Crítica 14 nov de 2024
por Marisol Salanova Bruguera
Asad Raza, "Prehension", 2024. Viento, cristales de ventanas extraídos, algodón, poliéster, metal; dimensiones variables. Fotografía por Ivan Erofeev. Imagen cortesía de Manifesta 15 Barcelona Metropolitana
Marisol Salanova, crítica de arte, aborda la 15ª edición de Manifesta en Barcelona cuestionando la auténtica función de la bienal y su impacto en la comunidad local. Aunque la bienal se presenta como un evento que promueve la democratización cultural y la revitalización urbana, Salanova revela cómo, en realidad, beneficia principalmente a su propia estructura organizativa y a un circuito elitista del arte europeo.
La publicación de textos que aborden la crítica más allá de una descripción condescendiente y optimista de las obras expuestas o una paráfrasis del texto curatorial es cada vez menos frecuente. Por eso, cuando recibí el encargo desde Arteinformado para escribir mi crítica en torno a la edición de Manifesta Barcelona sentí tanta extrañeza como alegría.
¿De verdad alguien quiere una opinión sincera sobre esta bienal? La crítica de arte anda en sus horas más bajas y supeditada a las páginas publicitarias. Soy consciente de la gran inversión en publicidad que realiza la organización de la bienal en todo tipo de medios. Las áreas enfocadas en didáctica y prensa son las primeras que despliega en cada sede la dirección sita en Amsterdam. No en vano, su departamento más activo y eficiente es el de Comunicación. Tardaron apenas unos minutos en responder mi llamada con propuesta de rutas para llevar a cabo mi visita y acceso privilegiado a imágenes reproducibles en prensa que den buena cuenta de lo que está sucediendo. Cuidar el archivo visual que quede será clave para conseguir la siguiente edición.
No es la primera vez que tiene lugar en España este evento. La bienal nómada europea fue fundada en los Países Bajos en el año 1993, ha desarrollado quince ediciones y dos de ellas han sido en territorio español: Murcia, Manifesta 8, durante 2010 y Barcelona, Manifesta 15, durante 2024. Se sostiene mediante actividades a lo largo de doce semanas en doce ciudades de cada región y ha pasado por catorce países con la promesa de dar trabajo y visibilidad a artistas, comisarios y jóvenes profesionales del ámbito cultural a largo plazo.
La experiencia murciana no fue lo suficientemente traumática o no ha quedado grabada en el imaginario colectivo como para evitar un nuevo desembolse público y de aquellos barros, estos lodos. En Cataluña se ha repetido el desfase; intervenciones inconexas, discursos pretenciosos, sin generar el flujo de públicos esperado y pasando sin pena ni gloria entre profesionales del sector, que se sacan el selfie de turno si les invitan a visitar uno de los enclaves más representativos, pero luego las críticas se limitan a regurgitar la nota de prensa. No hay pensamiento, no existe la reflexión posterior; quizás sea innecesaria.
Al margen de los nombres y piezas interesantes que pueda uno encontrar en tan variada programación, queda claro que la cita sólo beneficia económicamente a la organización de la bienal, no a la comunidad que la acoge. Esto viene sucediendo de largo y no aprendemos. A lo mejor no se da una voluntad de aprendizaje sobre la base de la experiencia porque generaría conflicto de intereses, ya que la bienal parte de una Fundación cuyo patronato se compone por algunos de los directores de museos y centros de arte más importantes de Europa. Juntando capital económico y capital social la desmemoria se torna comprensible.
Si unas migajas de entre los millones de euros que mueve la bienal caen en manos de los gestores culturales de países donde su ámbito es de los más precarios, la complacencia está servida. Pero es que, además, optar a formar parte del proyecto da esperanza a muchas personas que tratan de abrirse paso en el mundo del arte y ven la oportunidad de dar un salto internacional. No, no sirve de trampolín, ni de escaparate, ni de ascensor para aquellos que no estaban ya asomados a la azotea.
La mayor proeza de esta edición de Manifiesta ha sido recuperar las Tres Chimeneas de Sant Adrià de Besòs. La gente puede visitarlas, puestas en diálogo con instalaciones artísticas, y adentrarse en ellas por el módico precio de 15 euros. La sala de turbinas de la antigua central térmica exhibe una pieza maravillosa del artista estadounidense Asad Raza. Aunque, para los vecinos, me temo que el arte ha sido colateral. La curiosidad por conocer parte de su paisaje industrial más a fondo es lo que ha provocado mayor revuelo. Una veintena de artistas expone ahí, quién sabe si el visitante retendrá sus nombres. Son creadores de la talla de Carlos Bunga, Jeremy Deller, Aurèlia Muñoz o los colectivos Jokkoo y OJO Estudio. Los temas que abordan guardan una aparente relación con el contexto; la lucha obrera, los colectivos marginalizados, el cuidado del medioambiente... ¿Cómo no invertir en cuestiones que “llaman a la acción ecosocial”? ¿Quién no querría revitalizar los barrios marginados, resignificar las fábricas abandonadas y revalorizar su entorno?
La directora fundadora de la bienal, Hedwig Fijen, afianzó la juagada hace cinco años con Ada Colau en la alcaldía de Barcelona, entusiasmada ante el horizonte de un ecosistema cultural descentralizado. Pues sí, descentralizado ha sido. No cuenta con un eje, una idea rectora coherente o un elemento diferenciador que al mismo tiempo aglutine y haga entendible el resultado al público general. Porque si de verdad se pensaba en democratizar el acceso al arte, fomentar el pensamiento crítico y ese tipo de discursos que van unidos a la bienal, finalmente ha quedado para expertos y tan alejada del común de los espectadores que no puede considerarse un resultado óptimo, ni mucho menos. Basta con preguntar al público local, en los alrededores de las intervenciones, para comprobar el tipo de impacto que ha tenido. Incluso entre los ya familiarizados con la escena artística, en petit comité la mayoría confiesa haber apreciado la tendencia a la dispersión y la inconsistencia en términos de montaje expositivo.
«¿Es elitista el arte?» Se pregunta constantemente en las ferias de venta de obras. Supongo que, a estas alturas, se trata de una pregunta retórica. Al menos, en las ferias, que te quieren vender se ve venir. Los discursos curatoriales a veces están cogidos por los pelos pero se intenta disimular la intención principal sin una pátina de buenismo. Con las bienales eso no pasa. Siguen instaladas en una especie de colonización saqueadora con disfraz decolonial. Su elitismo está maquillado por un puñado de causas sociales que no oculta la sempiterna actitud paternalista del norte de Europa hacia el sur. Vienen a unir zonas industriales y despobladas, a conectarnos a todos con una varita mágica transfronteriza porque solos caminamos hacia la autodestrucción. Pero no, no surte efecto.
Algunos críticos estamos hartos de oír hablar de vertebración de territorio mediante la cultura mientras vemos que lo que se vertebra son los bolsillos de quienes se ponen al frente de tan nobles causas. Bajo el pretexto de la crisis climática —como podría haberse escogido cualquier otro tema en boga siguiendo la estela de Manifesta—, el circuito requiere recorrer largas distancias para las que la opción más práctica es el vehículo privado, pues no existe buena conexión de transporte público. Una de muchas incongruencias en la que no voy a entrar, para no perdernos en las anécdotas. Ya ha habido pérdida suficiente. Las bienales perdieron su razón de ser hace mucho tiempo y no soy la primera que lo verbaliza. Desgraciadamente, tampoco seré la última, porque habrá más ediciones y más tierra quemada tras de sí.
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Crítica 09 oct de 2024
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España