Exposición en Madrid, España

Edward Hopper

Dónde:
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Paseo del Prado, 8 / Madrid, España
Cuándo:
12 jun de 2012 - 16 sep de 2012
Inauguración:
12 jun de 2012
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
El Museo Thyssen-Bornemisza y la Réunion des musées nationaux de Francia presentan, primero en Madrid y más tarde en París, la exposición Hopper, que reúne la más amplia y ambiciosa selección de la obra del artista estadounidense que se haya mostrado hasta ahora en Europa, con préstamos procedentes de grandes museos e instituciones como el MoMA y el Metropolitan Museum de Nueva York, el Museum of Fine Arts de Boston, la Addison Gallery of American Art de Andover o la Pennsylvania Academy of Fine Arts de Filadelfia, además de algunos coleccionistas privados, y con mención especial al Whitney Museum of American Art de Nueva York, que ha cedido 14 obras del legado de Josephine N. Hopper, esposa del pintor. La exposición en Madrid presenta una selección de 73 obras -pinturas, dibujos, grabados y acuarelas- y analiza la evolución de Hopper desde sus años de formación en la New York School ... of Art hasta su etapa de madurez, repasando así toda su trayectoria artística de forma cronológica pero destacando también los temas más recurrentes de su producción.

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El Museo Thyssen-Bornemisza y la Réunion des musées nationaux de Francia presentan, primero en Madrid y más tarde en París, la exposición Hopper, que reúne la más amplia y ambiciosa selección de la obra del artista estadounidense que se haya mostrado hasta ahora en Europa, con préstamos procedentes de grandes museos e instituciones como el MoMA y el Metropolitan Museum de Nueva York, el Museum of Fine Arts de Boston, la Addison Gallery of American Art de Andover o la Pennsylvania Academy of Fine Arts de Filadelfia, además de algunos coleccionistas privados, y con mención especial al Whitney Museum of American Art de Nueva York, que ha cedido 14 obras del legado de Josephine N. Hopper, esposa del pintor. La exposición cuenta también con la colaboración de la Terra Foundation for American Art.

 

Hopper es uno de los pintores norteamericanos más conocidos y apreciados en Europa pero, paradójicamente, sus cuadros sólo se han expuesto en contadas ocasiones ante este público. Con el objetivo de llenar ese vacío y difundir su trabajo, se unen ahora estas dos instituciones culturales, especialmente relevantes para el artista: el Museo Thyssen porque alberga la colección más importante de su obra fuera de Estados Unidos y la Réunion des musées nationaux porque París y la pintura francesa de principios del siglo XX fueron un referente fundamental en sus inicios artísticos.

 

Comisariada por Tomàs Llorens (Director honorario del Museo Thyssen-Bornemisza) y Didier Ottinger (Director adjunto del MNAM / Centre Pompidou), la muestra en Madrid presenta una selección de 73 obras y analiza la evolución de Hopper en dos grandes capítulos. El primero de ellos arranca con su paso por el estudio de Robert Henri en la New York School of Art y recorre el periodo de formación del artista, con obras que, de 1900 a 1924 aproximadamente, ya empiezan a reflejar su estilo propio.

 

Pinturas, dibujos, grabados y acuarelas se exponen aquí junto a algunas piezas de otros artistas como el propio Henri, Félix Valloton, Walter Sickert, Albert Marquet o Edgar Degas, en un diálogo que emula el que en su día mantuvieron con Hopper. La segunda parte se centra en la producción de su etapa de madurez y repasa su trayectoria artística de manera temática, destacando los motivos y asuntos más recurrentes de su trabajo, aunque siguiendo siempre un hilo cronológico.

 

Realismo moderno y americanismo, atributos clave de su pintura

 

A pesar de ser un pintor muy popular y aparentemente accesible, las obras de Hopper son uno de los fenómenos más complejos del arte del siglo XX, según consideran los dos comisarios de la muestra. El pintor estadounidense (Nyack, 1882 - Nueva York, 1967) fue uno de los principales representantes del realismo del siglo pasado aunque vivió muchos años trabajando como ilustrador, ignorado por el público y la crítica. En 1913 vendió su primer cuadro, Velero (1911); en 1923, el segundo -La mansarda, al Brooklyn Museum of Art-, y tuvo que esperar hasta el año siguiente, cuando tenía ya 43, para ver el éxito de su primera exposición en la Rehn Gallery de Nueva York y poder dedicarse por completo a la creación artística. La Gran Depresión no fue un impedimento para que, a partir de entonces, los grandes museos y coleccionistas estadounidenses empezaran a adquirir sus obras. En 1930, Casa junto a la vía del tren (1925) fue la primera pieza en integrar la futura colección de pintura del recién inaugurado MoMA de Nueva York, donada por el conocido coleccionista Stephen Clark, uno de los mayores defensores de su arte. Tres años después, en 1933, de las paredes de este museo colgaban más de 70 obras en la que fue su primera gran retrospectiva, con préstamos llegados de todo el país. De esta manera, en menos de una década, Hopper pasó prácticamente del anonimato a convertirse en uno de los artistas vivos más valorados en Estados Unidos.

