Exposición en Zaragoza, España

Albarracín

Dónde:
Sala de Exposiciones Juana Francés - Casa de la Mujer / Casa de la Mujer - Don Juan de Aragón, 2 / Zaragoza, España
Cuándo:
24 ene de 2008 - 24 feb de 2008
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición

«What Does She See When She Shuts Her Eyes?» ¿Qué es lo que ella ve cuando cierra sus ojos? Es el título de una novela corta cortísima de Gertrude Stein. Tan corta que sólo tiene tres páginas. Y el pequeño misterio del título, el de saber qué es lo que ve la protagonista cuando cierra sus ojos se revelará muy pronto, en el segundo párrafo. La protagonista sigue viendo lo mismo que veía cuando los tenía abiertos, las plantas que la rodeaban en su jardín. Pero cerrar los ojos no es lo mismo que soñar. Al quedarse dormida, Gertrude Stein nos cuenta que algo cambia. A las plantas verdes les salen raíces negras, y a las raíces negras, tallos rojos. Se empiezan a ver, por tanto, las cosas que no veíamos. Es por eso que nos agota dormir. La escritora no utiliza la palabra plantas, ... como he hecho yo, ni se entretiene en aclarar de qué especie de plantas se trata, sino que dice «cosas verdes», como si fueran marcianos. La protagonista, que es una devota jardinera, se sabe perfectamente los nombres de todas las plantas que cultiva, y la escritora, que sabe más que sus personajes, se sabe todos esos nombres, pero al cerrar los ojos, empieza a desconocer, y lo que ve son «cosas verdes».

No sé si las cosas que pinta Charo Pradas son las cosas que ve cuando cierra los ojos, o las cosas que ve cuando cierra los ojos y además se duerme. Son cosas, en cualquier caso, a las que las etiquetas de los nombres se les han caído. Incluso los calificativos génericos, como el de «plantas», o «minerales», quedan fuera de lugar o les estorban. En ese sentido puede hablarse, y se habla de pintura abstracta. Pero las cosas que pinta Charo Pradas, o, mejor dicho, las cosas en que se convierten los cuadros que ella pinta son o nos parecen cosas reales, no la representación o ilustración de ideas. Esto fue muy claro en cierto momento de su carrera, en los ochenta, pero vuelve a parecerlo ahora, año 2007, y creo que nunca ha dejado de ser así, por mucho que en sus obras se multiplicasen hace una década las formas geométricas más puras, en particular, los círculos. Citaré un texto que ya tiene unos años, pero mantiene su interés. Lo escribió Manel Clot en 1989 para una exposición en el Museo de Teruel: «La obra de Charo Pradas ancla su punto de arranque en una supuesta realidad y acaba, de algún modo, en una aún más discutible verosimilitud, como haciendo patente el aserto foucaultiano según el cual se ha estado poniendo en crisis la equivalencia entre el hecho de la semejanza y la afirmación de un vínculo representativo…» En el texto al que creo que alude Manel Clot (Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte), Michel Foucault habla de Kandinsky antes de hablar de Magritte, y habla del ruso como promotor la crisis de las equivalencias. «Doble desaparición simultánea de la semejanza y del lazo representativo mediante la afirmación cada vez más insistente de esas líneas, de esos colores de los que Kandinsky decía que eran ‘cosas’, ni más ni menos que el objeto iglesia, el objeto puente», etc.

Charo Pradas es nuestra invitada del año 2007 en Estancias Creativas. El año pasado tuvimos en Albarracín a Mark Cohen, y su pintura me llevó a hablar —en un catálogo parecido a éste— de su adicción a las cosas, a esas cosas (iglesias, casas, castillos…) con las que competían las líneas y formas de Kandinsky. Y yo mismo citaba a Picasso, quien decía que «no hay arte abstracto». La pintura es así de contradictoria. Ese es el secreto de su paradójica supervivencia. La última habitante de La Julianeta ha sido una pintora abstracta.

Para cuando Charo Pradas iniciaba su carrera, la crisis de las equivalencias llevaba décadas de viaje circular. Y las sucesivas paradojas habían producido un cortocircuito. En cierto modo, entre las «cosas» que se pusieron a tiro de su generación estuvieron las Vanguardias. La suya ha sido la generación del Apropiacionismo y de los Neos. El jardín donde trabaja el artista contemporáneo está sembrado de referencias. Al cerrar los ojos, las cosas que ve Charo Pradas fueron también, antes de convertirse en cosas, constelaciones pintadas por Miró, abstracciones biomórficas y jungianas del Rothko intermedio, formas dinámicas, inventadas por los Futuristas o colores, puestos en danza por los Delaunay. La suya es, además, una abstracción que ha aprendido de Duchamp y del arte Pop.

