-------------------------------------------------------

-------------------------------------------------------

Debo decir que no hay ninguna perversión en estos nombres. Será necesario indagar en las pequeñas historias que surgieron en torno a ellos para justificar el título que, a mí, me parece sugerente en lo literario.

Según me dicen -yo no lo recuerdo- Víctor Mira vino al Grupo 29 de teatro, que en los años sesenta dirigía en Zaragoza Pedro Avellaned, queriendo ser actor. Por alguna razón no pudo ser. Sí lo fue José Navarro que durante un tiempo descubrió los placeres de la escena en esta Agrupación.

Anita -Benita en los papeles oficiales- fue madre de Avellaned y en su juventud había pisado las tablas escénicas. Una enorme fotografía de sus manos -ya ancianas- había colgado de las paredes ... del Museo Pablo Serrano en una exposición de retratos que su hijo había tenido la ocurrencia de hacer muchos años después. Pero el destino quiso que esas manos circularan por algunos escenarios teatrales alemanes, formando parte imprevista de un desconocido decorado al ser envíadas a Mira por error -Breitbrum A. Ammersee- en vez de a su autor.

Rocco era el jardinero de la Academia de España en Roma, y entre pinos y laureles, en el diminuto canalillo que distribuía el agua por el gran jardín, aligerando el calor del verano romano, fue sorprendido -¿o no tanto?- por la cámara fotográfica que posteriormente lo enviaría al citado museo zaragozano, a la misma exposición que las manos de Anita y, posteriormente a ambos a la escena alemana. Años más tarde Mira decidió desaparecer dejando caer el telón de su póstuma representación.

Su pintura, todo su trabajo, siempre había conseguido calar en mis emociones. Me permitía adentrarme en las oscuras formas de los sueños. De los suyos, de los míos, de tantos otros que, quizá, miraban espantados en otra dirección para no ver realidades que nos eran afines. Las cuatro obras que podemos ver ahora son el resultado del sobresalto producido por su muerte.

El admirador de Mira, hijo de Anita y fotógrafo de Rocco, solamente tardó once años en reencontrarse con las imágenes regresadas accidentalmente a la ribera del Ebro. Recibidas con regocijo y el alborozo propios de la ocasión, sonaron aplausos para este final feliz.

Telón.