AUTOR

José Manuel Magano, nacido en Madrid 1963 de formación autodidacta.

Desde la más tierna infancia, siento deseos de transportar las imágenes a papel.

En un principio fue el lápiz. Con el paso del tiempo es la cámara de fotos la que toma su lugar y con el descubrimiento de los procesos pictóricos donde desarrollo plenamente mi faceta creativa.

Son mis manos, una brocha y por supuesto mis viejas cámaras, los únicos instrumentos que intervienen en la producción de mis obras.

En estos momentos en que las nuevas tecnologías y la inmediatez son tus compañeros de estancia, la nostalgia, ilusión, deseo y quizás la rebeldía me lleve a retomar los antiguos procesos pigmentarios del siglo XIX y principios del siglo XX.

Pincelada tras pincelada, como se hacía a finales del siglo ... XIX, lo que es blanco y negro, lo gris salta, toma color, vuelve lo efímero duradero, hace eterno lo frágil y fugitivo.

Si la fotografía perpetúa el instante, una fugaz transición dentro de un momento imparable, es el posterior trabajo el que le da forma y sentido artístico a esa captura momentánea de la realidad.

Utilizando máquinas y técnicas de hace más de cien años, los resultados estéticos pretenden ir más allá de formas o modas actuales empujándonos a un mundo de sensibilidad y emoción.

Una vez buscada y captada la imagen, comienza el trabajo. La técnica elegida, hace que el proceso sea largo y minucioso, absolutamente manual, cuidado y reflexivo, pues cualquier decisión, por pequeña que sea, influye en el resultado final. Utilizando un negativo a tamaño final y por contacto directo, se traslada la imagen a un papel de calidad cien por cien algodón, previamente emulsionado a mano y expuesto a una fuente de luz rica en rayos ultravioletas. Serán el proceso de preparación de la emulsión, así como el tratamiento del soporte y del trabajo de las sucesivas exposiciones a los rayos UV donde se fundamente el resultado artístico de las obras, su singularidad y por fin la creación de una copia única de carácter pictórico.

BRUMAS

Cuando todo comenzó, fue como si los colores se estuviesen deshilachando lentamente; como si observase el mundo y sus cambios permanentes, escondido detrás de un visillo.

Al principio resultó difícil, pero no dramático, porque su curiosidad le hizo observar las luces y los volúmenes desde esa nueva perspectiva y, resultaron ser menos pesados pero también más inquietantes: Acababa de encontrarse ante todo un mundo de experimentación sólo para él.

Aunque pueda parecer extraño, se sintió especial: había descubierto una nueva capacidad y también un nuevo deseo, el de explicar a los demás cómo eran las transformaciones que se estaban operando en su entorno; cómo se dulcificaban las envolturas; cómo se diluían los colores y se hacían más oníricos, más etéreos y, por lo tanto, más dúctiles para poder construir sus historias, como siempre, con la herramienta básica de su trabajo: la luz.

Algunos no le comprendieron, se extrañaron de ese esfuerzo por retratar un mundo entre brumas, pero el trabajo resultante era tan sutil e ingrávido, que no le hizo falta tener un ojo preciso para seguir siendo fotógrafo porque, las imágenes, las pinta el alma.

ENTRE TINIEBLAS

No me importa perderme en la niebla y olvidarme de todo para siempre. No me importa que el cielo cierre filas sobre el prado y me deje solo con mi memoria. No me importa que las voces de los árboles cuenten mis secretos y acaricien la superficie sensible de la película que duerme en la tiniebla de mis placas, en el respaldo mecánico de mi vieja cámara. Porque de esa manera, cada caminata es una sorpresa, un regalo, una invitación a la introspección y al pensamiento: un paseo por mi alma.