestre Ventura, a quien dicho volumen de la revista también está dedicado. Impulsado por el deseo de la autogestión, este catalán exiliado en México tras la dictadura franquista fue un militante, lector, librero y editor, todas labores que le llevarían a la construcción y diseminación de un acervo muy particular y muy basto alrededor de los saberes anárquicos que se estaban gestando entre Europa y Latinoamérica durante el siglo XX.
Pero quizá hay que tomar un paso hacia atrás. En lo que fue un Orangerie en el Körner Park de Neukölln, Berlín, se encuentra la Galerie im Körnerpark, una galería que desde los años ochenta se ha dedicado a mostrar prácticas artísticas contemporáneas con un énfasis en el intercambio cultural. En el marco del inicio de la primavera, en lo que había sido —y, en muchos otros sentidos, sigue siendo— un sitio muy gris, distintos cuerpos de obra toman el espacio bajo la forma de una exposición titulada Tiempo muerto del artista mexicano Juan Pablo Macías (Puebla, 1974) y bajo la curaduría de Angelika Stepken. Desplazarse por la sala se vuelve una suerte de juego, pues sobre el suelo de loza, una serie de pantallas marcan el ritmo con el cual transitar. Se trata de una serie de videos reproducidos en loop, cada uno en diálogo con el despliegue a pared de objetos que a la distancia podrían ser banderas pero una vez vistos de cerca su materialidad aparece: revistas atravesadas por mástiles de madera cuya punta las sujeta al muro. Mi deseo lúdico me dice con impaciencia que las debo hojear y para mi sorpresa es posible. A lo largo de la sala, los números están también disponibles para llevarse o incluso para su descarga online. Me dispongo, entonces, a la lectura de estos materiales impresos. Se trata de la exposición, por primera vez, de los ocho números —del cero al siete— de la revista Tiempo muerto publicados hasta la fecha. El encuentro está envuelto por una serie de capas de sonido provenientes de los videos que hasta entonces permanecerían como susurros, y más adelante cobrarán otros sentidos.
Cleptómana de citas, este escrito sigue ahora dos caminos, tomando como punto de partida un par de frases encontradas dentro de algunos números de Tiempo muerto.
I. Sobre dar archivo
Es en 2009 cuando Juan Pablo y la BSR cruzan sus caminos. Como suele ser el caso de muchos acervos autogestivos en México, las condiciones en que éste se encontraba eran precarias. Tras la muerte de Mestre en 1997, el par de anarcontes —Tobi y Martha— que asumieron las labores para seguir diseminando estos materiales se vieron forzados a desalojar el espacio desde el cual operaba la BSR y trasladar, en cajas, los contenidos de la biblioteca a una nueva locación, dejando a este par en un juicio aún vigente tras el proceso de embargo.
En ese contexto, Tiempo muerto surge como el terreno editorial por parte de Juan Pablo para la exploración de las prácticas anarquistas y sus posibles vínculos con el arte, pero no sólo. Impulsado por la idea del anarquismo expropiador como posibilidad para minar el financiamiento dentro de las artes, el artista muy pronto fabuló estrategias para desviar, con este proyecto, fondos dentro del sistema artístico y sus estructuras no sólo en favor de saldar las deudas de la BSR, sino también para mejorar las condiciones en que dichos materiales se encontraban, así como las dinámicas bajo las cuales podrían ser accesibles. A lo largo de los ocho números publicados, Juan Pablo articula un terreno editorial donde las contribuciones oscilan entre re-publicaciones de textos clave en el pensamiento anarquista, así como contribuciones inéditas de gente rumiando sobre ideas anarquistas y libertarias en México y el mundo. Como una especie de expansión de la BSR, a través de cada número, en múltiples lenguas y tiempos, se constelan ideas en torno a la propiedad privada, la autonomía de los saberes y las tensiones entre naturaleza y cultura, la soberanía de la tierra y las semillas libertarias que en ella se planta —con un énfasis en el teocintle—, sus paisajes sonoros, sus lenguajes, la amistad y el apoyo mutuo, así como, en su última edición, la posibles puentes entre la anarquía y el paganismo.
La información desplegada aquí es muy basta; podría incluso decirse que es demasiada para los ritmos a los que el cuerpo esta acostumbrado cuando su papel es el del visitar una exposición. Y, pese a ello, la manera en que ésta se despliega es compacta: un tiro visual muy limpio para quienes en realidad están encontrándose con una investigación extensiva de archivo. Será más bien labor de las curiosas darse el tiempo —sentarse, leer y escuchar— para visitar estos mundos. En relación a esto, se queda conmigo una idea guardada en el grito sordo con que abre este texto: dar archivo.
Sabemos mucho ya de la violencia que yace en el archivo. Sabemos también de sus límites narrativos y que éste habla más por lo que no nombra que por lo que enmarca. Entonces, vale la pena pensar los procesos de archivo a través de los cuales Tiempo muerto dialoga con la BSR. Partiendo de la premisa del limitado acceso a materiales en torno al anarquismo en México, dar archivo a la colección de la BSR implicaría, por un lado, que tras su embargo, ésta tuvo que ser guardada y puesta bajo resguardo. En contraste, en un acto de desvío de fondos por parte del artista —o más bien, una instalación artística realizada en 2012—, dicho acervo fue llevado al Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la Ciudad de México, en donde los libros fueron catalogados, limpiados y fumigados para que éstos no contaminaran la colección permanente del museo. La pieza se completaría a través de la consulta pública del acervo dentro de las instalaciones del MUAC, sin embargo, la negativa del sindicato de la institución llevó al artista a buscar otras salidas. El resto se documenta en el no. 0 de Tiempo muerto, así como en uno de los videos de la muestra, y es lo que hace que esta operación editorial arranque.
