La mariée mise à nu par ses célibataires, même, más conocida como 'El gran vidrio', se quebró mientras era transportada desde el museo de Brooklyn, donde había sido exhibida, al museo de Filadelfia, donde se integraría a la colección permanente. Cuando Duchamp supo que ésta se había roto, decidió dejarla así, aceptando el desastre como parte de la pieza. 'El gran vidrio' está roto, quebrado, pues a diferencia sobre otras prácticas humanas, en el arte el azar no es rechazado, evitado o evadido sino que se acepta, e incluso en algunos casos se propicia. Al igual que Duchamp, Rodríguez Silva ha tomado al azar como aliado, emprendiendo con él una suerte de danza, o quizá de lucha... (según se mire).

La reducción cromática parece la consecuencia lógica de una evolución dilatada en el tiempo. En series anteriores como Croma (2008), Dejaré que suceda (2008-2009) o La Llama (2008) todavía existía un diálogo entre numerosos colores, pero ahora el autor prefiere que el coloquio se establezca desde la monocromía de cada cuadro y desde territorios cromáticos limitados. De este modo, despliega una generosa gama de colores anaranjados que hallan su contrapunto en las áreas cromáticas negra y blanca.

El óleo es la técnica pictórica elegida. Graso, empastado, brillante o satinado, es extendido no sobre el clásico lienzo, sino sobre placas de aluminio, de hierro o de acero. Utilizando una herramienta plana dispone la pintura, y de este modo genera una peculiar textura que ni es lisa ni es homogénea, aunque a cierta distancia pueda parecerlo. Existe en ella ese temperamento de lo 'hecho a mano', aunque el metal, por su parte, otorgue a la obra cierto carácter industrial. He aquí el primer enfrentamiento: lo humano se expresa imperfecto, original, cálido,... lo industrial lo hace con rectitud y monotonía.

La superficie pictórica renuncia al acabado pulido e impoluto para transformarse en tejido. Un tejido plagado de marcas que han nacido al arrastrar la pintura. Cada una de estas huellas encierra el placer y el deleite de lo incontrolable, de todo aquello que se comporta de manera autónoma. El autor asume que su control sobre la obra es limitado y que la materia hablará con libertad.

Pero la obra de Rodríguez Silva plantea una segunda cuestión: ¿dónde está el límite entre la pintura y la escultura? Solo una obra híbrida, que se mueva entre los dos campos, es capaz de sembrar la duda en el espectador. De este modo, algunas de las placas metálicas del conjunto expositivo se pliegan ligeramente sobre sí mismas, alejándose de la superficie bidimensional que se le presupone al soporte pictórico y adentrándose en el territorio de la escultura o la instalación. Aunque el óleo (material pictórico- histórico por excelencia) esté presente en todas ellas, el soporte consigue invadir el espacio del que mira, el espacio en tres dimensiones, casi al borde de la metamorfosis... ¿cuánto de pictórico hay en ellas, cuanto de escultórico?