Exposición en Mérida, Badajoz, España

Beato. Daño de luz

Dónde:
Asamblea de Extremadura / Plaza San Juan de Dios, s/n / Mérida, Badajoz, España
Cuándo:
12 ene de 2011 - 28 feb de 2011
Inauguración:
12 ene de 2011
Organizada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición

No es sueño la vida.

 

Nos caemos por la escalera para comer la hierba húmeda o subimos al filo de la nieve con el coro de las manzanas muertas.

 

Pero no hay olvido ni sueño: carne viva...

 

Lo escribió Federico, pero lo firma Beato en cada una de sus telas, empujando incluso las palabras de Lorca un poco más allá, hasta el borde de un grifo o un precipicio de formas, matices, texturas y líneas por donde la humana condición circula a borbotones, los latidos se aceleran y los cuerpos comienzan de pronto a caminar desnudos y bocabajo, invertidos o vertidos fatalmente hacia su definitiva inanición, como ropa tendida que goteara a mares por el forro de sus propios bolsillos.

 

... style='text-align: justify;'>Cuerpos de dos en dos, o cuerpos irremediablemente a solas. Lo mismo da. La pintura de Beato pone el dedo en la llaga, sin definirla apenas. Porque de un modo u otro sugiere que vivir fue siempre una habitación doble de uso individual en este hotel del frío, los miedos y las dudas en el que si algo ha quedado meridianamente claro es nuestra capacidad para complicarnos la vida, como si el paso del tiempo no se valiera por sí sólo para acabar venciéndonos.

 

Y es entonces cuando un espectador apresurado puede cometer la debilidad de dejarse atrapar por el escalofrío y preguntarse el porqué de esos seres que habitan la intemperie, colgados no se sabe si de sí mismos o del abismo, o de ambos a la vez, que es lo que suele suceder con mayor frecuencia.

 

Pregunta en todo caso innecesaria, o redundante, o simple y llanamente sin respuesta hasta que el espectador comprueba que mientras sigue contemplando absorto, confundido y estremecido los aullidos de Beato, ha comenzado sin darse cuenta su propia caída. O que sigue en ella, habría que decir más bien, porque quizá desde el principio, y hablo de nuevo de la edad, ya casi todo alrededor nos abocaba al deterioro, al daño, a la ruina, a un derribo tan grande que ni siquiera la palabra 'acantilado' puede salvarnos de su trágico presagio con la extrema hermosura de sus sílabas.

 

Y sin embargo ahí está la otra clave: la belleza.

 

La belleza siempre, también, aún: la poesía.

 

Lo saben los poetas, claro está, que nadan contracorriente y a brazo partido desde su oscura intimidad hasta el color de las palabras, pero lo tocan aún más con sus manos manchadas de abstracta realidad los pintores que, como Beato, avanzan hacia un mismo lugar, la obra final -su emoción, su conmoción, su arrebato-, pero en dirección contraria, un manantial de colores y un torrente de formas que se precipitan lienzo o mundo abajo hasta alcanzar los mansos y ateridos espacios de la sombra, la niebla, el fango, las raíces más profundas, las que más nos atañen, las que más nos condicionan.

 

Seres humanos, en resumen.

 

Seres de sombra y luz. Capaces del relámpago, pero asiduos del trueno. Tormentas del desierto y arcos iris después para juntar en uno de los mayores milagros de la naturaleza la fusión fría del sol y de la lluvia hermanados en la única bandera que al fin nos contagia: la sensibilidad, la capacidad de sentir, la maldita condena -a pesar nuestra tantas veces- de admitirnos al fin como seres sensibles.

 

Abismos y bellezas avanzando a toda máquina en direcciones opuestas por la misma vía y abocados tarde o temprano al choque de trenes que mejor nos define: daño y caricia, vértigo y belleza.

 

Guerra y luz.

 

Beato asume sin complejos esa doble personalidad, que es al fin y al cabo la de todos. Los dos ojos con que miramos. Hacia fuera y hacia nuestro interior. Los dos ojos con que celebramos.

 

Los dos ojos con los que antes o después tropezamos siempre, porque el artista ve lo que otros no alcanzan o no quieren ver. Incide donde nadie le llama, se entromete, se adentra, se inmiscuye. Se acaba haciendo daño a sí mismo.

 

'El artista bucea, y el que bucea siente angustia muchas veces...', escuché decir a Tápies en una ocasión, y sus palabras no las olvidé nunca, pero más aún su mirada perdida, los ojos en profundidad que dejó luego tras pronunciarlas colgados del silencio... O al borde de la expresión.

 

Los cuadros de Beato son un grito, mejor dicho, son la expresión de un grito. La pintura de un grito. La construcción de un grito y, más aún, la querencia de un grito. Pero un grito que por serlo, por expresarse, por animarse finalmente a decirse -a desdecirse por tanto-, al fin vomita.

 

Y al hacerlo nos cura.

 

Por eso quizá haya vendas, y cascos protectores, y cuerpos que por algún resquicio insisten en amar y acariciarse, en las pinturas de Beato. Por eso también sabemos que uno puede sacar luz de sus angustias. Y esa es la magia, como mágica es la capacidad, la técnica, la inspiración de este pintor excepcional cuando se enfrenta al cuerpo humano y lo disecciona vena a vena en un ejercicio de anatomía que a veces hiere, pero acaba regalándonos una experiencia gozosa, porque nos recuerda que somos carne viva.

 

Federico tenía razón.

 

Aquel ser único e irrepetible que sigue predicando en las cunetas del alba contra la parte más negra del alma humana. Y que cada uno ponga un nombre a su guerra particular. La que más le concierna. Todos participamos tarde o temprano en alguna. Por eso es mejor estar alerta, pensar que no somos ajenos, recordar que la conciencia tranquila ha conducido en la historia a las peores experiencias.

 

Mejor saber que el sapo negro, del que hablaba el poeta ruso Esenim, tarde o temprano puede visitarnos a todos.

 

De ahí las vendas, los cascos protectores, y este gritar a voces para que alguien escuche.

 

Porque escribir es protegerse, porque pintar es protegerse.

 

Y Beato, al fin y al cabo, busca lo que todos buscamos cuando insistimos en hacerles hablar a las piedras, que no es fama, ni reconocimiento, ni oficio, ni arte siquiera: Sólo abrigo.

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Eduardo Sánchez-Beato, Beso, 2005

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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