Exposición en Linares, Jaén, España

Máquinas de Volar

Dónde:
Galería Cristóbal Bejarano / Marqués de Linares, 22 / Linares, Jaén, España
Cuándo:
06 nov de 2009 - 09 dic de 2009
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
La exposición se compone de un conjunto de pinturas resueltas con una gran maestría en el dominio de la composición, del color y del dibujo. Máquinas de volar con las que, de una forma simbólica, reflexiona sobre el anhelo del ser humano de perfeccionarse de superarse, de elevarse espiritualmente.

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Se cuenta que, alrededor del año 875, Abbas Ibn Firnas construyó con plumas y madera un artefacto con el que intentó volar en un paraje cercano a Córdoba. Y hacia el 1010, un inglés -Eilmer of Malmesbury- se arrojó desde una torre de reloj con un planeador de plumas y maderas llegando a volar más de doscientos metros. Ya en el s. XV, Leonardo da Vinci diseña tres máquinas voladoras: el ornitóptero (máquina con alas de pájaro que podían ser movidas mediante un mecanismo), el helicóptero y el planeador. Y vinieron muchos más: Joseph y Etienne ... Montgolfier, los hermanos Wright, Ferdinand von Zeppelin y un largo etcétera que han ido haciendo realidad el viejo sueño de Ícaro. Porque los pájaros -y también los ángeles- volaron desde siempre, el hombre ha querido emularlos y, en cierto modo, lo ha conseguido.

 

El asombro ante el deseo de volar, el talento y la imaginación de los seres humanos concibiendo máquinas voladoras, la iconografía bellísima de esos ingenios, constituyen el pretexto plástico de esta nueva serie de Barroso. Son el pretexto, insisto, porque el vuelo al que verdaderamente se refiere el pintor es el vuelo interior que puede llevarnos del mundo manifestado a un plano trascendente. Así pues, los elementos que intervienen: plumas, pájaros, figuras humanas, ángeles, caballos, aviones, insectos, peces... hay que interpretarlos en su dimensión simbólica. Por ejemplo, la garza, por tomar uno de ellos, es el fénix del mundo egipcio símbolo del dios Sol con los nombres de Osiris y Ra. La garza se eleva sobre las montañas creándose a sí misma.

 

Esta bella alegoría está en línea con el deseo de elevación del pintor. Desde siempre Pepe Barroso ha vivido intensamente sus dudas existenciales y, ahora, que se acerca al umbral de la madurez, la necesidad de comprender el sentido de la vida, el suyo, se hace más y más intensa. Pero, ¡ay!, en ese anhelo de ascensión hubo vuelos en los que el Sol reblandeció la cera que unía las plumas de las alas. Al fin, tras esa larga alquimia de error y ensayo, Pepe Barroso ha encontrado la gramática adecuada a las necesidades de su discurso. El trabajo de la última década, la coherencia de ese trabajo, muestra claramente lo que afirmo.

 

Conozco la trayectoria artística de Barroso desde sus comienzos e, incluso, hemos compartido más de un proyecto. Puedo, por tanto, dar fe de aspectos fundamentales de su carrera. Es un pintor muy bien dotado y con una sólida formación en el oficio del que cabe resaltar su extraordinaria capacidad para el dibujo, la composición y el colorido. Sin embargo, lo que realmente lo distingue de muchos es su entusiasmo ante el trabajo, su entrega y su búsqueda constante movida por un acusado sentido de la curiosidad. Barroso es un buscador que ha encontrado en la práctica de la pintura un vehículo hacia el Conocimiento. A él lo que le interesa básicamente es el proceso de pintar porque sabe que en ese proceso se hallan las claves esenciales para lograr su esclarecimiento interior. Se trata, por tanto, de un trabajo plástico que tiene como móvil y meta entenderse y entender el mundo. Ésa es la razón por la que muchas de sus pinturas nos resultan tan inquietantes. Su obra responde a esa antigua inclinación del ser humano hacia lo inasible, hacia esa región de conmovedora geografía que hemos convenido en llamar misterio. Una obra generosa que más que racionalista o procedente de una base culturalista, nos resulta fundamentalmente intuitiva: como si respondiera a la rotunda afirmación de Wassily Kansdinsky: es la intuición quien da vida a la creación.

 

Barroso siente una gran fascinación por el arte renacentista y mucho de ese espíritu anida en el suyo. No creo que para nuestro pintor haya existido un maestro más grande que Leonardo. Una de sus series más logradas, La mirada en el tiempo (2000), es un claro ejemplo de su admiración por los gustos renacentistas. En esa colección predomina la figura humana que, aunque resuelta con procedimientos plásticos contemporáneos, responde a cánones clásicos. Especialmente puede advertirse -sobre todo en el esquema compositivo- en La bacanal, bellísima pintura de pequeño formato que brilla con luz propia en el conjunto de esa serie. En el mismo sentido, no quiero dejar de citar su Sebastián (2002) en la que la figura asaetada se sustenta en un paisaje al modo renacentista cuyo colorido acentúa el dramatismo de la obra. A mi entender y gusto una de las piezas más importantes de la carrera de Barroso.

