El trabajo que aquí se presenta es un destilado de varios años, una síntesis de la que, en el conjunto de sus piezas o elementos visuales, podemos extraer varias ideas.

La clave está en el sentido o gira en torno a él. Objetos que se reúnen para generar otros objetos desde los que proyectar nuevas ideas y plantear la circulación (palabra clave: de todos los elementos de los que se sirve el artista para la elaboración de su sintaxis, los que nos remiten a la circulación son los que sostienen el grueso del discurso: gomas, vidrios, puertas y otras partes desmembradas de automóviles así como señales de tráfico dirigidas a otros tipos de tránsitos, que mantienen su condición de material real, sin disfraces, pero con carácter simbólico y de cita a un tiempo) paso a paso, pieza a pieza, por otros derroteros. Vínculos conexiones, estrategias de hibridación, construcción o deconstrucción, cercanas a los postulados de Jannis Kounellis, Joseph Beuys o Mario Merz, que podríamos etiquetar dentro del discurrir teórico coetáneo como estructuras axiomáticas o cons trucciones localizadas, siguiendo la terminología de Rosalind Krauss para referirse a los resultados escultóricos de algunos objetos artísticos dentro del mundo contemporáneo.

Tal vez podamos acercarnos a esta particular área de servicio como a un lugar de interferencias (nunca de descanso: que nadie se llame a engaño, no estamos en un espacio pensado para descansar, sino más bien para todo lo contrario) no sólo de los materiales sino también de las metáforas y de la mirada, una suerte de extensión intermedia, un área para lo simbólico, lugar de uso y lugar de paso, interdiscursiva entre los dos vértices de ese estadio donde el artista, temporalmente, nos quiera llevar. De agujero en agujero, de lo más duro a lo más blando.

Un área de servicio en la frontera (porque en definitiva se trata de un trabajo profundamente liminar) entre lo trasparente y lo oscuro, maestría del contraste (texturas, colores, materiales) a medio camino entre la claridad rotunda (en cuanto clarividente) y ese monocromo barroco (en cuanto alegórico), siniestro que lo inclina decididamente al quiebro, a la ruptura, al trauma Piezas para recorrer despacio, Lejardi no elabora objetos de consumo rápido. Da por supuesto que entendemos de dónde vienen todas estas herramientas de trabajo, antes de pasar por sus manos. No pierde el tiempo dando explicaciones. Juega con nuestro reconocimiento inmediato y con nuestra memoria. Traslada nuestra percepción de lugar: señales sin normas, fuera de su registro natural, extraídas, extrañadas (saliendo del círculo de lo comprensible y lo probable: y de nuevo el círculo, aquí también en su acepción de lo concreto y lo cerrado) para sacarnos de él, contaminándonos con nuevos conceptos, con nuevos problemas. Señales de un tráfico interior cuyos límites se encuentran en la propia sala por la que andamos, una sala que sirve de marco. Dentro de su retórica plástica, ritmo, medida, acorde, silencio... se establecen pautas de construcción musical, para un lenguaje y un mundo en el que se plantea un resultado difícil, complejo, tenso/intenso, retorcido hasta el extremo de ocultársenos, en el que pensando como Yeats, no podemos separar a este bailarín de este baile. El resto es secreto y no se sabe.