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Caras duras evoca la lectura de una serie de libros a través del rostro de sus autores, utilizando el dibujo como una herramienta de reflexión y recuperación de la experiencia vivida. Busca una expresión, en balde tan extraña como irónica, que encuentra su símbolo en la implicación siempre de un mundo particular e ilusorio.

Es una exposición que intenta asumir una deuda mediante la utilización del dibujo como imagen de un compuesto íntimo, resultante de una experiencia fascinada por el impacto de unas lecturas más bien desordenadas. No va más allá de una manera de sentir el hecho único e ineludible de afrontar íntimamente, en un momento u otro, este magma ... extraordinario de autores. El reflejo queda explicitado en el enigma de la forma del trazo, siempre singular, de cada uno de los cien rostros dibujados. Son, en definitiva, pequeños retratos realizados de manera sencilla, con la intención de desnudar todo artificio que vaya más allá de la propia técnica del lápiz.