Pero lo que quiero subrayar aquí es que en este proceso de archivo, la negación de la vida pública supone un acto de restricción de acceso: ahí donde un instrumento de lucha o memoria activa se transforma en un objeto pasivo; administrado, en este caso, por una lógica institucional que burocratiza la memoria rebelde desde un régimen capitalista. Es ahí donde quizá radica la potencia de Tiempo muerto, en pensar y accionar cómo esta lucha puede continuar siendo un material vivo que rodee las resistencias activas del presente. Es en esa ruptura del tiempo, cuando se suspende la idea de que estos documentos están fijos en el pasado como algo que ya fue y por ende suponen un legado intocable, que destella un espacio para pensar lo inimaginable en las formas de lo cotidiano.
¿Qué quiero decir con esto? Que el acto mismo de hacer biblioteca (anarquista) es una herramienta de resistencia, pues supone una apuesta civil para dar un giro radical a la noción de archivo en tanto que comparte activamente los saberes cocinados dentro de la misma. Algunas llamarán a esto anarchivo y me gusta pensar a éste como ese espacio en potencia donde se borra la línea entre revolución y vida para echar a andar una red de intercambios y solidaridad. En el momento en que la BSR tuvo dificultades para continuar esa labor, Tiempo muerto buscó darle continuidad ahora desde el espacio editorial que trae consigo el formato de revista. Con ese mástil que sostiene a cada revista ante quien se encuentra con ella, biblioteca e imprenta son un estandarte; biblioteca e imprenta son rememorados como herramientas históricamente utilizadas, desde abajo, desde donde se siente el peso de la opresión, para la radicalización política de la imaginación.
II. Un mundo de mierda
Abro el número 2 de Tiempo muerto y, como un oráculo, aparece esta frase que toma toda la página. La leo como una niña traviesa que ve con gracia algo fuera de lugar. Ahí, en el texto, Juan Pablo discute sobre los problemas del lenguaje y la representación ligados a nuestra desconexión con el entorno. Concuerdo, y sigo con mi recorrido. Mientras tanto, sonidos de un yembé senegalés se mezclan con los murmullos de la montaña y, más tarde, con el proceso de nixtamalización para hacer tortillas. Todos registros sonoros de luchas precoloniales —impulsados por el afecto, el abrazo de la vulnerabilidad y un sentido de complicidad y afinidad— que yacen en los paisajes de la revolución y que ahora envuelven a este espacio con la esperanza, sueño, de que reverberen en nuestra memoria por siempre. Mientras camino, me pregunto: ¿a qué suena la anarquía? ¿A qué suena la revolución? Pienso, sin duda, que me gustaría también escuchar qué dicen al respecto las mujeres que no veo en estas páginas y tampoco escucho en estos videos; esas mujeres cis, mujeres trans, negras, marronas, morenas, indígenas, migrantes, pobres, putas y no heterosexuales, cuya voz es parte crucial de ese palimpsesto que llamamos la lucha por la autonomía.
La frase se queda conmigo aún saliendo de la muestra y entiendo que, en efecto, hay algo fuera de lugar. Dicho de otra manera, el mundo está patas pa’rriba. Esta sección podría ser muy extensa, pero iré directo al grano: «transformar nuestras relaciones sucede aquí y ahora». Se ha vuelto insostenible mantener la amnesia y proyectar al futuro cualquier idea de cambio. Escribo este texto desde ese sitio gris que persigue y extermina a quienes se han levantado y siguen levantándose contra el imperio. A quienes hoy no tienen miedo de decir que no se trata de un conflicto, sino de un genocidio activo y transmitido en vivo. A quienes defienden que las fronteras deben estar abiertas y ya. En ese sitio donde la experiencia vital se encuentra al filo, salgo de lo que fue un Orangerie en el Körner Park de Neukölln, Berlín, tras este encuentro con una multiplicidad de sentipensares anárquicos, una cosa me queda clara: sí, el mundo puede ser de otra manera, así como ya lo está siendo ahora mismo, justo donde nuestra mirada anestesiada no puede enfocar. Tiempo muerto de Juan Pablo Macías es una invitación a sumergirse en el pensamiento anarquista para pensarlo como un proceso abierto, no fijo, pero siempre con la pregunta abierta sobre cómo radicalizar nuestras relaciones y formas de acción más allá de la opresión. Ahí, entre líneas yo leo la materia impresa y su circulación —más allá, desde luego, de la cooptación capitalista de la misma—como una de muchas estrategias para articular otras formas de afinidad y apoyo mutuo; una apuesta para bordear lo que significa habitar ese terreno extraño ya no de lo que debe ser, sino de lo que puede ser. Eso sí, en presente.
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