 

En obras anteriores a la serie Galileo Galilei (2003), en ésta y en la presente, aparecen sobre la superficie pintada textos caligrafiados, a veces ilegibles y que ahondando en aspectos conceptuales- aportan un valor plástico más y que podemos considerar como un homenaje a Leonardo. En Máquinas voladoras, la oportunidad de las mismas es manifiesta.

 

La serie Máquinas voladoras, ha de ser entendida a mi juicio dando relevancia a los aspectos simbólicos de la misma. Aunque antes de entrar en ese asunto convenga adelantar la indudable belleza formal de unas piezas resueltas con una facilidad sólo aparente, pues muchas de ellas delatan concienzudos estudios previos. De ahí la eficacia de las composiciones, especialmente en las piezas donde la figura humana es la protagonista. El vigoroso dibujo de Barroso se comporta como el andamiaje de la pintura y, en otras, el dibujo cobra todo el protagonismo. En cualquier caso, la mano y el ojo del magnífico pintor que es Pepe Barroso quedan patentes.

 

Sin embargo, para mí lo más importante de esta nueva serie radica no en la indudable maestría de la ejecución, ni tan siquiera en la sobresaliente belleza de la colección. Lo que verdaderamente me llama la atención es la riqueza simbólica de Máquinas voladoras, poco importa que el pintor sea o no consciente de esta dimensión. La obra de todo artista está vinculada a la propia historia del arte y los tiradores de la memoria actúan constantemente arrancando, de lo que C. G. Yung llamó inconsciente colectivo, los móviles profundos de la obra. Esa dimensión simbólica constituye la médula, el sentido profundo del arte y explica su función como transmisora de valores primordiales. El estudio detallado del bagaje simbólico de la serie superaría con mucho los límites razonables de una presentación, aunque en el caso de este trabajo último de Barroso estaría justificado. Aún admitiendo que el análisis al que me refiero requiere otro lugar, sí considero interesante dejar apuntados a grandes rasgos algunas líneas.

 

Tanto en las interpretaciones míticas de la existencia como en el mundo de los sueños, el vuelo expresa un deseo de sublimación, de búsqueda de la armonía interior. Pues aunque Ícaro, su caída representa el fracaso provocado por la desmesura, es asimismo imagen del anhelo de la elevación espiritual de la que también es imagen el ángel. Personajes alados, ángeles, figuran en estas pinturas de Barroso. Y aves, desde el místico mirlo, el pelícano como símbolo de la entrega fraternal o la garza ya referida. Los pájaros simbolizan las relaciones entre cielo y tierra, la liberación de lo terrenal en el taoísmo. En general las aves representan los estados espirituales, los estados superiores del ser. Son en la tradición grecorromana los mensajeros de los dioses: de la observación del vuelo de las aves los augures interpretaban los designios de la divinidad.

 

Reparando en los elementos compositivos de estas pinturas, puede observarse una orientación de izquierda a derecha -el sentido occidental de la lectura- en vectores dibujados por líneas de aves -acaso una explícita referencia al paso del tiempo (la fugacidad del tiempo, es una de las obsesiones más notables de nuestro pintor). Hay garza y ánades, aves migratorias cuyos viajes periódicos son imagen del viaje cíclico de la renovación de la vida, del proceso ininterrumpido vida-muerte-resurrección.

 

Mucha atención deberá tener el artista a la hora de colgar la obra, pues debe imponerse un orden que obedezca a los significados de la misma. Un orden tan cuidado como si de un libro de poemas se tratara. Así debiera ser, a mi particular entender, pues la dinámica de la serie tiene unos momentos de reposo que se corresponden con las varias representaciones de los seres alados -Ícaro- que suponen un paréntesis en el discurso plástico, un espacio de reflexión. Y esa madonna con tres pajarillos y dos plumas que nos interroga con su inquietante mirada, acaso debiera ser el epílogo de la serie.

 

En cuanto a las representaciones de las máquinas, los aviones, responden al mismo esquema simbólico. Son la traslación moderna de los animales fabulosos y. como las aves, simbólicamente se refieren a la aspiración humana de lanzarse al aire: un nuevo Pegaso que intenta el salto de la Tierra material al Cielo espiritual. Asimismo, mucho debería decirse acerca del rico colorido de la obra, donde a mi juicio el azul, el más profundo e inmaterial de los colores, adquiere una gran importancia.

 

Creo, por último, que Máquinas voladoras marca un hito en el trazado de su trabajo interior. Pepe Barroso busca, como todos los seres humanos conscientes, la Luz. Como dejó dicho Robert Schumann enviar esa Luz a las profundidades del corazón humano es la misión del artista. Esta bellísima colección es su testimonio. Y estas palabras el mío, con las que he intentado expresarle mi reconocimiento y mi gratitud.

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Pepe Barroso, Ciencia y fe

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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