 

Americanismo y realismo son, desde sus comienzos, atributos clave de su pintura. Sus cuadros son un fiel retrato del país. Revelan su cara más moderna, pero sin idealizarla, mostrando la realidad de manera simplificada. Aunque existen algunos paisajes y escenas al aire libre, la mayoría de sus obras se desarrollan en lugares públicos, como bares, hoteles, estaciones, trenes... entornos prácticamente vacíos y con fuertes contrastes entre luces y sombras que acentúan la soledad y el dramatismo del hombre moderno.

 

1. Inicios

 

En el estudio de Robert Henri, Hopper se empapa de un realismo moderno que se separa del academicismo dominante. Sus primeras obras ponen de manifiesto la relación de su pintura con la tradición americana continuada por el propio Henri y por Winslow Homer, que retrataban la sociedad estadounidense de estos inicios del siglo XX.

 

En 1906, Hopper se traslada a París, donde se quedará casi un año y volverá en otra ocasión, en un viaje que se había convertido casi en una necesidad para los artistas norteamericanos desde mediados del siglo XIX. El contacto con el Impresionismo allana el camino para que se forje su particular tratamiento de la luz y de la sensualidad, tan llamativos a lo largo de su trayectoria. En sus obras de esta época, Hopper representa el lugar en el que vive, en la rue de Lille, así como su entorno más inmediato; unas obras que se mostrarán ahora junto con la de los artistas europeos que le influyeron entonces, como Albert Marquet, Walter Sickert, y Félix Valloton.

 

A su vuelta a Estados Unidos, se ve obligado a trabajar como ilustrador en revistas profesionales y en publicidad, un oficio que considera degradante pero que intenta compatibilizar con su vocación artística. Descubre entonces la dimensión narrativa de la imagen y mejora su técnica, cualidades que aparecerán en su pintura poco después. Muchos de los temas que utiliza más tarde como el ocio, el espectáculo o la burocracia tienen sus antecedentes directos en los dibujos que realiza para estas publicaciones, aunque el resultado sea radicalmente opuesto: mientras que las ilustraciones muestran imágenes positivas que apelan al consumismo y la diversión, los lienzos inciden en la apatía, el drama y la soledad de sus personajes.

 

El primer episodio importante para la evolución de la pintura de Hopper es el descubrimiento del grabado. Pese al reducido número de piezas que firma, su formato y técnica, que las sitúa a medio camino entre la imagen multiplicada de la ilustración comercial y la unicidad del lienzo, hacen que ocupen un lugar esencial en su obra. El artista opta aquí por acentuar los contrastes entre luces y sombras, empleando el papel más blanco con las tintas negras más densas. Figuras solitarias, como en Viento de tarde (1921), arquitecturas imponentes, como en La casa solitaria (1922), o espectaculares encuadres, como el picado de Sombras nocturnas (1921) avanzan motivos que aparecerán en obras posteriores.

 

En 1923, Hopper realiza sus primeras acuarelas en la ciudad costera de Gloucester (Massachusetts), utilizando como tema principal las casas victorianas. Este motivo, que se puede observar en ejemplos como La Casa de los Abbot (1926) o La casa de Marty Welch (1928), tiene un gran potencial dramático para el artista, debido a los juegos de luces y sombras que se producen en sus fachadas. Su encuentro con esta técnica marca el segundo momento destacado que determinará el desarrollo posterior de su obra.

 

2. Etapa de madurez

 

A partir de 1925, la obra de Hopper cobra definitivamente su fuerza formal y poética. Casa junto a la vía del tren anuncia ya su estilo inconfundible. El crítico Lloyd Goodrich escribió sobre ella que 'sin pretender ser otra cosa que un retrato simple y directo de una casa fea, consigue ser una de las más conmovedoras y desoladoras manifestaciones de realismo que hayamos visto jamás'.