Charo Pradas estuvo en la exposición titulada Nuevas Abstracciones, que pasó por el Reina Sofía, por el MACBA y por la Kunsthalle de Bielefeld, en Alemania. Año 1996. La acompañaban pintores internacionales como Bernard Frize o Jonathan Lasker, y compatriotas españoles como Juan Uslé. Junto a los británicos Ian Davenport y Fiona Rae, Charo Pradas era la benjamina de estos nuevos abstractos. ¿Qué es lo peculiar de estos pintores? Tal vez la certeza de que los signos también poseen su Historia, y el uso de un vocabulario Pop de gestos abstractos, que adquirían en sus manos una notable fuerza plástica y una seductora desfachatez. La diferenciación entre fondo y figura era una de las prácticas habituales, también la independencia del trazo, portador de un código cromático que construye la pintura sin perder su autonomía.

El comisario de Nuevas Abstracciones, Enrique Juncosa resumió años más tarde (año 2001, catálogo de la exposición itinerante del Grupo Pelayo) la trayectoria de Charo Pradas, señalando tres fases, acotadas por los cambios de década. «En los años ochenta —escribe Juncosa—, cuando se dio a conocer, lo hizo con unas pinturas surrealizantes, pobladas por plantas o animales tan primarios como ficticios y que recordaban a microorganismos y a insectos. En los noventa, un proceso de abstracción de estas primeras imágenes las convirtió, mediante gestos musculares, en ojos, espirales y dianas. Ahora, la nueva década (…) nos trae unas pinturas líquidas de imágenes derretidas». Hasta aquí la larga cita que me he permitido, porque no hubiera podido resumir mejor ni en menos palabras estos años de trabajo y reflexión que nos conducen al presente, y a las telas y dibujos que Charo Pradas ha producido en Albarracín. Sólo nos faltaría una alusión extrapictórica a los objetos, extraños y familiares, que fabrica la artista con materiales encontrados.

De algún modo se ha producido un viaje de vuelta, y algunas de las pinturas nuevas recuerdan a las de los ochenta. Un viaje hacia sí misma. En lugar de enfrentarnos con organismos lo hacemos con pequeños mundos autónomos. La complejidad es mayor, porque en un mismo cuadro habitan varios temas, aunque se superpongan de forma limpia, sin confundirse, en una polifonía sencilla y eficaz. En algunos de los casos, se han utilizado como soporte cuadros previos. Pintura sobre pintura y pintura borrada. Entre la diferenciación y la indiferenciación encuentra una vía intermedia y musical. Los círculos derretidos a los que aludía Enrique Juncosa se han hecho transparentes. Junto a la tarea de pintar, Charo Pradas se enfrenta a la tarea paralela de despintar.

Charo Pradas tiene la virtud de convocar mundos extraños, aunque reconocibles. Al regresar de Albarracín, después de ver sus cuadros he visto a la reina Doña Sofía, en una foto del periódico, con un oso panda en brazos. Acercarse a la pintura de Charo Pradas puede parecerse a esa experiencia de Doña Sofía en China, el animal que nos ponen sobre las rodillas es tan extraño como auténtico, y no sólo es eso, sino que ya habíamos imaginado o soñado la experiencia alguna vez y por ello no consigue sorprendernos, sino embrujarnos con el reconocimiento. Hay un pintor español que disfrutó de esa virtud, pero de quien no se habla mucho: fue August Puig. Para referirse a él, Antonio Fernández Molina se sacó de la manga una cita de Novalis, que le pido prestada para referirme a Charo Pradas. «El mundo se convierte en sueño, el sueño se convierte en mundo». Lo que la pintora pinta es lo que ve con los ojos cerrados, es decir, lo que ve «sin ojos» —título de su exposición de 2004 en el Monasterio de Veruela. Este sacrificio del ojo conduce a una complicidad más íntima con el otro.

Me he permitido jugar un poco, o tal vez demasiado, con la cita de Getrude Stein, quien, de algún modo, por ser la autora de Stanzas in Meditation, es patrona de Estancias Creativas, pero me tienta concluir diciendo que lo que ha rodeado a Charo Pradas en Albarracín, como el verde jardín del personaje de Gertrude Stein, han sido los yesos autóctonos, teñidos del color del Rodeno, y que las cosas que veía Charo Pradas al cerrar los ojos han sido rosáceas, del rosa telúrico de Albarracín. Y ello se aprecia en sus extraordinarios cuadros. Ese jardín rosado donde ha vivido la artista es geológico, pero también íntimo y orgánico. Al cerrar los ojos dejamos de saber si nos hallamos enterrados en la tierra o si somos turistas en nuestro propio cuerpo. Parte del encanto de Albarracín, compartido con los cuadros de Charo Pradas, es el de despertarnos, con los ojos cerrados, en un territorio familiar.

 

 
Imágenes de la Exposición
Albarracín X, 2007

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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