 

La cronología de las pinturas de Hopper en su madurez artística revela los momentos de consolidación de los grandes temas en su obra. La vida en la ciudad (Desde el puente Williamsburg, 1928); la intimidad, el aislamiento y la melancolía (Habitación de hotel, 1931; Habitación en Nueva York, 1932); el presagio de malos tiempos (Ground Swell, 1939); la complejidad de las relaciones interpersonales (Verano en la ciudad, 1949)... La mayoría de sus lienzos presentan escenas de la vida cotidiana en Estados Unidos. Son temas norteamericanos que interesan a sus conciudadanos y muestran la vida moderna. A primera vista, sus composiciones pueden parecer extraordinariamente sencillas, pero enseguida se descubre una cuidada y estudiada elaboración, que casi siempre lleva una narratividad implícita.

 

En estos escenarios, Hopper sitúa a personas en soledad o incluso parejas o grupos cuyos integrantes se muestran ajenos a los demás, como incomunicados entre sí. En Habitación en Nueva York (1932), por ejemplo, hay dos figuras presentes pero mientras el hombre lee el periódico, la mujer, al otro lado de la mesa, mira distraída un piano. Cada uno está aislado en su mundo.

 

Además de las personas, otro de los temas preferidos de Hopper es la arquitectura. En ocasiones centra su atención en un edificio aislado, como en la ya mencionada Casa junto a la vía del tren, pero otras veces el edificio forma parte de un entorno urbano, como en La ciudad (1927) o en El Loop del puente de Manhattan (1928), y el artista busca la manera para hacerlo destacar del resto.

 

El empleo de la luz es uno de los principales elementos diferenciadores de su pintura, 'quizá el más poderoso y personal de los medios expresivos de Hopper', en palabras de Alfred H. Barr -director del MoMA de 1929 a 1943-, y seguramente el más constante de sus temas. La luz del sol cuando es de día, o la luz eléctrica cuando es de noche, entra por las ventanas e ilumina la escena moldeando cada detalle del lienzo. A ella se dedican más de la mitad de sus últimas veinte obras, como en Mañana en la ciudad (1944), en la que una mujer se expone desnuda al sol matinal, en Conferencia por la noche (1949), bañada por los neones del exterior, o en Sol matinal (1952), donde la figura femenina parece buscar algo en la luz que recibe sentada en la cama.

 

Edward Hopper, el cine y la vida moderna

Simposio internacional, del 19 al 22 de julio

 

La conocida afición de Hopper por el cine y su influencia en numerosos cineastas de la época y posteriores han motivado la organización de un simposio internacional, del 19 al 22 de junio, paralelo a la exposición. Bajo el título Edward Hopper, el cine y la vida moderna, las jornadas reunirán en Madrid a importantes expertos del mundo del cine y del arte que, alternando conferencias y mesas redondas con la proyección de documentales y largometrajes, profundizarán en la interesante relación que la obra del pintor estadounidense mantiene con el séptimo arte y con la vida moderna, desde una perspectiva cultural más amplia. Realizadores como Isabel Coixet y Carlos Rodríguez, directores de fotografía como Juan Ruiz Anchía o Ed Lachman y especialistas en Historia del Cine como Jean-Loup Bourget o Jean Foubert dialogan en estos encuentros con artistas como Brian O´Doherty, historiadores del Arte como Erika Lee Doss, Valeriano Bozal y los propios comisarios de esta exposición, Tomàs Llorens y Didier Ottinger, entre otros muchos participantes.

 

En el contexto de este encuentro, la última sala de la exposición se ha convertido en un set de cine donde el cineasta estadounidense Ed Lachman ha recreado Sol matinal (1952). Lachman reproduce en tres dimensiones la escena del cuadro, desvelando la utilización de ciertos recursos cinematográficos en las obras de pintor. También indaga en la capacidad de sus imágenes de conectar con los pensamientos y emociones del espectador para establecer una narrativa visual muy cercana al cine. El prestigioso director de fotografía muestra a través de esta instalación un apasionante diálogo de influencias de Hopper en el cine y del cine en Hopper. La recreación de Sol matinal estará abierta durante todo el periodo de la exposición.

 

Ciclo de cine

Del 23 de julio al 1 de septiembre

 

Un día después de la clausura del simposio dará comienzo un ciclo de cine cuya programación se ha inspirado así mismo en la obra de Hopper y en la influencia que ésta ha ejercido sobre la cinematografía. Títulos como Scarface (Howard Hawks, 1932), Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), El eclipse (Michelangelo Antonioni, 1962), Malas tierras (Terrence Malik, 1973), Terciopelo azul (David Lynch, 1986), Nubes pasajeras (Aki Kaurismäki, 1996), Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002) o Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2002), entre otras, se proyectarán en el salón de actos del Museo, en versión original y con subtítulos en español. En total, se podrán ver en pantalla grande más de veinte películas todos los viernes y sábados, del 23 de julio al 1 de septiembre. La entrada será libre hasta que se complete el aforo de la sala.

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Edward Hopper, Autorretrao, 1925-1930

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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